Caminos y fundaciones: Eje Sonsón-Manizales. Jorge Enrique Esguerra Leongómez
poblamiento del suroriente antioqueño y el Gran Caldas (Valencia, 2000, p. 4).
El proceso expuesto por López Toro demuestra que los fundamentos económicos del siglo XIX en Antioquia se encuentran en el período colonial. Es decir, que a pesar de la crisis de finales del siglo XVIII se venían produciendo internamente unas condiciones favorables para el despegue posterior, y que lo que hicieron los reformadores Francisco Silvestre y Mon y Velarde estaba sustentado sobre unos cimientos que ya se estaban consolidando. Al respecto, uno de los más importantes historiadores económicos del siglo XIX en Colombia, el norteamericano Frank Safford, hace precisiones que son clave para entender los procesos económicos de la provincia en las postrimerías del período colonial. Observa que “las lamentaciones de los administradores españoles tienen que ver muchas veces con la falta de servicios públicos necesarios en el mundo civilizado”, principalmente en los pueblos de minas decadentes, como Remedios, Zaragoza, Cáceres y Santiago de Arma. Y agrega que “en Medellín y Rionegro, los centros comerciales que se desarrollaron en el siglo XVIII, se encontraba una comodidad igual al menos con la de Bogotá” (Safford, 1965, p. 61). Es decir, plantea la relatividad de la situación de postración económica en toda Antioquia y sostiene que existían diferencias marcadas entre las antiguas y las nuevas ciudades. Pero, con relación a la falta de servicios públicos, deja entrever que también hay contrastes en el interior de algunos pueblos cuando anota que era perfectamente factible “la coexistencia de una pobreza pública con una riqueza particular”, sobre todo en algunos “de fundación reciente y muy lejos de los centros administrativos” (Safford, 1965, p. 61). Deja claro que la “pobreza” no era general, que ya existía una concentración de riqueza particular, e insinúa que la abundancia de oro que se producía se estaba concentrando en pocas manos.
Las aseveraciones de Safford en el sentido de que la acumulación de capital ya se estaba dando al final de la Colonia coinciden con la posición del historiador inglés Roger Brew, quien asegura que en las dos últimas décadas del siglo XVIII comenzaron a prosperar los grupos comerciales de Rionegro y Medellín7 (Brew, 2000, p. 55). Para Brew, como para Safford, el dinamismo de estos se relacionó con la minería, pero fundamentalmente con el intermediario comerciante que estableció relaciones económicas entre los diferentes mercados basadas en el oro. Esta es la clave para entender el despegue de Antioquia desde finales del siglo XVIII, mucho antes del incipiente repunt e del tabaco o del gran auge cafetero o de la industrialización manufacturera del siglo XX. El padre Finestrad tenía razón en que la causa de la pobreza de Antioquia en la Colonia era la abundancia del oro, pero no por el oro en sí, sino por su utilización. Por eso, Safford aduce que lo que Finestrad lamentaba era “la necesidad de exportar oro” y que una parte de los artículos de consumo se importaran a un costo muy alto. Por eso, ante la situación de atraso técnico y la tendencia al monocultivo del maíz, “quería una economía más equilibrada, si no autárquica, en la cual todos los artículos de primera necesidad se producirían dentro de la región a menor costo” (Safford, 1965, pp. 62-63). Y esa situación ya se comenzaba a dar en las regiones principalmente frías, y en familias inicialmente de bajos ingresos y escasa educación, aprovechando las grandes diferencias de precio entre los distintos mercados que empezaban a tener contacto entre sí. Así se explica cómo esa “élite” de comerciantes, principalmente de Medellín, contribuyó con sumas considerables a la causa de la Independencia (Brew, 2000, pp. 5-6).
Por consiguiente, existía ya a finales del siglo XVIII una incipiente acumulación de capital, basada en el oro, entre la ascendente capa de comerciantes de Medellín y de la región oriental de Antioquia. Esto hace suponer que la expansión poblacional que se produjo hacia el sur y el suroeste pudo haber sido inducida, en alguna medida, por esos intereses económicos que comenzaban a darse. Veamos a continuación en qué medida la acción política y administrativa pudo coadyuvar a ese cometido y cómo la estructura de la tenencia de la tierra se constituyó en la condición necesaria para lograrlo.
Reformas y despegue económico
En la historiografía de Antioquia se ha mencionado, casi sin excepción, el papel predominante que cumplieron algunos legisladores en el decisivo despegue social y económico que se produjo en esa provincia al final de la dominación española. Las reformas del gobernador Francisco Silvestre, con el postrero apoyo del visitador, oidor Antonio Mon y Velarde8, en verdad contribuyeron al desarrollo de las relaciones productivas y, por ende, al poblamiento de nuevas regiones y al establecimiento de colonias agrícolas. Esta política reformista no era exclusiva de Antioquia, se extendía a toda Latinoamérica y obedecía a dictámenes que provenían directamente de las Coronas española y portuguesa, más concretamente en la España de los ministros del rey Carlos III, de la dinastía borbónica, que en una continuidad colonialista interpretaban con claridad la nueva época, cuyas manifestaciones se extendían a todo el mundo conectado con los mercados internacionales. Al respecto, José Luis Romero (1984), uno de los más importantes historiadores urbanos de Latinoamérica, define el fenómeno reformista así:
La presión del mundo mercantilista sobre la península alcanzó a mediados del siglo XVIII tal grado de intensidad que los grupos más lúcidos encabezaron un movimiento para renovar la vida económica, social y cultural de ambos reinos. Fue la era de las ‘reformas’, esto es, del reajuste de las estructuras sin modificarlas, mediante decisiones racionalmente elaboradas –sobre la base de la experiencia extranjera– que desterraran los prejuicios y los sistemas consuetudinarios que impedían un desarrollo óptimo de las posibilidades.
Y más adelante afirma que, “si el campo de las reformas alcanzó a la política, fue solo para acentuar el autoritarismo” (Romero, 1984, p. 151). En sí, la posición de los grupos reformistas ibéricos obedeció a una particular interpretación del pensamiento ilustrado que había penetrado la Corona española, ya con ánimo prevenido –la guillotina había cortado cabezas en el reino vecino–, o ya con el criterio de reformar ahora, para que no cambiara al final nada. Claro que también contribuyó a propiciar un ambiente científico y, en forma indirecta, a agitar el clima revolucionario que a la postre se revirtió contra los dominadores y que fue capitalizado por los nacientes grupos criollos9. “A través de extraños canales, la reforma se transformaba en revolución” (Romero, 1984, p. 153).
En esta atmósfera renovadora relacionada con la ampliación de los mercados y las ideas, para el dignatario Francisco Silvestre –cuando asumió el primero de sus dos mandatos en Antioquia (1775)– debió resultar un verdadero desafío enfrentarse a una provincia absolutamente postrada y encerrada. Por eso, “su primera preocupación fue la relacionada con la apertura de caminos a fin de abrir la provincia al flujo comercial entre los puertos del norte y la capital del reino”. Y el primer camino que proyectó fue el que comunicara a Santa Fe de Antioquia con el río Magdalena (Mariquita y Honda) por la vía de Sonsón (Robinson, 1988, p. 24). Igualmente, los gobernantes “desarrollistas” pretendían introducir modificaciones en la administración, en los sistemas productivos y en la posesión de las tierras con el solo interés de asegurar un mejor recaudo del tesoro real10. No era posible que el saqueo fuera acaparado por unos aventureros que actuaban a nombre del Rey, pero al final a la Corona no le quedaba sino la mínima parte del botín. Al respecto, es ilustrativo el siguiente criterio que Mon y Velarde emitió con respecto a la distribución desigual de las tierras, que repercutía negativamente en la recaudación del erario:
Mi ánimo no es perjudicar a nadie; pero tampoco será justo que, por comprender un sujeto inmensidad de tierras en un registro o denuncia, acaso por cortísima cantidad que entren en cajas, quede privado su majestad de conceder tierras a cien colonos que