Zipazgo. Luis Eduardo Uribe Lopera

Zipazgo - Luis Eduardo Uribe Lopera


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Podían seguir secuestrando, robando y matando en sus regiones en nombre del pueblo, pero jamás debían tocar la capital, a los gemelos y sus familias, a sus asociados, a sus delfines, a los empresarios, a los altos mandos del ejército, y a nadie que tuviera relación con el gobierno, ya fuera nacional o extranjero.

      —Cualquier salvedad a esta directriz solo puede ser ordenada por nosotros —aclaró en su momento Celesto a Melquiades, encargado de concretar los negocios oscuros del reino.

      Con el pacto, los bastardos sintieron que por fin alcanzaban lo que por derecho de sangre les pertenecía y ambicionaban tener desde que se reconocieron como hijos de las tarquinadas de los patriarcas de la oligarquía. Por su parte, los gemelos se libraron de tener que explicar ante propios y extraños el abandono eterno de las periferias, de justificar la anodina inversión social en las regiones en conflicto y de rendir cuentas sobre los dineros del erario desaparecidos en la maraña de contratos para, supuestamente, superar el atraso económico y la miseria que los demonios y bastardos dejaban a su paso. Si por fortuna encontraban petróleo o algún otro recurso importante en las regiones olvidadas, Celesto y Escarlato garantizaban una buena participación para sus parientes ilegítimos a través de alguna argucia ventajosa para ambas partes. La guerra garantizaba el abandono, y el abandono justificaba la guerra, era el perverso ciclo de la componenda.

      Los avances y cambios que trae el tiempo llegaron con negocios nuevos y generaciones perversamente ambiciosas. Los bastardos no tardaron en volverse ricos y poderosos, y se atrevieron a invadir zonas no incluidas en el acuerdo inicial. Los gemelos y su estirpe olieron la amenaza. Por un tiempo el arreglo beligerante quedó al garete, con violación de sus condiciones aquí y allá, especialmente por cuenta del novedoso y rentable negocio de los aucitas, el clan que explotó la mercancía demanda desesperadamente por consumidores norteños. Era un negocio turbio, clandestino, pero muy lucrativo para todos, incluidos los banqueros del Club. Surgió una espontánea, oscura y tormentosa relación entre los bastardos, los aucitas y los notables.

      El auge y riqueza del próspero negocio los embotó primero y emponzoñó después. Las ambiciones de unos y otros derivaron en un enmarañado conflicto que corrompió el acuerdo de guerra original. Los gemelos no tardaron en sospechar que la inesperada situación era un juego peligroso que amenazaba su poder. Si los hermanos ilegítimos no corregían su andadura, si no regresaban al aparente principio ideológico antagonista al CDE que justificaba su rebelión, se verían obligados a atacarlos sin misericordia con la aquiescencia del Club. No querían matarlos por temor a la reacción de esa fracción del populacho que los veía como protegidos de los demontres, pero no dudarían en hacerlo si no retornaban al principio inspirador que condujo al pacto de guerra. Era mucho dinero y poder el que ostentaban por cuenta de la mercancía alucinante, y necesitaban a sus hermanos ilegítimos para mantenerlo encarrilado. La confrontación interna se salió de madre. El conflicto estaba lejos de un arreglo provechoso. Los bastardos de los bastardos se multiplicaron y refundieron con los aucitas y estafetas regionales de los gemelos, en una bacanal de dinero y poder que corrompió cada estamento del reino de una manera que nadie imaginó cuando empezó. La situación demandaba un nuevo y audaz acuerdo, y el de paz era el más lucrativo para los nuevos tiempos.

      La actual mutación de Celesto y Escarlato es la más versátil y peligrosa conocida en doscientos años de reinado, una especie de híbridos sobrenaturales e imbatibles. Una mixtura indefinible a primera vista. Algunas veces policromáticos y otras monocromáticos, aunque ellos juran que siguen siendo los mismos desde que nacieron. Son tan peligrosos y astutos, que convirtieron su acuerdo de guerra en el reconocido galardón internacional de pacificación instituido por el Club. Unas veces son admirables y otras abominables a ojos del populacho. El pueblo está cambiando, y ellos pretenden mutar de nuevo para adaptar los cambios a su favor. La mitad de los habitantes duda de las verdaderas intenciones y consecuencias del acuerdo con los bastardos, y la otra grita candorosa: “Por fin llegó la paz”. Poco a poco la discusión ha tornado a confrontación con agravios verbales y físicos. La violencia se recicla por enésima vez. Históricamente, cuando la situación luce apocalíptica, Celesto y Escarlato se tornan más peligrosos y sus mutaciones suelen ser más perversas que las anteriores. Nada en Zipazgo es al azar.

      Por su parte, los espurios son violentos, arteros, ambiciosos y arrogantes por naturaleza. La intención del Club y los gemelos de sentarlos al lado del trono es indescifrable para la gleba. Además, los bastardos de los bastardos aprendieron a comer de la guerra y a enriquecerse con la mercancía traficada por los aucitas. Saben que los vecinos del norte consumen asiduamente el producto, y por nada del mundo cederán el rentable negocio. Una nueva generación de rebeldes más ambiciosa que sus padres surgió para atizar los males.

      El comienzo del fin está marcado por el falaz acuerdo y su hipócrita galardón. Conocer los doscientos años de viaje que condujo a Zipazgo hasta este puerto de la historia puede resultar útil para entender el porqué de su destino. Veamos.

      Celesto y Escarlato son hijos de un poderoso comerciante capitalino. Un aristócrata criollo descendiente de un traficante invasor que, junto con sus socios locales y extranjeros, financió la dilatada campaña de liberación de Zipazgo. El patriarca tuvo éxito en la empresa independentista, no tanto por su valentía, sino por las componendas con los oportunistas prestamistas de Tamasia, por aquellas calendas rivales abiertamente declaradas de los colonizadores. A los opulentos capitalinos, explotadores de las riquezas en nombre del rey invasor, les urgía zafarse del desventajoso yugo colonialista para potenciar sus arcas. Otros, con menos linaje, arriesgaron sus vidas en el frente de batalla, en las húmedas selvas y agrestes montes que devoraron amigos, familiares y sueños. Héroes que sobrevivieron para caer asesinados por mano de los implacables traidores que un día fingieron ser sus aliados incondicionales.

      Los gemelos nacieron misteriosamente contemporizados. No se llevaron ni una milésima de segundo. Una siniestra casualidad que casi le cuesta la vida a su madre, desgarrada por las aviesas cabezas de sus empedernidos críos. Ambos asomaron sus molleras a la par, como résped bifurcada de víbora. Un tartáreo fenómeno que ha pagado muy caro la gente de Zipazgo. Al parecer, este macabro prodigio de la naturaleza, ese parto simultáneo, ha hecho que se sientan como semidioses. Lo peor es que una buena parte del populacho los adora como a tales, alimentando el maléfico mito por migajas o corruptela. Mudan su piel como serpientes y se aclimatan a cada tiempo y ambiente. Son como camaleones inmortales y perversamente versátiles. Muchos creen que, más que una ilusión o mito, ellos tienen la fabulosa capacidad de metamorfosearse y regenerase con los años. En buena parte de las regiones se cree que encarnan a los dioses, y en otras que a los demonios. Todo gracias a que son como células; tienen la enigmática capacidad de refundirse en uno solo según las circunstancias de gobierno, y mediante una especie de mitosis escindirse de nuevo en dos, o si lo requieren en tres o más seres con apariencia diferente o igual, según convenga.

      Junto con su privilegiada descendencia y parásitos asociados, se arrogaron el derecho a imperar sobre la vastedad del reino, sus recursos y el pueblo. Son perversos y solapados por naturaleza. El hecho de que sus cabezas jugosas y viscosas lubricadas con los loquios sanguinolentos del parto surgieran al mismo tiempo, y que reptaran frotándose uno contra otro hasta ser expulsados aparejados, más que un prodigio, es una espeluznante metáfora de sus vidas. Planean y ejecutan sus acciones juntos, y están en permanente competencia, al menos en apariencia. Atendiendo la eufemística jerga introducida al mundo por el Club para tratar la disfuncionalidad social y familiar, ese elegante léxico que adorna los fracasos premeditados o no de la democracia, los de su estirpe son sin duda los mejores intérpretes del falaz lenguaje democrático en Zipazgo. Ellos siempre están representando el papel de antagonistas que se odian a muerte y mueren por el pueblo. El propósito de esta elaborada comedia es mantener el control sobre el populacho vendiendo la farsa de los opuestos, de abanderados de la parte que se cree vulnerada por los engaños de la otra. Con el tiempo, y la proliferación de gorrones adheridos a uno y otro, se inventaron la moda de la tercería para engrupir el sector de la gleba que no se filaba con Celesto o Escarlato.

      La centenaria historia que documenta la aparente y lucrativa enemistad entre los gemelos se manifestó desde la niñez. Muy temprano descubrieron los beneficios de ser como dos gotas de agua, una condición


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