El legajo de la casa vieja. Jesús Albarrán

El legajo de la casa vieja - Jesús Albarrán


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impidamos que los golpistas logren lo que quieren… —dijo Adánez rompiendo nuestro silencio— Sin nadie que nos dirija y sin saber qué hacer…

      —¡Están locos! —dije—. Esta orden sin sentido, esta absurda decisión o como quiera que se llame, equivale a liquidar el Ejército. Pero, entonces…, ¿quién defenderá la República?

      —Pues, ¿no has oído lo que ha dicho el comandante? —intervino Gabino—. ¡Pues nosotros!; los que no queremos que los logros democráticos conseguidos se pierdan.

      —Pero esto no hay quien lo entienda —dijo Adánez—. Una rebelión militar solamente puede ser sofocada por otra intervención militar. ¡No hay otra solución!

      —¡Claro! —dije yo—. Lo que sucede es que el Gobierno de la República no tiene claro quién sigue siendo fiel y quién no. Si no fuese así, ¿no creéis que, después de destituir al coronel Tulio, no podían haber puesto a otro? Lo que pasa es que no saben a quién. No confían en ninguno.

      —Se fían más de los que forman su Gobierno, de los sindicatos y los partidos comunistas y socialistas — habló Gabino—. Seguro que estarán al tanto de lo que ellos dispongan.

      —O sea, que el orden constitucional —dije— lo dejan en nuestras manos. Las de cualquiera que quiera imponerlo. ¡Mal lo llevamos!

      El patio del cuartel estaba revuelto. Los soldados, recién liberados de sus responsabilidades castrenses, se tomaban las libertades que el descontrol imperante permitía. Cada uno hacía lo que le daba la gana.

      —¡Vamos a las compañías a por las armas! —gritaba uno—. Y vamos a hacerles ver quién manda aquí.

      —¡Menudo error! —comenté—. Si se crean esas milicias populares voluntarias, no tendrán homogeneidad. Habrá algunos milicianos idealistas que sí, que se sientan comprometidos con la Constitución y con la República, y pretendan el orden; pero ¿qué va a pasar cuando los que solo miran por sus propios intereses se sientan con la fuerza que les da un fusil en sus manos?, ¿con esos a los que solo les mueve su envidia, la sed de venganza o que ven ahora la posibilidad de que esa «lucha de clases» que promulgan se apoye, más que en la razón, en la fuerza de las armas…? O, más lejos aún: ¿y si son delincuentes y solo les mueve su posibilidad de saquear o robar…? ¿O, peor, su odio?

      Ante el lógico razonamiento, los tres nos quedamos callados, meditando.

      —Si cada uno va a actuar a su criterio, si no hay unidad o alguien con liderazgo y capacidad estratégica que sea capaz de dirigir una adecuada intervención militar, estamos perdidos —dijo Adánez—. En este momento se necesita un Gobierno fuerte; un presidente que sea un líder al que seguir; unos políticos capaces de estar unidos ante la adversidad, de llevar el asunto a un consenso internacional que nos dé la razón y nos apoye… Y sin un Ejército fuerte, disciplinado y fiel que los frene, estaremos perdidos. Los sublevados lograrán lo que se proponen. Vencerán. Que no os quepa la menor duda.

      Del legajo

      4. De vuelta en Madrid

      Me encuentro de nuevo en Madrid. Regresé ayer del pueblo. Deseaba la tranquilidad en mi casa y estaba impaciente por leer aquellas, para mí misteriosas, cartas que sustraje del aparador de la vieja casa de mi madre.

      Había tenido un día ajetreado y deseaba relajarme. Vivía solo y después de comer algo, me dispuse a echar un vistazo al legajo.

      Abrí la caja de zapatos y extendí su contenido sobre la mesa baja que tenía frente al sofá. Pensé que no era bueno romper el orden cronológico y, para no tener que extraer de los sobres su misiva, lo hice fijándome en las fechas de los matasellos; si es que lo tenían.

      20 de julio de 1936, se leía en la siguiente carta que tomé del legajo.

      Era una carta escrita por mi padre y la destinataria era mi fallecida madre Pilar, que por entonces debía de ser su novia. Por detrás, en el lugar del remitente, ponía sencillamente Mariano, pero no indicaba dirección alguna.

      Esta carta, a diferencia de la anterior, con una perfecta letra recta y enérgica, que denotaba que quien la había escrito tenía un cierto nivel de formación.

      Madrid, 20 de julio de 1936

      Querida Pilar:

      Espero que, al recibir esta carta, tú y tu familia os encontréis bien y con buena salud.

      Te supongo enterada de las cosas que están pasando, pero me imagino que ahí, en el pueblo, todo estará más tranquilo.

      Tengo unas ganas enormes de estar contigo, abrazarte y decirte lo que te quiero. No hay otra cosa que desee más. Eso ya lo sabes. Desde el último permiso que me dieron en Navidad, no he podido verte y ardo en deseos de hacerlo. Espero que pronto sea posible.

      Hoy, por fin, me han licenciado; pero ha sido de una forma irregular y extraña. Bueno, lo importante es que para mí la mili ha terminado. Intentaré ir al pueblo lo antes que pueda, pero las cosas ahora no están fáciles y no sé cuándo podrá ser.

      No quiero asustarte diciéndote que todo está complicado. Yo estoy bien. Intento no meterme en líos, pero aquí, en Madrid, hay mucho revuelo con eso de la guerra y te tienen que dar permiso para todo. Pero no te preocupes, lo conseguiré. Voy a ver si puedo ir primero a Toledo y después, desde allí, será más fácil llegar al pueblo.

      De momento no tengo ninguna dirección donde me puedas escribir, porque desde mañana ya no estaré en el cuartel. Cuando sepa algo ya te lo diré.

      Tengo un amigo de la mili que a mí y a mi colega Gabino, que era un compañero mío en la Escuela Normal de Toledo, nos va a proporcionar de momento una habitación en una pensión de un familiar suyo. Estaré por aquí hasta que consiga un visado para salir de la ciudad y, para eso, o estás afiliado a alguna organización política o compras el favor o tienes algún enchufe. Y tú ya sabes que yo de política nada; y de dinero, tampoco. Así que a ver cómo me apaño.

      Cuando veas a mi madre, le cuentas que estoy bien y que pronto iré al pueblo. En cuanto pueda.

      Recibe un beso muy fuerte de este, que te quiere mucho,

      Mariano

      P.D.: no me olvides.

      Era evidente que trataba de tranquilizarla. Daba por supuesto que ella sabría que las cosas no estaban bien. Mariano, mi padre, tampoco podría saber qué estaba pasando por su pueblo. Pero, aunque no lo supiese con certidumbre, podría suponer que la tranquilidad en zonas rurales ya no sería la misma.

      Parece, por la redacción de esa carta, que había tomado una decisión: quería volver con los suyos.

      Por tener un mejor conocimiento del contexto de esas cartas, decidí buscar en internet el desarrollo de aquella espantosa contienda. Por las fechas de la misiva, la zona del sur de Toledo, donde se ubicaba el pueblo de Mariano, aún estaba en zona republicana y no había sido tomado por las fuerzas invasoras de Franco, como después sucedería.

      Me parecía que el desconocimiento de Mariano de los acontecimientos que podrían estar produciéndose por su lugar podrían proporcionarle cierta tranquilidad. Nadie en sus cabales podría suponer las atrocidades que después supo que estaban sucediendo.

      La siguiente carta que tomé, como otras que en el legajo había, también estaba cerrada y sin sello. En esta, en el remite ponía solamente Pilar, mientras que en el destinatario se leía Mariano Gracián García, y tachada, la dirección del cuartel donde, se suponía, debería de estar haciendo la mili. Nunca había sido abierta ni echada al correo.

      Sin pensarlo dos veces, me decidí a abrir el sobre. La goma ya reseca de la solapa me lo permitió sin necesidad de romperlo. Saqué dos hojas de papel cuidadosamente dobladas que habían sido arrancadas de un cuaderno rayado y leí:

      Sotalejo, 25 de julio de 1936

      Querido Mariano:

      Solo le pido a Dios que, al recibo de esta, estés bien. Tengo


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