Los límites del segundo. L.E. SABAL

Los límites del segundo - L.E. SABAL


Скачать книгу
con ellas, mis dos primeros sobrinos, a quienes no conocía.

      El encuentro fue emocionante, todos nos abrazamos y lloramos un poco, encontré a mi madre más vieja, los años la habían golpeado con fuerza, pero ella se mostraba airosa como siempre.

      La primera sorpresa me la dio el Segundo, estaba completamente completamente pavimentado con sus andenes perfectos, bien terminados. Parecía otro sitio, no más huecos, ni charcos, ni piedras regadas por todas partes, no más polvo ni basura al frente de la casa.

      —¡Y tenemos alcantarillado! ¡No más diablos, ni inundaciones de mierda! —exclamó mi hermana menor y todos reímos escandalosamente.

      —¿No está mi hermano en casa?

      —Mijo, él se va temprano y vuelve tarde, entre la universidad y la novia no deja tiempo para nada más. Está muy contento con su llegada, creo que ya le tiene programa armado.

      —Uy, pero usted qué come por allá, mijo, se ve más grande, fornido. ¡Qué pinta! Ahora sí parece un hombre, cuídese de todas las vecinas —exclamaban mis hermanas.

      Los niños gritaban y corrían detrás del perro, todos hablaban al tiempo, había mucho ruido.

      —¿Qué ha pasado aquí, madre? ¿Por qué no han hecho nada para arreglar la casa? ¿Dónde están sus esposos y mi hermano, que no han podido pintar ni una puerta?

      Mi madre me abrazó y trató de explicarme.

      —El esposo de Leo se fue, se separaron, ya no está aquí, su cuñado está en la universidad, viene más tarde. Las obras de la calle costaron caras y aquí, mijo, lo sabe, únicamente yo tengo un sueldo, pero tranquilo, disfrute su descanso y ahí vamos viendo.

      Desconcertado obedecí, no había venido a armar problemas, tendría que pensar con calma. Por la tarde llegaron mi hermano y mi cuñado. Ordenamos pizza y tomamos cerveza, todos reunidos en la sala reímos y contamos anécdotas, era tiempo de divertirse. Los días siguientes me dediqué a visitar la ciudad, quería caminar sus calles, respirar su ambiente. Recorrí los sitios históricos como un turista más. Fui a la playa a disfrutar del mar.

      Por la tarde hacía una siesta larga, luego me levantaba reconfortado, mi madre me halagaba con sus mimos y me invitaba a comer fritos o me compraba las panochas que tomábamos con Kola. Yo la llevaba a caminar conmigo por el barrio admirando de nuevo sus bellas mansiones; íbamos también al malecón que bordea la bahía, y nos sentábamos a conversar observando el magnífico panorama. Le conté a mi madre algunas cosas de mi vida con mi tía y mi abuela. Ella, comprensiva, me escuchaba atentamente.

      —Cómo me alegro de que se haya acoplado tan bien allá con la familia. Ojalá siga progresando y pueda ayudar a sus hermanos, ellos no tienen la culpa de nada, a ellos les ha tocado dura la vida.

      —Cierto, madre, yo lo sé; pero tenemos que hablar en serio a ver cómo vamos cambiando las cosas.

      ***

      Una tarde vino Simón a mi casa.

      —Ajá, ¿dónde está el cachaco?

      Visiblemente sorprendido me abrazó.

      —Coño, te veo muy cambiado.

      Mi madre lo recibió con agrado, siempre había tenido mucho aprecio por su familia, habíamos sido amigos desde niños. Dejó sus estudios en Barranquilla y ahora trabajaba como asesor en una firma de arquitectos y dictaba clases en una universidad.

      —¿Ya tienes programa para esta noche? Tengo dos puertorriqueñas que llegaron ayer, podemos salir con ellas.

      Le acepté la invitación y quedamos de vernos más tarde.

      —Es mejor no andar mucho con él, tiene mala reputación —me dijeron mis hermanas—. Dicen que le gustan los hombres.

      —Él siempre ha sido respetuoso y amable con nosotros —dijo mi madre.

      Yo solo las escuchaba y sonreía. Por la noche, pasó en su flamante automóvil a recogerme. No veía ningún cambio visible en él, los mismos ademanes, la misma voz profunda, tal vez un poco nervioso. Sus historias ya no estaban llenas de optimismo, no sentía la arrogancia de su trato.

      —Mi papá me ha cortado su ayuda, hace rato que no le hablo a ese viejo hp.

      —¿Y esa vaina?

      —Él quiere verme ahí metido en el taller como un obrero cualquiera y yo no le acepto esa vaina, no joda.

      Recogimos a las boricuas en el hotel, efectivamente eran dos chicas estupendas que descansaban una semana en la ciudad. No supe cómo Simón las consiguió, ellas solo querían disfrutar sus vacaciones. Cenamos, fuimos a bailar, reímos mucho contándonos cosas de aquí y de allá. A la madrugada mi pareja me invitó al hotel e hicimos el amor. No supe más de Simón y su pareja, nunca volvimos a tocar el tema.

      Les conté a mis hermanas al día siguiente y ellas insistían en que no debía frecuentar a Simón.

      —Ese tipo es marica —dijo mi hermano—. Sale con viejas para disimular. Ya no anda con las niñas de la high class, lo zafaron, ahora solo sale con puticas. Tranquilo que yo te presento a mis compañeras, hay unas buenísimas.

      —Bueno, tranquilos, yo vine a descansar, más bien prepárense para ver cómo vamos a hacer para arreglar esta casa.

      En este punto la charla se tensó un poco y terminó rápidamente.

      —¿Ve, mijo? Tenga paciencia —me advirtió mi madre.

      Le conté entonces que iba a la Guajira a pasar unos días con mi primo.

      —No sabía que estaba por allá, tenga cuidado, mijo, es como peligroso.

      Mis hermanos, que habían vuelto a prestar atención a la conversación, insistían.

      —Hay mucha droga por allá, y hay tensiones en la frontera. ¿Ese no es el trabajo del primo?

      ***

      Antes de viajar me reuní con mi madre para hablar de las cuentas. Le pedí esta charla pues quería abordar el tema con todo el rigor. Ella aceptó algo renuente, pero en el fondo sabía que era necesario. Revisamos a fondo la economía familiar, ingresos, gastos, deudas, créditos. Como temía el resultado era un desastre, dependíamos únicamente de mi madre que, por lo demás, estaba próxima a su jubilación. Era la misma situación de toda una vida y me propuse remediarla. Mi propia madre estaba sorprendida con el balance.

      —A la larga hemos sido afortunados, mijo, yo creo que hemos recibido muchos milagros.

      —Vamos a comenzar esta tarea y a recuperarnos de inmediato, madre, ahora mismo quiero mandar a hacer nuevos baños y ampliarlos, y también terminar los techos.

      Al ver el desconcierto en su cara la tranquilicé.

      —Recuerda que yo trabajo, madre, tengo suficientes ahorros.

      —Pero mijo, es su platica.

      —Fresca madre, podemos con todo. Las deudas puedo pagarlas en tres cuotas, pero eso sí, no más créditos, te voy a mandar un dinerito cada mes. Pero aquí mis hermanos deberán trabajar y aportar, ya son adultos, deben hacerse responsables.

      —Está bien —me dijo entre lágrimas, y nos abrazamos con la ilusión de recuperar el tiempo perdido.

      Mi madre se puso de inmediato manos a la obra, mi hermano y mi cuñado serían interventores y ayudantes, mis hermanas se encargarían de los contratos. En dos días todo estaba listo para comenzar.

      Muy temprano el día siguiente partí hacia la Guajira. Era un viaje largo y sofocante, el bus no tenía aire acondicionado, las carreteras eran irregulares. Llegamos a Barranquilla en dos horas y media. Me encontré en medio del barullo reinante en la terminal, allí debíamos cambiar de bus por otro de igual condición. La música y los gritos de vendedores, ayudantes y choferes producían un estrepitoso alboroto.

      Entre más nos alejábamos hacia


Скачать книгу