El vínculo primordial. Daniel Taroppio

El vínculo primordial - Daniel Taroppio


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sistemas solares, planetas. Dentro del que más conocemos hasta ahora –nuestra Tierra– observemos los sistemas ecológicos, las innumerables especies y cada una de las criaturas que lo recorren. Percatémonos de cómo estas especies han aparecido y han evolucionado hasta llegar al punto de que una de ellas comenzó a explorar el Cosmos del cual proviene, tanto a través de viajes en el Universo material como de la exploración de las profundidades de la conciencia. Y veremos que es muy difícil suponer que aquel vacío del que todo esto proviene no contenía en sí mismo alguna forma de conciencia, de inteligencia, de tendencia a la configuración y la evolución. Cuando intentamos dejar de lado todo fundamentalismo religioso o cientificista, cuando procuramos que ya no haya ninguna imagen particular de Dios ni ninguna teoría que tengamos que defender (por más que nunca logremos esto completamente), lo que aparece ante la mirada relativamente limpia y abierta es un maravilloso despliegue de configuraciones que se manifiestan por doquier, adoptando todas las formas, colores, sonidos, aromas y dinámicas que podamos imaginar y muchísimas más. Al menos para mí, pues de ninguna forma haré de esto una verdad absoluta, es muy difícil contemplar la realidad sin intuir alguna forma de principio consciente, de sensibilidad, de tendencia evolutiva y sentido, en todo lo que existe.

      Esto no significa adherir a la teoría del “principio inteligente”, según la cual se pretende unir la religión con la ciencia. Esta teoría termina encarnando todas las características del Dios mítico, en cuanto diseñador a priori de un Universo que luego se despliega siguiendo sus leyes inmutables. Por el contrario, lo que pretendo afirmar aquí es que la observación de la realidad nos muestra información, creatividad, cambio, movimiento y dinamismos por doquier, algo que al menos en mí no inspira en absoluto la impresión de que esto constituya un proceso absurdo y sin sentido alguno. De hecho, considero que llegar a esa conclusión me obligaría a forzar mi percepción e interpretación de las cosas. Nada en el mundo en que vivo me lleva a esa interpretación. Pero, claro, estoy hablando de mí mismo, no de “verdades científicas”.

      Incluso en nuestra era centrada en la mirada de la ciencia, podemos rescatar a numerosos investigadores, cuyos postulados insinúan o se refieren explícitamente a una realidad inmanente. Desde Von Leibniz en 1714 hasta David Bohm en los años 80, pasando por la visión de Whitehead, la mecánica cuántica del gran físico y místico Erwin Schrödinger, los campos morfogenéticos de Rupert Sheldrake, el pensamiento sistémico de Gregory Bateson, las “estructuras disipativas” de Ilya Prigogine, la teoría de las cuerdas, las Supercuerdas y la teoría M, y muchos otros, vemos emerger una concepción del Universo entendido como una unidad indisoluble, entretejida a partir de una matriz que trasciende los dualismos, el espacio, el tiempo y la disociación entre consciencia, materia y energía. Esta concepción emergente está muy lejos de convertirse en un modelo reconocido por la totalidad de la comunidad científica. Es muy importante que esto sea asumido por todos aquellos que nos dedicamos a la exploración de los mundos internos. Pero su crecimiento sostenido y la profundidad de sus construcciones conceptuales ameritan que sea, cuando menos, reconocida y respetada.

      No es éste el lugar para extendernos en la explicación de todos estos modelos de pensamiento, que están al alcance en sus propias fuentes. Sin embargo, en la introducción de este libro afirmé que el modelo de las Interacciones Primordiales apunta a una concepción integrada de la materia, la vida y la mente. Para ello, sólo a modo de ejemplo, podemos citar la tesis central de dos autores separados por tres siglos de evolución de la física y la filosofía: G. W. Von Leibniz y David Bohm.

      El pensamiento de Leibniz, filósofo y matemático alemán a quien debemos el desarrollo del cálculo infinitesimal (pese a que nunca pudo demostrarse con certeza si este descubrimiento le corresponde a él o a Newton), sostiene la idea de un Universo constituido por mónadas, que se distinguen entre sí por el grado de perfección con el que reflejan la universalidad de las cosas. Las mónadas, para Leibniz, no pueden influir las unas sobre las otras, de ahí la idea de una armonía universal preestablecida, elemento central de su pensamiento que hace referencia a aquello que integra la existencia de las partes aisladas.

      Si bien la tesis central de este libro se aleja profundamente de este modelo de relojes armonizados bajo un orden preestablecido, es importante, justamente por estas diferencias, señalar una similitud: la búsqueda de una realidad inmanente que se expresa en las partes separadas.

      Muchos siglos después, numerosos estudiosos de la física cuántica y relativista se han acercado a formular afirmaciones acerca de aspectos de la realidad que aún no están al alcance de la observación empírica externa y, por lo tanto, de la comprobación sistemática en el laboratorio. Por citar sólo un par de ejemplos más, cabe mencionar a Niels Bohr y al mismo Einstein.

      Una importante fuente de sustento para nuestras afirmaciones proviene de la obra del prominente físico Dr. David Bohm, quien trabajó junto a Einstein y produjo textos fundamentales en la teorías de la relatividad y cuántica.

      David Bohm desarrolló el concepto del holomovimiento, que describe al Universo como un proceso ininterrumpido y omnipresente de cambio. Tal como Heráclito lo afirmó veinticinco siglos antes, para Bohm “nadie se baña dos veces en el mismo río”. Toda estructura estable o estática con la que se pretenda explicar la realidad no es más que una pura abstracción de la mente humana. Nada hay en la realidad que pueda concebirse en términos de cosas fijas con existencia propia. Aquello que aparece como cosa, parte o evento aislado es, en realidad, manifestación de una unidad indivisible, indefinible e inabarcable. Todo es movimiento y cambio.

      Bohm concibe la existencia de lo que podríamos llamar una dimensión interior del Universo, a la que llama el orden implicado, en cuanto fuente o matriz de toda la realidad manifiesta. Todo lo que la ciencia concibe como su objeto de estudio es sólo una parte de la realidad, la realidad expresada, manifiesta, pero dentro de ésta se despliega aquello de donde todo lo que existe emerge: el orden oculto.

      En la dimensión implicada, aquello que a nivel manifiesto puede aparecer alejado o inconexo se nos muestra como expresión de una única realidad que todo lo abraza y que a todo le otorga un nuevo significado. Del mismo modo, conceptos como los de espacio y tiempo, de tanto peso a la hora de establecer conexiones causales entre las cosas y los fenómenos, pierden en parte su importancia relativa. Es decir que las cosas, los seres vivos y los acontecimientos pueden verse conectados más allá de sus contactos de proximidad temporoespacial y sólo adquieren sentido como partes de una totalidad mayor que los integra y organiza. Por lo tanto, dentro de esta concepción, el tiempo y el espacio pierden su rol protagónico en cuanto factores determinantes en la interacción de las partes. En este modelo, los diversos elementos que componen la totalidad interactúan trascendiendo las limitaciones temporoespaciales en función de un orden intrínseco y de un telos, una meta final a la que se dirigen orgánicamente. Traducido a términos muy simplificados, estas observaciones apuntarían a poder afirmar que las cosas y los eventos podrían estar “conectados”, aunque no sea posible apreciar entre ellos una relación en el tiempo y el espacio. Como veremos en otros ejemplos más adelante, dos cosas pueden influenciarse mutuamente sin que sea posible establecer entre ellas ninguna conexión local, es decir, sin que estén en contacto en el espacio y el tiempo tal como los conocemos.

      Estos planteos tienen consecuencias extraordinarias en la búsqueda de una comprensión de fenómenos tales como la vida y la consciencia, y es fundamental en nuestra concepción de la mente y la comunicación humana.

      Para Bohm, lo biológico ya no puede ser comprendido como un simple derivado de la materia inorgánica o incluso de su simple complejización. Dentro del holomovimiento, lo orgánico y lo inorgánico se tornan incluso indistinguibles, convirtiéndose en recortes en gran parte arbitrarios de una única realidad, emergente en su totalidad indivisible de una misma Fuente primigenia. En la materia inorgánica la vida estaría implicada, aunque aún no manifestada.

      Desde la perspectiva de Bohm, la materia y la mente emergen por igual del orden implicado, y por lo tanto consisten en una unidad que sólo puede ser separada mediante abstracciones.

      De esta manera, Bohm parece estar describiendo un Universo sugestivamente similar a un organismo vivo y consciente que, por lo tanto, jamás podría ser comprendido mediante la mera aplicación de


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