Caminos y fundaciones: Eje Sonsón-Manizales. Jorge Enrique Esguerra Leongómez

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      Entonces, las reformas en la tenencia de la tierra no representaron de verdad cambios en la estructura agraria. Las propiedades seguían siendo improductivas y no se las vinculó a ninguno de los renglones agroexportadores que requerían los países industrializados, lo cual originó la consiguiente pérdida de ingresos para la Corona; el potencial humano que podía cultivar la tierra seguía siendo desplazado o agregado a los latifundios; y a pesar de que las posesiones territoriales se convirtieron en una mercancía, la mentalidad feudal se mantenía y las familias tradicionales relacionadas endogámicamente mantuvieron sus privilegios (Arango, 2002, p. 199). Como señala Roberto Luis Jaramillo, “las élites de Antioquia se habían amparado hábilmente en las normas de 1754 y 1780 para adquirir grandes extensiones de terrenos, para acapararlos y prepararse para la famosa empresa de la ‘colonización antioqueña’: tenían una economía capaz y suficiente, apoyada en un renacer de la minería y en una habilidad especial para el comercio legal o clandestino, y para el transporte” (Jaramillo, 1989, p. 39). Esta situación condujo a que en 1786 y 1798 se dictaran nuevas normas –ante los conflictos que generó la de 1780– que permitieron la imposición del criterio de que se aplicaría el derecho de propiedad a quienes cultivaran las tierras baldías y que todo terreno que fuera abandonado por cuatro años podría adjudicarse a quienes quisieran desmontar, sembrar y cultivar, prefiriendo a quien las denunciara (Arango, 2002, p. 41). Por lo menos en esta norma escrita había alguna voluntad de cambio de las relaciones de propiedad, pero las argucias legales e ilegales de los poderosos y las influencias políticas ocasionaron privilegios y acaparamientos en una sociedad en la que predominaban la pobreza y el analfabetismo13. Tal fue el caso de la concesión asignada al súbdito español José María Aranzazu (concesión Aranzazu) en 1801, en cuya gran extensión entre los ríos Pácora y Pozo ni su propietario ni sus descendientes realizaron una sola mejora hasta que les fue ratificado el título en 1824, en plena República.

      La relación de los hechos hasta aquí consignados, referente a las reformas de las últimas dos décadas del siglo XVIII en Antioquia, muestra claramente que los “regeneradores” favorecieron fundamentalmente a las élites, que la estructura de la propiedad de la tierra se mantuvo o se concentró aún más y que la “colonización” estaba preparada para que los grupos económicos poderosos se beneficiaran de ella mientras fueran sus protagonistas. Sin duda, existía la intención de propiciarla y dirigirla con el apoyo gubernamental, apuntalado con recursos tributarios y eficiente administración, pero dando cierto margen para que los desposeídos marcaran los derroteros con su trabajo, valorizaran las tierras y prepararan el camino para una supuesta colonización empresarial. Entonces, desde el principio, la colonización “moderna” tuvo dos impulsores: por una parte, los colonos en “extrema pobreza”, y por el otro, el gobierno provincial al servicio de los grandes poderes comerciales y territoriales en ciernes. Sin embargo, en esos momentos iniciales era evidente que los primeros fueron los principales protagonistas, quienes de manera espontánea realizaron sus avanzadas hacia el sur, invadiendo la gran concesión Villegas. La acción gubernamental, que en el papel tenía todo calculado, en la práctica, en el norte tuvo que tropezar necesariamente con las condiciones propias de los lugares y con las acciones espontáneas de los colonos; y en el sur, a pesar de los esfuerzos de las autoridades de la ciudad de Rionegro para encauzar la colonización de manera oficial, la migración desbordada la sobrepasó y solo los latifundistas trataron de canalizarla en su propio beneficio.


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