La conjura de San Silvestre. Antonio Jesús Pinto Tortosa

La conjura de San Silvestre - Antonio Jesús Pinto Tortosa


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parece justo que te pongas a la defensiva. En el fondo, ¿qué he venido yo a hacer? ¿Pedirte cuentas, tras un silencio tan prolongado? Pero recuerda que siempre fui tu amigo y que jamás quise que te ocurriese ningún mal. Sacrifiqué mi propia vida para salvar tu reputación.

      Ahí había tocado mi fibra sensible, de modo que no me quedó más remedio que bajar la guardia y disponerme a aceptar sus consejos.

      —Te escucho —susurré entre dientes.

      —El panorama nacional está muy revuelto, Pedro. El Partido Moderado tiene los días contados: con Sartorius al frente, se va a descomponer a una velocidad insospechada y no podrá regresar al poder como tal nunca más. Si vuelve —aventuró—, será como algo nuevo, y ahí el general O’Donnell tiene mucho que decir. Lo que ocurre es que el irlandés es muy listo, y sabe que el tiempo de las conspiraciones de salón ha pasado. Hace cinco años, Francia mostró el camino a seguir a las masas enfurecidas contra los abusos de la élite burguesa, y nos ha traído la semilla de la democracia. Esta última es la única amenaza seria a las aspiraciones del bando de O’Donnell. Por eso Sotomayor, que es hechura del general, requiere tus servicios: eres el infiltrado perfecto, porque no tienes nada que perder, y eso te convierte en una víctima propiciatoria inmejorable. Si los demócratas descubren tu juego, reaccionarán; y créeme, no todos secundan la diplomacia como manera de enfrentarse a sus adversarios políticos. En las filas del partido hay gente exaltada, salida del lumpen de esta ciudad, dispuesta a todo con tal de conseguir lo que se propone. De modo que si te dejas el pellejo en la empresa, no hay riesgo ninguno, porque nadie te va a llorar. ¿Recuerdas el símil que te contaba antes, refiriéndome a los caminos de la justicia? Pues tú representas al pobre desamparado y desgraciado que no tiene quien le defienda.

      Un sudor de desconcierto bañaba mi frente:

      —Otra vez, sin comerlo ni beberlo, te has convertido en la marioneta de Ramón Sotomayor. Y lo que es más grave…

      ¿Aquello no era todo?

      —Te ha pedido que vigiles a los progresistas, y seguramente te acabará exigiendo que también establezcas un estrecho cerco sobre cualquiera que piense de modo diferente a él. Ese es el peligro de personas como el expresidente de la Audiencia de Granada: su visión del mundo se reduce a un «o conmigo, o contra mí». Vas a ser la cara visible de sus largos tentáculos para todo el mundo. Si su causa triunfa, compartirás las mieles del éxito con él; ahora bien, amigo, como fracase, las aves de presa no tardarán en precipitarse sobre tus despojos. Y nadie llevará flores a tu tumba…

      Caí derrumbado en la cama. ¿Era posible? ¿De tal modo me había dejado engatusar una vez más? ¿Acaso nunca iba a aprender? Su mano, palmeando mi espalda, me trajo la serenidad:

      —Salvo yo mismo. —No miento si digo que respiré con mayor fuerza cuando oí aquella confesión—. La fortuna ha querido que nos reencontremos, para bien de ambos. No te voy a dejar caer, aunque sea, esta vez sí, lo último que haga, Pedro.

      Me temblaba el mentón, movido por la emoción del momento:

      —Pero tienes que seguir mis instrucciones al pie de la letra, sin rechistar.

      Solo pude asentir, porque iba a romper a llorar de un momento a otro y, en mi egoísmo, aún pugnaba por mantener la compostura:

      —Te voy a hacer otro encargo: vas a vigilar a Sotomayor. ¿Ves qué bien? ¡Ya te has convertido en espía de toda la clase política española!

      No pude evitar prorrumpir en una sonora carcajada, provocada por los nervios:

      —Habrás de ver a los demócratas, y mañana mismo, a primera hora, durante el desayuno, te proporcionaré las señas de Manuel María Aguilar. Que esa sea tu primera parada, e informa raudo y veloz a tus jefes de lo que allí observes. Ahora bien, ándate con ojo e intenta que no descubran tus intenciones, o vas a salir trasquilado de su cuartel general.

      Agarré mi cuaderno y comencé a tomar nota de los pasos que él me iba indicando.

      —Respecto al progresismo, presta mucha atención a todos los que sobrevuelan en torno al cadáver del conde de San Luis, empezando por Salustiano de Olózaga y acabando por Espartero.

      Di un respingo al oír aquel nombre. ¿El duque de la Victoria?

      —Sí, Pedro, sí —me confirmó Castillo, seguro—. No puedo darte más detalles de momento, pero el de Luchana está bastante empantanado en una empresa que puede acarrearle muy altos beneficios. Llegarás a él a través de otras filas del progresismo, pero resérvate ese movimiento para la segunda fase de las operaciones. Comienza por la izquierda, por los demócratas, y ve desplazándote poco a poco hacia el ala conservadora del panorama político.

      Asimilé la información y proseguí tomando nota mental de cada paso:

      —Acude puntualmente a O’Donnell y mantén las distancias con él: ten la seguridad de que él te vigila tanto como tú vigilas a sus enemigos. Aun así, intenta atraer su atención por tu buen trabajo. De lo contrario, serás un instrumento solo en manos de Sotomayor, pero si el general aprecia tu labor, se fijará en ti demasiado como para que don Ramón disfrute de tu posesión en exclusividad. Eso no le va a gustar, pero será incapaz de traicionar o contradecir a su jefe. Así que conseguirás colocarte en una posición más segura.

      Parecía próximo a concluir.

      —Y por último, mantén una apariencia transparente con tu superior. Dale detalles cumplidos de todo, acude al Gabinete de Presidencia cuando se te requiera… pero mantén siempre el rabillo del ojo fijo en tu espalda. Sotomayor no es nada de fiar.

      Le hablé de mi conocimiento con Cánovas, que consideró un momento antes de concluir:

      —Sí, puede ser también una baza a tu favor. —No parecía demasiado convencido—. Es muy inteligente y cordial, y sabe detectar cuándo la gente es cumplidora. Llegado el momento, será otro elemento en tu defensa que, sumado al propio don Leopoldo, dejará a don Ramón en minoría. Mejor para ti. Y lo fundamental: cada dos días, tú y yo nos encontraremos para que me cuentes el avance de tus trabajos. No puede volver a ser aquí: ya me ha costado convencer a la dueña de la necesidad de subir a tu cuarto para revisar un desperfecto. Te haré llegar una nota cada mañana sobre nuestro sitio de encuentro, que cambiará cada vez, y así iremos diseñando la estrategia de acción, ante el futuro incierto que amenaza al país.

      Acabé de tomar unas anotaciones y me quedé mirándolo, fijamente.

      —Ahora estamos de nuevo juntos —sentenció, incorporándose y dirigiéndose hacia la puerta—. Y nada nos va a separar, te lo prometo.

      Antes de abandonar la habitación, recortado ya contra el marco de la entrada, se giró y me guiñó el ojo derecho, el mismo que cubrió nuevamente con su parche antes de salir y regresar a sus quehaceres, dejándome sumido en un mar de dudas.

      5. Democracia es pueblo

      Hasta ahora, los días habían transcurrido sin demasiado ajetreo y habíamos llegado a la víspera de Navidad. En algún momento, durante los ratos de soledad de que disfrutaba en mi alcoba, la debilidad me había asaltado y había concebido la posibilidad de comprar billete en una diligencia hasta Granada. Así podría pasar la Nochebuena con mi padre y ver a mi hijo, con quien era fundamental tomar una decisión: o recuperaba el tiempo perdido y retomaba el protagonismo en su vida, o me alejaba de él para siempre, renunciando desde ya a reclamar en adelante un lugar que él jamás me concedería en el futuro. En estas cavilaciones había ido pasando las hojas del calendario, hasta que tuve demasiado poco tiempo de reacción como para poder encaminarme a ver a mi familia. Intentando tranquilizar mi conciencia, redacté una carta al pequeño Antonio y otra a mi padre, y seguí enfrascado en mi labor.

      En realidad, poco me requerían mis ocupaciones al servicio de don Ramón Sotomayor y el general O’Donnell. Mi trabajo se había limitado a ir citándome con esta o aquella figura, para conocer los vientos que soplaban en el panorama español, en dar cuenta a mi empleador y, cada semana, acudir


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