El alegre canto de la perdiz. Paulina Chiziane

El alegre canto de la perdiz - Paulina Chiziane


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amigos. Y la protección de la monja, su madrina. Del pasado ellos tienen apenas una memoria.

      Fueron traídos al mundo en el pico de una cigüeña.

      —Ah, niñito bueno, niñito dulce. Eres el más inteligente de todos los que conocí. Niñito bonito, vaya, júrame por tus antepasados, tus santos: ¿no mataste al blanco?

      —¿Yo? Algunos fueron muertos por la Historia. Por mí no, lo juro.

      —¡Lindo niñito! No se puede matar a un hombre, aunque sea un blanco. ¡Nunca!

      —No, no maté. Ni mataré. Cuando partieron yo todavía era un muchachito. Lo juro.

      —¿No volverán?

      —No, nunca más.

      —Evita la palabra nunca, niñito. El sol que va después vuelve. La noche también. Hasta los muertos renacen en nuevas encarnaciones. La palabra nunca cierra las puertas del cielo, niñito, evítala.

      —¿Por qué?

      Maria explica. El asesino encarna el espíritu de su víctima. El negro que mató al blanco partirá de rodillas hacia la tierra del blanco. Para pagar la deuda de sangre en el árbol de los antepasados del muerto. Los blancos que mataron volverán. Para arrodillarse y pedir el perdón de nuestros antepasados. Y serán recibidos en nuestras chozas como hermanos. La sangre derramada hermana, hace un nudo, y ni la muerte lo puede separar.

      —¿Tienes la seguridad, Maria?

      —¡Absoluta! Así fue siempre, desde el principio del mundo. La loca persigue voces de fantasmas perdidas en el silencio

      del tiempo. Grita. De miedo. De rabia contra el tiempo que se fue y no vuelve más. Lanza toda su desesperación en los corredores del hospital y el médico corrobora: Fue de aquella clínica de donde ella partió hacia el infinito. La loca se levanta. Corre. El médico corre detrás de ella, sin saber que corría atrás del propio destino. Logra agarrar a la loca que huye, sin saber que agarra en las manos el propio destino. Se ocupa de ella hasta que se serena completamente.

      El médico comprende. La loca es una mujer de bien, que trata de enfrentar el mundo con manos de mujer. Caída en la miseria, pero enfrentando el fardo con valor. Sola. En la luna. Recorrer los caminos sin ton ni son no significa locura. Es una mujer hasta culta, que vive exiliada del mundo. Transmigrando hacia otros caminos, hacia otras estrellas. En nombre de la felicidad la mataron. Quebraron por dentro la balanza del tiempo, de la mente. Las agujas ya no señalan el Norte. Por eso camina lentamente, a la deriva, para alcanzar las puertas del paraíso. Sube las escaleras del templo y encuentra ruinas y desolación. Hundiéndose en los escombros de las ruinas antiguas.

      Se genera un instante mágico entre la loca y el médico. El

      mundo suelta misterios y los deja suspensos en la gravedad. Maria ve y oye: la voz del doctorcito es tan dulce que despierta los sentimientos adormecidos en la mente. Sus ojos, farolitos de encanto. Su sonrisa, luna llena, límpida, fresca, romántica, carita de bebé. Ay, si pudiera sostenerlo en mis abrazos, amamantarlo, como mi niñito. Ve en él una máscara de tristeza, el enigma. Soledad de un hijo sin madre. En los ojos del médico, la imagen de una mujer tierra, donde asientan todos los árboles y todas las raíces. Árboles con flores, sin flores, arbustos, hierbas, frutos. Sueña. Cuerpo de mujer. Sobre ti. Sol y sonrisa. Río y sangre. Amargura. Flores en arco iris. El principio, el fin, el universo entero.

      Una vez más el médico asiste al sufrimiento humano ante el silencio del mundo. Aquella pobre mujer, fustigada por todos como una coruja, no pasaba de un pajarito perdido en el camino. ¡La pobre! Cuida de Maria como cuidaría de la propia madre, si la tuviera. Voy a darle una camiseta y una capulana14 a esta loca. Todos somos árboles con raíz al desnudo. Víctimas de la tempestad que se llama vida.

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      Día de Pascua. Madres e hijos están engalanados en torno del santo bautismo. La iglesia huele a leche, huele a pañales. Huele a resina y a incienso. Huele a perfume barato. La loca del río observa por la puerta. Aguza los oídos hacia las palabras que la penetran como gotas de lluvia, como si aquel sacerdote entrara en su íntimo y olfateara el dolor que la corroe.

      Aquella misa era un poema de alabanza a la madre. Y el padre Benedito predicaba y cautivaba.

      —Me gustan mucho los bautizos —dice el sacer-dote—. Cuando veo niños en el regazo de las madres, muero de envidia. Cuando veo un niño desobediente, me pongo triste: yo no tuve a quien obedecer. Cuando veo un hijo maltratando a la madre, sufro infinitamente: no tuve madre que me cuidara. Aprendí, por la carencia, la importancia de una madre. Me gustaría tener una madre, para alegrar mi existencia y llenar este vacío, esta ausencia. Que me transmitiera la sabiduría de las cosas terrenas y de las cosas pequeñas. Que me ofreciera una sonrisa, una flor y mucha ternura.

      La loca escucha a aquel sacerdote y se asusta: ¿quién habrá sido la madre que engendró este hijo y lo perdió? ¿Cómo puede una madre separarse de un hijo tan maravilloso? Recuerda con añoranza las pequeñas nadas. Colocar el bebé en el pecho. Sonreírle. Cambiarle los pañales. Acariciarlo. Acostarlo suavemente en la cuna y verlo quedarse dormido. Hablar de él con orgullo a los amigos, parientes, a toda la gente que pasa. Él es llorón. Simpático. Comilón. Dormilón. El llanto de ayer era de angustia, pero el de hoy es una cancioncilla, un capricho, para fortalecer los pulmones. La loca quería gritar, yo también soy madre con las manos vacías. Mis hijos fueron llevados por el viento, por la tierra o por el mundo y la añoranza es mi única locura.

      Ahora el sacerdote habla de amor y de cosas celestes.

      La loca escucha y reacciona. No, padre, no me hable de amor, que el odio llenó todo mi recorrido. Hábleme mejor de las noches negras y sin luna. Hábleme de madres como la mía, que transforman el cuerpo de las hijas en granero y dinero.

      El sacerdote vuelve a hablar de la madre. Dice que cada madre conoce el nombre de las estrellas, porque ella es también una estrella. Ella es sueño, invocación, poesía. Mira hacia la loca del río que observa por la ventana. Se emociona. Esta pobre mujer quizás haya sido madre. Tal vez haya perdido todos los hijos en los caminos de la vida.

      Maria se estremece, grita. Tal vez la inspire la vergüenza de no haber logrado sostener los hijos en los brazos, como las madres delante del altar. Siente el alivio de un abrazo cayéndole en los hombros. Era el médico que la sostenía para librarla de aquella agonía. Cuando la misa terminó, la loca se sintió rodeada de atenciones de los fieles. El padre Benedito le dedica una oración breve y la invita a las misas, alentando a los creyentes a convivir con ella, porque es tan humana como los demás. Locos son parientes, decía él, pueden ser hijos, nietos, padres, hermanos, cualquiera puede enloquecer. Dice que todo ser humano es loco, y la tierra un planeta de locura. Dice también que la loca no perdió el juicio, que nada perdió. Solo partió lejos, dejando este mundo de vanidad, de maldad, para habitar paraísos distantes. Por eso ella vive en aquel mundo de pureza, en lo alto, en el trono de la libertad. image

      Notas al pie

      11 Distrito de la provincia de Nampula y nombre de un río.

      12 Capital de la provincia de Zambézia, situada en la costa del Índico, junto al río Bons Sinais (así nombrado por Vasco da Gama). Importante puerto de cabotaje y de la industria pesquera.

      13 Nombres de espíritus malignos. Si bien la epilepsia se puede tratar con médicos, según la creencia popular, tratar con medicina no tradicional el mal provocado por estos espíritus ocasiona la muerte.

      14 Tela de algodón con que las mujeres se cubren el cuerpo. Puede ponerse, incluso, por encima de otras ropas. Suele ser una prenda elegante. También es usada por hombres en actos solemnes o de cierta formalidad; por ejemplo, el hechicero viste una capulana a modo de manto cuando oficia.


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