El capitaloceno. Francisco Serratos

El capitaloceno - Francisco Serratos


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las fuentes de Roberts, en 1505 nadaban aproximadamente en esa zona 7 millones de toneladas de bacalao y, para el año de la moratoria sólo había 22 mil toneladas de ese pez: 1% de la población prístina. Esta disminución ha propiciado el crecimiento de la acuicultura al grado de ser la que más ha crecido en el sector alimentario y cada vez se diferencia menos de las procesadoras de carne en cuanto a la forma en que operan y contaminan. Este último punto es crucialmente peligroso debido a que las enfermedades en los ecosistemas acuáticos son más difíciles de controlar porque la exagerada utilización de antibióticos que se filtran y contaminan otras especies. Asia es el continente en el que la acuicultura ha capturado el mayor mercado, particularmente China, la cual ha cultivado la práctica desde hace siglos; este continente representa 89% de la producción global en 2016.

      Resulta increíble que los océanos, cuna de la imaginación desbordada, estén llegando a un límite al grado de convertirse en una amenaza debido, por un lado, a la sobreexplotación ya no solamente de la vida marina, ahora también de minerales como el petróleo y, por otro lado, por el crecimiento de su inmensa masa acuática causada por calentamiento global, sin olvidar la imparable contaminación de plástico. Conviene desmenuzar cada uno de estos factores para entender el grado de la amenaza.

      Primero, la explotación de minerales en la profundidad de los océanos es una nueva frontera que el capitalismo apenas está abriendo y abarca desde las orillas hasta las profundidades. Por ejemplo, la arena es uno de los recursos más extraídos del mundo; de acuerdo con un reporte de 2018, es el recurso más demandado después del agua debido al auge de la construcción, sobre todo en China, lo que destruye playas, modos de vida humana, animal y vegetal. En cuanto a energéticos, los océanos son los nuevos Medio Oriente, Texas y Venezuela: «se han otorgado licencias mineras exploratorias para más de 1.3 millones de km2 del fondo marino en áreas más allá de la jurisdicción nacional» y se espera que las regulaciones de explotación continúen aprobándose, dicen los autores de «The Blue Acceleration». Agregan que casi 70% de los principales descubrimientos de depósitos de hidrocarburos entre 2000 y 2010 ocurrieron en alta mar y, en la medida que los campos de aguas poco profundas se agotan, la producción se está moviendo hacia mayores profundidades. Las plantas desalinizadoras también son un problema porque su propagación se debe a la escasez de agua dulce causada por la urbanización y contaminación de ríos: «las instalaciones de desalación en todo el mundo son alrededor de 16 000 con una capacidad global de más de 95 millones de metro cúbicos por día». La desalinización del agua de mar representa el mayor volumen (59%), seguida de agua salobre (21%) y otras aguas menos salinas.

      Y en cuanto a otros recursos minerales, existe la idea de una cornucopia similar a la del siglo XVI: las aguas internacionales, que cubren más de la mitad del fondo marino mundial, contienen minerales más valiosos que todos los continentes juntos, según la revista The Atlantic. En el Pacífico hay abundancia de níquel, cobalto y manganeso como pocas minas en cualquier continente y los grandes consorcios mineros, usando tecnología algorítmica diseñada por Google y Amazon, como ya es utilizada en minas continentales, prometen mapear centímetro a centímetro cada rincón oscuro de la profundidad de los océanos para extraer estos minerales. Ya existe toda una tecnología robótica estudiando los minerales hasta una profundidad de 5 mil metros, mientras que las concesiones de exploración continúan expandiéndose, algunas de hasta 72 mil kilómetros cuadrados. La canadiense Nautilus Minerals, la primera en explorar los lechos marinos, cuenta con enormes vehículos de operación remota, tipo Transformers, capaces de operar a una profundidad de mil quinientos metros para extraer cobre, zinc y oro a una velocidad de 3 mil toneladas por día. Las consecuencias son aún incalculables, pero sí imaginables: la destrucción de los mares desde sus entrañas hasta alcanzar las ciudades costeras. Algunos efectos ya son palpables a la vista, como el crecimiento del nivel de los mares debido a dos fenómenos llamados «eustatismo», que es el incremento de la masa acuática debido al calentamiento de la atmósfera que los océanos absorben y por esto se expanden, y la «isostasia», que es provocada por factores geológicos como terremotos, cambios en las placas tectónicas y derretimiento de glaciares. Aunque la isostasia ha sido endémica en la larguísima historia del planeta, hoy día coexiste con el eustatismo: el calentamiento de la atmósfera derrite el hielo de los polos y esto genera un acelerado incremento del nivel del mar. Por ejemplo, si se derritiera todo el hielo de Groenlandia, que comprende unos 4 550 kilómetros cuadrados, los niveles crecerían hasta siete metros. Esto sin contar el de otras regiones como la Antártica.

      Para que ocurra una tragedia, sin embargo, no es necesaria tal altura del nivel del mar porque algunas ciudades ya comienzan a sentir las mordidas del océano. Shanghái, el centro financiero de China con aproximadamente veinticinco millones de habitantes, se ha hundido bajo el agua dos metros en todo el siglo XX, comenta Fagan en The Attacking Ocean, y su hundimiento conlleva otros problemas, como la erosión por falta de sedimentos que ahora se quedan atorados en la monumental Presa de las Tres Gargantas del río Yangtzé. Si acaso los niveles del mar crecen medio metro, señala Fagan, inundaría 855 kilómetros cuadrados de Shanghái; si crece un metro, la ciudad en su integridad quedaría bajo el agua. Pero esta sólo es una ciudad de tantas en el planeta: poco más de doscientos millones de personas viven en ciudades con una costa menor a cinco metros del nivel del mar. Ho Chi Min, Bangkok, Bombay, Alexandria, Basra (Irán), Yakarta, Lagos, Manila, Bangladesh, Londres, Houston, Miami, Río de Janeiro: ciudades portuarias que en su momento sirvieron para transportar humanos, voluntaria e involuntariamente, mercancías y animales y que ahora, víctimas de la misma lógica capital que las fundó, corren el peligro de convertirse en un museo marino.

       1883

      Para hablar de la relación entre extinción y sociedad, es necesario volver a un punto ya presentado anteriormente, y que es el relato de la división entre naturaleza y sociedad narrado por Moore y Patel. Esta división es desde luego una visión eurocéntrica porque surge en un periodo decisivo en la historia del colonialismo y el surgimiento del capital que permitió, en primer lugar, la construcción de los enormes imperios español y portugués, y en segundo lugar, la esclavitud de nativo-americanos y africanos. El relato, también, se narra desde los europeos no porque hayan sido superiores —China en ese siglo era entonces mucho más rica y poderosa que cualquier nación europea— sino por una simple idea con la que pudieron refundar su interacción con el resto del mundo; a saber, la violenta escisión entre naturaleza y sociedad, entre los considerados meros recursos y los dueños de ellos. Para los autores mencionados, esta idea se comenzó a formar desde lo práctico —los viajes de exploración, la imposición de un sistema económico— hasta lo filosófico y religioso. Por ejemplo, una parte importante de la colonización de América fue el proyecto de evangelización ya fuera por medios pacíficos o bélicos. Recuérdese las palabras del jurista Hugo Grocio, neerlandés que vivió durante la guerra entre su país y el imperio español y la sorprendente expansión comercial por medios marítimos de la Compañía Neerlandesa de las Indias Orientales en el siglo XVII. El pensamiento de Grocio justificaba, a través de sus ideas religiosas, la colonización de países africanos o americanos porque los pobladores de estos eran «bestias» para los que la piedad de Dios ya no tenía paciencia: «la más justa de las guerras», escribió en De iure belli ac pacis, «es la que se emprende contra las bestias rapaces, y luego le sigue la que es contra hombres que son como bestias». Los humanos no-europeos y paganos son colocados en el mismo nivel que los animales en la gran cadena de los seres. Esta «guerra justa» (bellum justum), como le llamó, producía algo elemental para el sistema económico incipiente, que eran los esclavos. Después de todo, justificándose en Aristóteles, Grocio dijo que «algunos hombres son esclavos naturales, es decir, creados para ser esclavos, y algunos países tan lo son debido a su temperamento que incluso ellos mismos saben mejor obedecer que comandar».

      Otro filósofo europeo que aportó argumentos para la separación entre naturaleza y sociedad fue, como expliqué previamente, René Descartes. Según Moore y Patel, a él le debemos dos conceptos de la ecología capitalista al separar la mente del cuerpo y categorizar el mundo entre res cogitans y res extensa. La primera se refiere a los humanos pensantes, mientras que el resto de la realidad era la segunda parte. Pero no todos los humanos en el sistema cartesiano


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