Caminos y fundaciones: Eje Sonsón-Manizales. Jorge Enrique Esguerra Leongómez

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como centro de decisiones económicas, pero, ante todo, como representación del poder que las garantice. De esta forma se está ratificando el significado que el concepto de ciudad ha adquirido y que el historiador francés George Duby resume de la siguiente manera:

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      Figura 9. Plano Villa de Nuestra Señora de la Candelaria de Medellín (1791)

      Fuente: Zambrano (1993, p. 67).

      A lo largo de su historia la ciudad no se caracteriza ni por el número de habitantes, ni por las actividades de los hombres que allí habitan, sino por rasgos particulares de status jurídico, de sociabilidad y de cultura. Estos rasgos derivan del papel primordial que cumple el órgano urbano. Este papel no es económico, es político. Polis. La etimología no se equivoca. La ciudad se distingue del medio que la rodea por lo que ella es, en el paisaje, el punto de enraizamiento del poder. (Duby, 2000, p. 121)

      Es claro. El caso de Medellín, que desde su nacimiento y durante un siglo y medio de su vida no se caracterizó por el número de habitantes ni por las actividades económicas que se desarrollaron en su interior, era, sin embargo, una “villa”, categoría que, como ya lo dijimos, en América era un asentamiento de españoles con dominio regional, solo diferenciable de la “ciudad” por su menor preeminencia provincial. Lo que le dio su jerarquía fue su constitución como centro político, y el acto que la concretó fue la fundación, claro está, respaldada por una actividad económica adyacente que nunca decayó. Si observamos el plano de la Villa de Nuestra Señora de la Candelaria de Medellín, elaborado en 1791, comprobamos que la estructura del caserío, ordenada geométricamente, está rodeada de construcciones dispersas, seguramente predios rurales con producción agropecuaria (ver figura 9). Medellín logró el título de “ciudad” solo en 1813, trece años antes de ser erigida como capital de la provincia, para igualarse con Santiago de Arma de Rionegro y con Santa Fe de Antioquia.

      Entonces, desde el siglo XVI, que se caracterizó por la fundación intensiva de ciudades de conquista hasta tal punto que se lo ha denominado por los historiadores “siglo urbano” (Ocampo, 1993, p. 133), hasta las postrimerías del siglo XVII, cuando se dio el giro en la esencia de las fundaciones en Antioquia en lo que entonces, por contraposición, podríamos llamar “siglo rural”, se mantuvieron las mismas características urbanas signadas por la representación del poder. En otras palabras, cambiaron las relaciones que se daban entre el núcleo poblacional y su entorno, desde la “sociedad de conquista” hasta la sociedad de agricultores, pero continuó incólume el papel político y su correspondiente valor simbólico, que lleva implícita la fundación de una ciudad y su desarrollo posterior.

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