Conversaciones con Freud. Ricardo Avenburg

Conversaciones con Freud - Ricardo Avenburg


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del pensamiento y de la función fecundadora del padre, la admisión de “fuerzas espirituales, invisibles pero que ejercen efectos”.

      “Si podemos confiar en los testimonios del lenguaje fue el aire movilizado lo que representó el prototipo de la espiritualidad, pues espíritu tomó el nombre del hálito del viento (animus, spiritus, en hebreo ruach, en alemán Hauch). Con lo cual se dio el descubrimiento del alma como principio espiritual en el individuo humano. La observación reencontró el aire movilizado en la respiración del ser humano, la que cesa con la muerte; aún hoy el moribundo exhala su alma. Pero ahora se abrió para el hombre el reino del espíritu; estaba preparado para conceder el alma, que él descubrió en sí mismo, a todo lo otro que está en la naturaleza” (p. 222).

      Creo que el punto de partida del concepto de alma debió haber sido la exhalación del moribundo, el momento límite entre el ser y el no ser viviente, aquello que se desprende del cuerpo y trasciende a lo vivo y también a lo sensible: el momento en que lo sensible deja de serlo, que se percibe como el límite entre lo material y lo inmaterial.

      “Todo el mundo devino animado, y la ciencia, que llegó tanto después y que tuvo bastante que hacer para desanimar nuevamente una parte del mundo, aún hoy no acabó con esa tarea” (p. 222).

      El animismo, ¿se opone a la ciencia o es el fundamento de ella? ¿No es el animismo un nuevo nivel de investidura del mundo que se ha impregnado del aire, del soplo de las palabras humanas? El desarrollo de la ciencia implicaría, más que desanimar al mundo, poder diferenciar las palabras de las cosas que ellas significan, así como también diferenciar al sujeto emisor de las palabras de las cosas que ellas significan (por ejemplo, quitar la cualidad de vivientes a aquellas cosas que no la tienen). La ciencia ha de superar al animismo pero no dejarlo de lado, mantenerlo como un momento de su constitución ya que es la base de nuestra investidura del mundo. El amor que podemos tener a los objetos, inclusive inanimados, que amamos, presupone una base de animismo, lo que a su vez es aprovechado y desplegado en el terreno del arte.

      Pero aparece la prohibición:

      “Por medio de la prohibición mosaica fue elevado dios a un estadío más elevado de espiritualidad, se abre el camino para una ulterior modificación de la representación de dios” (p. 222).

      Esto suena al esquema convencional de la educación: la elevación de la espiritualidad se logra a través de la prohibición, pero aparentemente en este fragmento quien alcanza un estadío más elevado de espiritualidad es dios; ¿y qué le pasa al pueblo judío?

      “Todos estos progresos en la espiritualidad tienen por resultado elevar la autoestima de la persona, volverla orgullosa, de modo que se siente superior a los otros, los que han permanecido bajo el hechizo de la sensorialidad” (p. 222).

      Pensando en la psicología individual, la sabiduría (no me refiero a la acumulación de conocimientos), expresión del progreso en la espiritualidad, no hace que uno se sienta más orgulloso ni se sienta superior a los demás, más bien busca reconocerse a sí mismo con sus potencialidades y limitaciones. En general, y en los pueblos en particular, el tema del orgullo y superioridad se refiere más a la potencialidad guerrera (Freud se refirió previamente al orgullo del ciudadano del imperio británico por formar parte de esta potencia). Creo que ese sentimiento de superioridad indica un bajo nivel de espiritualidad.

      “Sabemos que Moisés transmitió a los judíos el sentimiento elevado de ser un pueblo elegido” (p. 222).

      Esto se parece al sentimiento que Hitler transmitió al pueblo alemán; pero la superioridad en este caso era biológica (la raza superior) más que espiritual.

      “... por medio de la desmaterialización de dios se agregó un nuevo y valioso fragmento al secreto tesoro del pueblo” (p. 222).

      La desmaterialización de dios puede leerse de dos maneras: 1) un progreso en la espiritualidad; 2) la desmaterialización como un nuevo asesinato del padre. Esta contradicción puede resolverse dialécticamente: que todo progreso en la espiritualidad presupone la negación del momento anterior así como la negación de aquella primera negación y la conservación del momento primeramente negado formando parte de la historia de este nuevo momento o sea que la materia desmaterializada se presenta como un momento constitutivo del nuevo dios, lo que implica un progreso en la espiritualidad, progreso que incluye en sí y no deja de lado la historia que lo constituyó. En este caso la desmaterialización se produce en el plano del pensamiento y no en el de la acción directa. Desde este punto de vista lo que Freud plantea sería un progreso en la espiritualidad. Pero Moisés prohibió que la imagen de dios se materializase y esa prohibición fue impuesta al pueblo judío desde afuera. Pensando nuevamente en una analogía contemporánea podemos tomar a Moisés como antecedente de Stalin o Mao, queriendo imponer por la fuerza una idea para la que el pueblo no estaba preparado, cosa que lleva inevitablemente al contragolpe (lo que, según Freud, pasó con el pueblo judío y al que los profetas trataron de encarrilar).

      “Los judíos conservaron la orientación hacia los intereses espirituales, la infelicidad política de la nación les enseñó a apreciar la única posesión que les quedó, su escritura” (pp. 222-223).

      Supongo que la idea de un dios más cercano al concepto filosófico del ser, que provenía de Aton, nivel de conceptualización que la cultura egipcia podía haber logrado, se mezcló en el caso de Moisés y el pueblo judío con un sistema totémico, con sus prohibiciones y mandatos, que en sí presupone una regresión del pensamiento abstracto, reemplazándose la judicación por la represión. De todos modos, aquí se plantea el tema de sobre qué base se puede plantear una idea abstracta, puesto que no se puede esperar que un concepto como el del “ser” sea asimilado por la masa.

      “La primacía que durante alrededor de 2000 años en la vida del pueblo judío les fue concedida a las aspiraciones espirituales ha producido, naturalmente, su efecto: ayudó a limitar la brutalidad y la tendencia a la violencia que suelen aparecer cuando el ideal del pueblo es la fuerza muscular. La armonía en el cultivo de las actividades espirituales y corporales que alcanzó el pueblo griego le fue negada a los judíos. En esta escisión se decidieron por lo menos por lo más valioso” (p. 223).

      La pregunta que queda pendiente es de qué manera se limitó la brutalidad y la tendencia a la violencia: ¿se la integró en un mayor nivel de espiritualidad o se la volvió hacia adentro, deviniendo en sentimiento de culpa?

      Pasa Freud al tema de la renuncia instintiva y nos dice:

      “No es evidente ni es posible inteligir sin más el por qué un progreso en la espiritualidad y una desvalorización de la sensorialidad debieran elevar la autoconciencia de una persona como de un pueblo” (p. 223).

      Entiendo que aquí el término “autoconciencia” (Selbstbewusstsein) está usado como sinónimo de “autoestima” (Selbstgefühl).

      “Esto parece presuponer una determinada tabla de valores y otra persona o instancia que la manipula...” (p. 223).

      Se presupone entonces un sistema de valores impuesto desde afuera.

      “Pero mientras la renuncia instintiva que parte de condicionamientos exteriores sólo es displacentera, la que surge de condicionamientos interiores, por obediencia al superyó, tiene otro efecto económico. Trae, aparte de la inevitable consecuencia de displacer, una ganancia de placer para el yo, en cierto modo una satisfacción sustitutiva. El yo se siente elevado, se vuelve orgulloso por la renuncia instintiva como ante una valiosa realización” (p. 224).

      En este caso el orgullo, la elevación de la autoestima no depende, por lo menos únicamente, del progreso en la espiritualidad, del nivel de abstracción logrado sino del cumplimiento de un deber.

      “Si el yo le ha brindado al superyó la ofrenda de una renuncia instintiva, espera como recompensa ser más amado por él. La conciencia de merecer este amor la siente con orgullo [...] el gran hombre es precisamente la autoridad por la cual llevó a cabo tal realización y, puesto que el gran hombre mismo ejerce su efecto gracias a su parecido con el padre, no debemos sorprendernos si en la psicología de las masas recae


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