Una relación especial. Douglas Kennedy

Una relación especial - Douglas  Kennedy


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El...

      «Y yo que creía que las píldoras me tranquilizarían...».

      —Podrías preguntarme si el bebé está bien —dije, con una voz que era un parangón de la calma infinita.

      Otra inspiración exasperada de Tony. Sin duda, contaba los minutos que faltaban antes de poder marcharse, y librarse de mí otra noche. Luego, si seguía su racha de suerte, al día siguiente me caería de narices otra vez, y estaría encarcelada un par de noches más.

      —Sabes perfectamente que he estado preocupado por ti —dijo.

      —Claro que lo sé. Todo tú irradias preocupación, Tony.

      —¿Es a esto a lo que llaman «shock postraumático»?

      —Oh, eso es. Recuérdame como a una loca. Olvídate del día que me conociste.

      —¿Se puede saber lo que te dan?

      Una voz detrás de Tony dijo:

      —Valium, ya que lo pregunta. Y por lo que he oído, no ha surtido el efecto deseado.

      El señor Desmond Hughes estaba al lado de mi cama con el historial en la mano y las bifocales en la punta de la nariz.

      —¿Está bien el bebé, doctor? —pregunté.

      El señor Hughes no levantó la mirada del historial.

      —Buenas noches a usted también, señora Goodchild. Sí, todo parece estar bien. —Se volvió hacia Tony—. Usted debe de ser el señor Goodchild.

      —Tony Hobbs.

      —Ah, bien —dijo Hughes, asintiendo con una ínfima inclinación de cabeza. Luego se volvió hacia mí y preguntó—: ¿Cómo se encuentra hoy? Han sido veinticuatro horas inestables, lo sé.

      —Hábleme del bebé, doctor.

      —Por lo que he visto en la ecografía, el bebé no ha sufrido ningún daño. Pero me han dicho que ha sufrido colestasis.

      —¿Y eso qué es? —pregunté.

      —Prurito crónico. No es raro en las mujeres embarazadas y a menudo llega en tándem con la preeclampsia, que, como sabrá, es...

      —¿Tensión alta?

      —Muy bien, aunque en términos clínicos, preferimos llamarlo trastorno de hipertensión. Pero la buena noticia es que la preeclampsia se caracteriza a menudo por un elevado nivel de ácido úrico, y su muestra de orina, en cambio, es relativamente normal, por lo que considero que no sufre preeclampsia. De todos modos la presión sanguínea es peligrosamente alta. Si no se controla, puede ser un riesgo para la madre y el bebé. Por eso le recetaré un betabloqueante para estabilizar la presión arterial, y un antihistamínico, Piriton, para aliviar la colestasis. Y también me gustaría que tomara cinco miligramos de Valium tres veces al día.

      —No pienso volver a tomar Valium.

      —¿Y eso por qué?

      —Porque no me gusta.

      —En la vida hay muchas cosas que no nos gustan, señora Hobbs, a pesar de que son beneficiosas...

      —¿Como las espinacas?

      Tony soltó otra de sus tosecillas nerviosas.

      —Sally...

      —¿Qué?

      —Si el señor Hughes cree que el Valium te ayudará...

      —¿Ayudarme? —pregunté—. Lo único que hace es atontarme.

      —¿En serio? —dijo el señor Hughes.

      —Muy gracioso —contesté.

      —No pretendía ser gracioso, señora Hobbs.

      —Soy la señora Goodchild —dije—. Él es Hobbs. Yo soy Goodchild.

      Un breve intercambio de miradas entre Tony y el médico. Oh, Dios, ¿por qué me estoy comportando de una forma tan rara?

      —Lo siento, señora Goodchild. Evidentemente, no puedo obligarla a tomar un medicamento contra su voluntad. Sin embargo, mi opinión médica es que le aliviaría el estrés.

      —Pues es mi opinión experimental que el Valium me produce efectos raros en la cabeza. O sea que no, no pienso volver a tomarlo.

      —Es su prerrogativa, pero comprenda que lo considero poco aconsejable.

      —Lo tendré en cuenta —dije con calma.

      —Pero ¿tomará el Piriton?

      Asentí con la cabeza.

      —Bueno, algo es algo —comentó Hughes—. Y seguiremos tratando la colestasis con loción de calamina.

      —Estupendo —repliqué otra vez.

      —Oh, una última cosa —dijo Hughes—. Tiene que entender que la tensión alta es un estado grave, que podría provocar que perdiera al bebé. Por eso, hasta el final del embarazo, no debe someterse a ninguna clase de tensión física o emocional.

      —¿Lo que significa...? —pregunté.

      —Lo que significa que no puede volver a trabajar hasta después...

      Lo interrumpí.

      —¿No puedo trabajar? Soy periodista, corresponsal. Tengo responsabilidades...

      —Sí, las tiene —dijo Hughes, interrumpiéndome—. Responsabilidades con usted y con el bebé. Porque por mucho que podamos tratar parcialmente su enfermedad, el hecho es que solo un reposo completo en la cama nos asegurará que está fuera de peligro. Por eso se quedará ingresada hasta el final...

      Lo miré estupefacta.

      —¿Hasta el final del embarazo? —pregunté.

      —Eso me temo.

      —Pero todavía faltan tres semanas. No puedo dejar el trabajo...

      Tony me puso una mano en el hombro para calmarme e impedirme que siguiera hablando.

      —Pasaré a verla mañana, señora Goodchild —dijo Hughes.

      Con otra inclinación de cabeza hacia Tony, se fue a ver a otra paciente.

      —No me lo puedo creer —protesté.

      Tony se encogió de hombros.

      —Ya nos las arreglaremos —dijo.

      Luego miró el reloj y comentó que tenía que volver al periódico.

      —Pero ¿no habías entregado ya las páginas?

      —Yo no he dicho eso. Además, mientras estabas inconsciente, han acusado al ayudante del primer ministro ruso de participación en una trama de pornografía infantil, y ha estallado una pequeña guerra entre facciones rivales en Sierra Leona...

      —¿No tienes a nadie en Freetown?

      —Un corresponsal local, Jenkins. No está mal, pero no tiene experiencia. Si la escaramuza se convierte en una guerra de verdad, creo que tendremos que mandar a uno de los nuestros.

      —¿Tú, por ejemplo?

      —Ni loco.

      —Si quieres irte, vete. Por mí no te reprimas.

      —No lo haría, créeme.

      Lo dijo en un tono amable, pero tajante. Era la primera vez que había expresado directamente sus temores a sentirse atrapado. O, al menos, es como yo me lo tomé.

      —Gracias por dejarlo claro —dije.

      —Ya sabes a lo que me refiero.

      —No, francamente, no.

      —Soy el jefe de redacción de Internacional, y los jefes de redacción no se van a informar de un enfrentamiento en Sierra Leona. Lo que sí tienen


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