Conversaciones con Freud. Ricardo Avenburg

Conversaciones con Freud - Ricardo Avenburg


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lo expresé en el título, el punto central de mi interés es el del progreso en la espiritualidad que Freud atribuyó a la religión de Moisés: ¿fue el monoteísmo un avance en la capacidad de pensar, un avance en el nivel de abstracción y universalización de dicho pensamiento?

      Comenzando el diálogo Freud nos dice que el pueblo judío es casi el único de “todos los pueblos que en la antigüedad vivieron en la cuenca del Mediterráneo que tanto por el nombre como por la sustancia existe todavía” (p. 212).

      ¿Qué quiere Freud decir con esta continuidad sustancial? ¿Cuál es la sustancia que hace que alguien sea judío a diferencia de los demás? ¿Hay una raza judía? Freud no desarrolló este tema y se centra en la continuidad cultural, si se quiere, en la sustancialidad cultural, y se pregunta “de dónde viene esta capacidad de sobrevivencia y cómo se relaciona su carácter con su destino...” (p. 212).

      En lo que se refiere a sus rasgos de carácter,

      “tienen una opinión especialmente alta de sí mismos, se tienen por más nobles, más encumbrados y superiores a los otros, de los cuales se diferencian por sus costumbres [...] se consideran a sí mismos como el pueblo elegido por dios [...] y esto los pone orgullosos y los hace confiables” (p. 212)

      y

      “según fuentes confiables se comportaban ya en el período helenístico como lo hacen hoy” y “fue el hombre Moisés quien les dejó impreso este rasgo significativo [...]. Pero la autoestima de los judíos experimentó gracias a Moisés un anclaje religioso [...]. Por medio de su relación especialmente íntima con su dios adquirieron una parte de su grandiosidad. Y como sabemos que detrás del dios que eligió a los judíos y los liberó de Egipto está la persona de Moisés [...] podemos decir que fue un hombre, Moisés, quien ha producido al pueblo judío”. (p. 213)

      Pasa Freud a intentar dilucidar los significados que encierra la expresión “un gran hombre”. Un hombre puede recibir tal calificación ya sea por su personalidad o por la idea que transmite. En lo que se refiere a la idea, esta puede expresar una antigua expresión de deseos o indicar una nueva meta de deseos. En lo que toca a la personalidad, ésta ha de mostrar rasgos paternos. “La decisión de sus pensamientos, la fuerza de su voluntad, la violencia de sus hechos [...] ante todo su autosuficiencia [...] su divina imperturbabilidad” (p. 217). Y tal vez no le hubiera sido fácil al pueblo judío “diferenciar la imagen del hombre Moisés de la de su dios [...]. Y cuando mataron a un gran hombre, sólo repitieron un crimen” (p. 218), el del padre de la horda.

      Pero, en lo que se refiere al progreso en la espiritualidad, dice Freud acerca de un factor de elevación de la autoestima por parte del pueblo judío, a pesar de que las situaciones por las que pasó después no habrían confirmado la noción de haber sido elegido por dios:

      “La religión proporcionó a los judíos una representación más grandiosa de dios, o, dicho de un modo más sobrio, la representación de un dios grandioso. Quien creía en este dios, participaba hasta cierto punto de su grandiosidad, debió sentirse él mismo elevado” (p. 220).

      Al enfatizarse aquí la representación de Dios por sobre la persona de Moisés se habría logrado un mayor nivel de abstracción y universalización. De todos modos no están aquí, por lo menos en la formulación de Freud, diferenciados la representación (Vorstellung), más cercana a la sensibilidad, de la idea (Idee) y me inclinaría a pensar que es la representación la que está unida al concepto de grandiosidad.

      Sigue diciendo Freud:

      “Entre las prescripciones de la religión mosaica se encuentra una que está más plena de significación que lo que de entrada se podría reconocer. Es la prohibición de hacerse una imagen de dios, es decir, la compulsión a honrar a un dios al que no se lo pueda ver. Suponemos que Moisés, en este punto, ha sobrepasado la severidad de la religión de Aton; tal vez sólo pensó él ser consecuente y su dios no tenía ni un nombre ni un rostro, tal vez era una nueva prevención contra abusos mágicos. Pero cuando se admitió esta prohibición, debió haberse producido un profundo efecto. Porque significó una postergación de la percepción sensorial ante lo que se llama una representación abstracta, un triunfo de la espiritualidad sobre la sensorialidad, en rigor una renuncia instintiva con sus necesarias consecuencias psicológicas” (p. 220).

      Se refiere Freud acá a un menoscabo de la sensorialidad con un triunfo de la espiritualidad: es una renuncia instintiva (renuncia a ver y a tocar la imagen de un dios) pero no es, como se esperaría en un progreso en la espiritualidad, una integración de la sensorialidad en un nivel conceptual más abarcativo. Es una prohibición, una imposición por parte de la idea. Moisés (más persona sensible que idea) que conserva la sensorialidad como tal, pero no integrada y superada (aufgehoben en el sentido de Hegel) sino reprimida. Tal vez la idea de Aton hubiera originalmente correspondido a una integración de la sensorialidad en un nivel superior de abstracción, algo así como “el ser” en Parménides: tengamos en cuenta el nivel de desarrollo de la civilización egipcia que justificaría este desarrollo en la espiritualidad, a diferencia del pueblo judío, al que se le debió imponer como desde fuera; de ahí el hecho de que las medidas de Moisés hubieran sobrepasado la severidad de las de la religión de Aton. De ser así, la religión de Moisés habría implicado una imposición exterior al nivel de desarrollo del pueblo judío.

      Vinculado al tema del progreso en la espiritualidad se refiere Freud al proceso de la adquisición del lenguaje. Hablando de la omnipotencia de los pensamientos, dice:

      “A nuestro juicio es una sobreestimación de la influencia que pueden ejercer nuestros actos anímicos, en este caso los intelectuales, en la modificación del mundo exterior. En el fondo toda magia, precursora de nuestra técnica, descansa en esta presuposición. También todo el hechizo de las palabras pertenece a este campo y el convencimiento del poder que está ligado al conocimiento y al hecho de pronunciar un nombre. Suponemos que la ‘omnipotencia de los pensamientos’ era expresión del orgullo de la humanidad surgido a raíz del desarrollo del lenguaje, que tuvo por consecuencia un tal extraordinario impulso de las actividades intelectuales. Se abrió así el nuevo reino de la espiritualidad, en el que se hicieron decisivos las representaciones, recuerdos y deducciones en oposición a la actividad psíquica inferior, que tuvo por contenido las percepciones inmediatas de los órganos sensoriales. Fue por cierto una de las etapas más importantes en el camino a la humanización. Mucho más aprehensible se nos aparece otro proceso de una época ulterior. Bajo la influencia de factores exteriores, que aquí no necesitamos seguir, que en parte tampoco nos son suficientemente conocidos, sucedió que el orden social matriarcal fue sustituido por el patriarcal, con lo cual naturalmente se ligó un vuelco en las relaciones jurídicas imperantes hasta entonces [...]. Pero este volverse desde la madre al padre marca además una victoria de la espiritualidad sobre la sensorialidad, es decir, un progreso cultural, pues la maternidad se comprueba por el testimonio de los sentidos, mientras que la paternidad es una suposición construida a partir de una deducción y una hipótesis. La toma de partido que elevó el proceso de pensamiento por sobre la percepción sensorial, se conserva como un paso lleno de consecuencias” (pp. 221-222).

      El orden social (o jurídico) matriarcal pasó al patriarcal. Pero, ¿se puede identificar el momento del descubrimiento de la función del padre en la fecundación con el pasaje al orden patriarcal? El descubrimiento de la paternidad en la concepción presupone un proceso de pensamiento, una deducción, inferencia o conclusión (posibles traducciones del término Schluss usado por Freud, en realidad la conclusión de un silogismo) que trasciende el nivel inmediatamente sensible, por lo que presupone la adquisición del lenguaje humano. Pero algo similar al orden patriarcal habría ya estado presente en la horda primitiva, lo cual no implicaba un proceso abstracto de pensamiento sino que era producto de la aplicación directa de la fuerza física. Se nos plantearía así la duda si el pasaje del orden social matriarcal al patriarcal presupone un progreso en la espiritualidad o una regresión desde el pensamiento a la aplicación directa de la fuerza. ¿No tendría que ver esta sustitución del orden matriarcal al patriarcal con la instauración del totemismo? Y si así fuese, ¿es la instauración del totemismo un progreso en la espiritualidad o es la invasión de la


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