Los límites del segundo. L.E. SABAL

Los límites del segundo - L.E. SABAL


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permitió sacar a Aldemar en treinta minutos. Las vueltas de la vida: mi primo era ahora el segundo a cargo de inteligencia militar.

      —Oiga, primo, su amigo es un mechudo y mariguano, no joda. Pero vale, el hombre está limpio, solo le pillamos unos gramos de hierba. ¡Cambie de amigos, primo!

      Nico me contó que se metieron en las habitaciones y esculcaron todo. Atraparon setenta y ocho estudiantes sin razones aparentes.

      —Esto es arbitrario, primo, usted lo sabe.

      —Pero fíjese, primito, ahí tenemos al menos seis cachorritos seguros, guerrilleros urbanos, infiltrados, no son estudiantes. Fresco que el lunes soltamos a los demás. Nos vemos, primor de primo. ¿Cuándo nos tomamos una cervecita? En cuatro días me voy para la Guajira de comandante, llámeme, primo.

      Nos abrazamos y salí de allí. Ahí en la puerta estaba esperándome Aldemar, despelucado y con varios moretones en la cara.

      —Gracias, hermano. Y me abrazó conmocionado.

      ***

      Como por milagro, Aldemar cambió de inmediato. Se recortó la barba, se veía más joven. También se cortó el pelo casi al ras, parecía otra persona. Simultáneamente dejó sus chaquetas caqui y su famosa mochila.

      —Hermano, ¿qué le hicieron en la cana? ¿Le cascaron en el cerebro?

      —Esa joda me puso a pensar mucho, Julián, estoy cambiando vainas en mi vida.

      —¿Va a dejar la marimba, mano?

      Y riendo estrepitosamente me respondió.

      —Poco a poco. ¡No se pase, hermano!

      ***

      Ahora me reunía más con Aldemar y su combo. Todos celebraban sus cambios físicos. De verdad que lucía muy bien. Aprovechando su nueva cara se lanzaba coqueto con las chicas. Se notaba también su liderazgo en el grupo.

      Dos chicas llamaron mi atención una tarde de rumba, eran el alma de la fiesta y todos les hacían rueda para compartir. Sus comentarios eran mordaces y alegres, juntas eran una bomba. Las carcajadas no cesaban en su entorno. Eran Fabi y Elena, a veces se juntaban con Rafico, actor en ciernes, estudiante de filosofía. Todo un circo.

      Ambas eran vallunas, Fabi estudiaba economía, recogía su cabellera rubia en un moño o en una cola de caballo. Sus ojos grandes y expresivos parecían invitar al disfrute. Alta y bien formada, de amplia sonrisa, una hembra. Elena era menudita y trigueña, bien proporcionada y muy bella para mi gusto. Estudiaba letras y literatura, se notaba muy cultivada. A simple vista la prefería a ella, Fabi se me antojaba una mujer fuerte de espíritu libre, no me sentía listo aún para esta mujer. Cuando por fin cesó el asedio me acerqué a ellas, me conocían. Me hablaban con frescura como si fuéramos viejos amigos. Alguien se llevó a Fabi a bailar y me quedé solo con Elena. Sin sus panas a su lado se tornó tímida y tranquila, su voz era como un hilo. ¿Era esta su estrategia de seducción? Bailamos y no nos separamos hasta el final de la fiesta, eran las tres de la mañana. Me ofrecí a llevarlas hasta las residencias, ella se sentó a mi lado. Fabi iba atrás francamente dormida. Sin decir una palabra, Elena me besó antes de bajarse. Fue un beso largo y apasionado, luego se bajaron del carro y entraron al edificio, ambas se despidieron agitando sus manos.

      —¡Chao, nos vemos!

      ***

      Los viajes mensuales a la finca se cumplían como estaba acordado. Ahora iba solo casi siempre, mi tía se había liberado de este trabajo. Cada día aprendía más del negocio con la ayuda de los dos capataces. Montados a caballo inspeccionábamos cada aspecto de los sembrados, ellos conocían todo, eran maravillosamente sabios por su cultura ancestral. Los trataba con mucho aprecio como compañeros de trabajo, ellos se mostraban cómodos conmigo. Había mucho por hacer, la finca estaba mal explotada.

      En Bogotá me inscribí a los cursos de la Caja Agraria y de los cafeteros. Aldemar me secundaba en los cursos, era un amante de la naturaleza y también quería aprender. Con el tiempo, iría conmigo a la finca en muchas ocasiones.

      Ahora siempre tenía dinero disponible, mi tía fue muy generosa y me asignó una buena suma mensual. Los ingresos familiares se habían incrementado y eso la tenía muy satisfecha. Mi abuela había cumplido ya los noventa y un años y aún seguía en pie, cuando se enteraba sobre la finca se miraba con mi tía en señal de aprobación.

      —¿Sí, ve, hija? Yo le dije que el chino tenía madera, ese es mi nieto —se ufanaba.

      ***

      Lenita y yo éramos una extraña pareja, no era realmente mi novia, desaparecía por semanas sin ninguna explicación, era una mujer libre. Habíamos tenido sexo un par de veces, pero no había sido grato, ella sufría interiormente por alguna razón, y siempre lloraba al terminar, era un sexo triste. Cuando estaba de buen humor era otra persona, cambiaba totalmente cuando estaba con Fabi.

      Lo mejor del combo de Aldemar eran las rumbas que se inventaban. Había de todo en ellas, comenzaban con mucho humo y seguían con aguardiente, se discutía sobre temas diversos: cultura, música, política. Se escuchaba a Serrat, la nueva trova, y la bossa nova, en la medida que subía el ánimo se pasaba sin ninguna transición a Santana, a Led Zeppelin, y los Stones. De pronto como un estallido explotaban la salsa y el merengue, la parranda llegaba a su clímax. Mi pareja favorita era Fabi, éramos grandes amigos y nos sentíamos bien en el baile. Era muy alegre y divertida, me atraía mucho, pero manteníamos la distancia.

      —¡Oiga, hermano, usted sí es muy de buenas, ya pasó por la chiquita y ahora va por la grande! —me gritaba Aldemar ya borracho.

      —No sea huevón, hermano, vámonos ya.

      En veladas como esta y en otras Aldemar dormía en mi casa. La habitación de huéspedes siempre estaba disponible para él.

      —Quiero pedirle un favor, hermano —le dije el día siguiente de una noche de rumba—. Pienso ir a Cartagena en agosto a visitar a la familia, y como sé que usted nunca sale le quiero pedir que me remplace un fin de semana y vaya a la finca. Solo se da una vuelta y ya. Después me cuenta, yo lo recompenso cuando vuelva.

      —De acuerdo, así me gusta. Ya es hora de ir entrando en los negocios. A propósito —me dijo bajando la voz—, yo también lo voy a necesitar a usted. En noviembre se elige el nuevo rector de la universidad, mi gente está muy comprometida con el decano de mi facultad y queremos ayudarle.

      —¿Ah? ¿Y yo qué puedo hacer? ¿Y a usted de qué le sirve esa vaina?

      —Yo voy bien ahí, usted solo tiene que acompañarnos, aunque no lo crea usted es muy popular en la U.

      ***

      La noticia de la muerte del tío Carlos nos llegó repentinamente, un infarto lo fulminó mientras jugaba una partida en el club de ajedrez. Simplemente se derrumbó sobre la mesa. Con mi tía acompañamos a las tías viejas a las exequias, había mucho pesar en la casa. El tío era el único hombre de la familia, las tías viejas quedaban solas ahora. Los paseos y la diversión estaban suspendidos indefinidamente, el tío era el menor de todos, sus hermanas presentían tiempos difíciles.

      La mansión de las tías viejas era enorme: un gran salón amoblado al estilo francés se abría desde la puerta de entrada, estaba atestado de vitrinas con finas porcelanas y otros adornos, la mayor parte de estos traídos de múltiples viajes al exterior. Cuadros antiguos y platería colgaban en las paredes, la ostentosa exhibición debía costar una buena fortuna. Más allá, al fondo, un gran comedor del mismo estilo, estaba siempre vestido con ricos manteles y bordados. Afuera, en el patio interior, una pequeña casa para su dos empleadas y el hijo de una de ellas rodeada de un bello jardín bajo un gran brevo protector.

      Muchas veces me pregunté cómo mis parientes pudieron vivir con tal prosperidad y mi familia no. ¿Por qué se olvidaron de nosotros? Me propuse visitarlas con más frecuencia en adelante, tal vez mi suerte hasta ahora comenzaba.

      7

      Regresé


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