El alegre canto de la perdiz. Paulina Chiziane

El alegre canto de la perdiz - Paulina Chiziane


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a la orilla de los mercados. Les gusta frecuentar lugares públicos, caminando solos entre la multitud. Las sociedades modernas producen cada vez más locos y marginales como productos de lujo. Las familias acomodadas prefieren, cada día más, ofrecer una muñeca de peluche al hijo y no un hermano de verdad. Prefieren tener en casa perros y gatos como compañeros de soledad. Porque el gato y el perro no protestan. Y prefieren apartar cada vez más a los humanos hacia la locura y la marginalidad.

      —Dime, Maria. ¿Dónde reposas el cuerpo cuando el sol duerme? ¿Comiste algo hoy, Mariita? ¿No quieres venir conmigo para una merienda?

      —No tengo hambre ninguna —responde la loca con voz distante.

      La mujer del régulo lee el perfil de Maria. Parece una mujer con dignidad. Con buenos hábitos. De buena cuna. Ella baja los ojos cuando habla, timidez típica de las mujeres educadas. Habla bajo. Y habla buen portugués. Parece venir de las aldeas. Del interior, los tatuajes en el cuerpo son cosa del campo. Del interior ella no viene, pueden creerlo. Debe de venir de la ciudad. De la gran ciudad. Es muy aseada, no come en la mano. Pide limosna. Pide pan con quesito. Con mantequillita. Tiene el paladar fino de las personas de la ciudad. Cuando tiene hambre abandona las márgenes del río y va hasta las calles de la villa a pedir, a mendigar la supervivencia. Educadamente. Arrodillándose para recibir la limosna de los hombres. Baja la cabeza en una venia para recibir la limosna de las mujeres. Y lanza miradas de ternura a los niños de pecho. ¿Dónde estará su tierra? Nadie conoce el vientre que la parió. Ni las manos firmes que la elevaron al cielo en la ceremonia de la luna.7 Nadie, a no ser el viento solitario que susurra en la brisa.

      —Vamos a conversar, Maria. Háblame de ti, de los tuyos. Dime todo que te apetezca, que estoy aquí para oírte. ¿Tienes familia?

      La confusión de razas en su mente de niño, debajo del mismo techo, en una mezcla difícil de mezclar, como leche y limón en la misma taza.

      —¿Y por qué es que estás aquí? ¿Dónde está tu familia? ¿Cómo es que te separaste de ellos hasta llegar aquí?

      —El día en que el padre negro partió, mi madre no lloró. Se emborrachó. El día en que mi padre blanco partió, la madre lloró y se desmayó.

      —¿Y cómo era tu madre?

      —Muy bonita. Amaba a los blancos. Ella quería ser blanca. En la referencia a la madre, un indicio de odio y de traición. La mujer del régulo trata de dibujar imágenes de la madre de

      la loca. No hay gente buena en este mundo. Ni mala. La vida es un permanente riesgo en busca de oportunidad. El asesino pensó que era mejor matar. El ladrón pensó que era bueno robar. La madre de Maria pensó que era bueno lanzarla al abismo. ¿De quién es la verdad?

      La mujer del régulo la mira. Ella es un alga. Medusa. Flor de nenúfar. Sus ojos parecen luna que se muestra, que se esconde, que va y vuelve. Ella sufre de la enfermedad de la luna. La luna estaba dentro de ella. La luna es ella misma. La luz de sus ojos se expande en las curvas de las colinas. En el camino de los pájaros que vuelan cruzando espacios en el cielo. Su domicilio es el infinito nublado y coloreado. Parece un estandarte del barco de vela triunfando sobre las aguas. Su real enfermedad parece ser la ansiedad extrema. Quiera Dios que ella encuentre en el mundo todo lo que busca, para que su alma se sosiegue.

      —Tienes lindos tatuajes en el vientre. ¿Puedo verlos? ¿Quién los hizo?

      La vieja arqueó las cejas mirando hacia el vientre de Maria con interés redoblado.

      Los tatuajes bellos, geométricos, parecían una telaraña, malla, cinto de encaje bordado a mano, cubriendo apenas el vientre. Analiza los relieves. Los salientes. Concavidades. Descifra el mensaje de cada símbolo y reconoce los orígenes de Maria. Son tatuajes lómwè.8 Ella es oriunda de las montañas, y por aquellas venas corre la sangre sagrada de las piedras. Era la hija de la tierra, regresando del gran viaje, llamada por los espíritus. Para curarse en las aguas del Licungo o para escalar el monte del reposo eterno.

      Los tatuajes remontan al tiempo del esclavismo, la vieja lo sabe. Los pueblos africanos tuvieron que estampar los cuerpos con marcas de identidad. Cada tatuaje es único. Es marca de nacimiento. En el cuerpo, dibujándose, el mapa de la tierra. De la aldea. Del linaje. En cada trazo un mensaje. Árbol genealógico. El tatuaje ayudó a la reunificación de los miembros de la familia, en São Tomé. En América. En el Caribe. En las islas Comores, en Madagascar, en las Mauricio y otros lugares del mundo. Cambiaron los tiempos, los africanos ya no necesitan tatuajes, terminó el tiempo de la esclavitud.

      La mujer del régulo sabía ahora el origen de Maria. Pero nada podía hacer para ayudarla. La vieja señora concretiza la ilusión de la existencia al ver la corrosión y la muerte del edificio tenido por perenne. Las familias estaban destruidas, estaban dispersas, a causa de las guerras, de las migraciones. En los nuevos tiempos la sociedad se autocorroía en nombre de una modernidad que arrastra centenares de semejantes a la marginalidad y la locura. El mundo adoptó nuevos desafíos y combate nuevos enemigos.

      Mira de nuevo hacia el rostro de Maria. Viste una sonrisa virginal, fulgurante. De mirada fija en la luna o en algún lugar. La vieja señora le extiende la mano. Para abrazarla y darle algún cariño. Pero Maria se esquiva.

      —Maria, dime el nombre de por lo menos uno de tus antepasados.

      —No me acuerdo.

      —¿De dónde viniste?

      —De lejos.

      —¿Qué buscas tú?

      —Los hijos que perdí.

      La mujer del régulo busca dentro de sí una palabra, una respuesta. Conoció muchas historias, pero ninguna igual a aquella. Maria debe de haber sido casada y repudiada. Por esterilidad. La obsesiva idea de la mujer madre aparta a la mujer estéril de la categoría humana.

      Las locas crean fantasías y proyectan en el espacio historias inverosímiles. ¿Puede una madre recordar el rostro de los hijos perdidos hace más de veinte años? ¿Cuánto tiempo dura una memoria? ¿Pueden los pies humanos recorrer el perímetro del mundo? ¿Cuántos pasos se recorren, en más de veinte años? Perder un hijo es un dolor que mata. Perder tres es algo que sepulta en lo más profundo de los infiernos. No, esta historia no puede ser verdadera. ¿Será que reside en la fantasía de ella?

      —Ah, Maria, brava mujer, que camina sola y enfrenta cualquier peligro en busca del tesoro perdido en el tiempo. Niña que manos malvadas lanzaron al desierto. Las mujeres del mundo entero se enorgullecerán de tu heroísmo.

      —¿Le parece?

      —¡Claro! Ahora, Maria, ponte tu ropa, aquí las noches son frías. Estás en las montañas, muy cerca de Dios. Tienes que vestirte.

      La mujer del régulo da la razón a Maria. En Zambézia todavía hay gente que no conoce algodón ni seda. Ni artificios. Adultos en tangas y niños de trasero al aire. La mujer del régulo se acuerda de las ropas de las esposas de los antiguos administradores. Sayas anchas de mil faralaes, en el intenso calor de los trópicos. Y consideraban inmoralidad la desnudez y la libertad de las personas de la tierra. Los tiempos cambiaron mucho. Hasta los sacerdotes aprendieron de los negros a dar desnudos una zambullida en la orilla del mar. Las mujeres blancas aprendieron de las negras a andar en tangas, las que llaman minifaldas, estrechas. Ahora son esos europeos quienes gustan de andar por ahí en tangas mientras el pueblo viste, con rigor, las ropas antiguas.

      —Maria, tienes que vestirte.

      —¿Para qué?

      —Para que te protejas y seas igual a las otras mujeres.

      La desnudez de Maria era el regreso al estado de pureza. De la transparencia. Las mujeres quedan escandalizadas, porque el desnudo de una se refleja en el cuerpo de la otra.

      —¡Ah!

      En las ciudades humanas la libertad está prohibida. El ser humano tiene que andar siempre vestido, documentado, calzado. Por andar sin rumbo, la policía prende por vagabundeo, como si alguien conociera realmente


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