Conversaciones con Freud. Ricardo Avenburg

Conversaciones con Freud - Ricardo Avenburg


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sensorial directa a favor de los así llamados procesos intelectuales superiores, es decir de los recuerdos, reflexiones y deducciones” (pp. 224-225).

      El gran hombre, sustituto del padre que se interiorizó como superyó, premia con su amor la renuncia al instinto y, en el caso del pueblo judío, impone una tabla de valores que jerarquiza lo intelectual sobre lo sensible. Como dije antes, considero que el verdadero progreso en la espiritualidad no sólo incluye al nivel sensorial sino que, a través de la constitución de universales, apunta a abarcar áreas más amplias de sensibilidad.

      “Que se decida, por ejemplo, que la paternidad es más importante que la maternidad, aunque no sea, como esta última, comprobable por el testimonio de los sentidos” (p. 225).

      Dejando de lado que se otorgue a la paternidad un rol más importante que la maternidad, expresión, creo yo, del totemismo que representa una regresión a la horda primitiva, el reconocimiento mismo de la paternidad implica un nivel de abstracción, producto seguramente de un proceso deductivo, pero que no deja de lado lo sensible sino que lo recupera a través de la representación del coito, ahora con función fecundante, en que tanto el padre como la madre tuvieron participación.

      “Por esto el niño ha de llevar el nombre del padre y heredar de él. O: nuestro dios es el más grande y poderoso, aunque él es invisible como el viento de la tormenta y el alma” (p. 225).

      El viento y el alma representan los límites entre lo material (el viento) y lo inmaterial (el alma); la magnitud y el poder, si bien en sí mismos son universales y como tal conceptos abstractos, están en este caso representados por un dios y un padre, tendiendo a materializarse: la magnitud (lo grande del padre) y el poder y la fuerza de lo que correspondería al padre de la horda primitiva. La idea como tal, del padre como fecundante, tiende a devenir en un tótem, representante del padre de la horda.

      Pero, se pregunta Freud, ¿qué relación hay entre la elevación de la figura del padre y el aumento de la autoestima con el rechazo de las exigencias instintivas sexuales y agresivas?

      “Tampoco en algunos progresos de la espiritualidad, por ejemplo en la victoria del derecho paterno se puede indicar cuál es la autoridad que dé la tabla de medidas de lo que puede ser considerado como más elevado. El padre no puede ser en este caso pues él se elevó como autoridad recién como producto de dicho progreso” (p. 226).

      Creo que Freud acá, como dije antes, está superponiendo dos procesos diferentes: 1) el reconocimiento del rol del hombre (del padre) en la fecundación; 2) la instauración del derecho paterno y la elevación del padre como autoridad. El primero es claramente una toma de conciencia y por lo tanto un progreso en la espiritualidad, mientras que el segundo no lo es necesariamente y personalmente creo que debe considerárselo como una regresión a la horda primitiva. Por lo tanto no sería el progreso en la espiritualidad lo que impondría la autoridad del padre.

      “Estamos entonces ante el fenómeno que, en el desarrollo de la humanidad la sensorialidad es poco a poco vencida por la espiritualidad y que los seres humanos se sintieron orgullosos y elevados gracias a tal progreso” (p. 226).

      Acá no parece haber una superación e integración de lo sensible en la universalidad del concepto sino más bien una represión de lo sensible impuesta por una autoridad que parece ser más bien producto de la concretización inmediata de una idea.

      “Además sucede luego que la espiritualidad misma es vencida por el fenómeno emocional totalmente enigmático de la fe...” (p. 226) que llega al Credo quia absurdum. La espiritualidad, vencedora de lo sensible, es a su vez vencida por lo emocional. Pienso que el verdadero progreso en la espiritualidad ha de integrar estos tres niveles: el sensible, el emocional y lo que acá se llama espiritualidad que aquí enfatiza lo intelectual.

      “Tal vez lo común a todas estas situaciones psicológicas es otra cosa. Tal vez el hombre defina simplemente lo más elevado aquello que es lo más difícil y su orgullo sea simplemente el narcisismo aumentado por la conciencia de una dificultad superada” (p. 226).

      Suena como una explicación no satisfactoria: una dificultad superada trae contento y alivio y la reiteración de esos logros constituye luego algo habitual y por lo tanto adquiere el carácter de natural.

      “La religión que ha comenzado con la prohibición de hacerse una imagen de dios, se desarrolló en el curso de los siglos cada vez más en una religión de la renuncia instintiva. No exige la abstinencia sexual, se conforma con una notable cohibición de la libertad sexual. Pero dios es apartado completamente de la sexualidad y es elevado al ideal ético. Pero la ética es restricción instintiva. Los profetas no se cansaron de advertir que dios no pide otra cosa de su pueblo que la conducción de una vida recta y virtuosa, es decir, contención de todas las satisfacciones instintivas que aún son condenadas como viciosas por nuestra moral de hoy. Aún la exigencia de creer en él parece reducirse frente a la seriedad de estas exigencias éticas. Con lo cual la renuncia instintiva parece jugar un rol preponderante en la religión, aún cuando no se presentó desde el comienzo” (pp. 226-227).

      Acá se refiere específicamente a la religión judía tal como se presentó en su comienzo: partió del monoteísmo que, más allá de la prohibición de producir imágenes, todavía en la idea misma expresaba ese progreso de la espiritualidad que posiblemente poseía la religión de Aton, pero la restricción instintiva ocupó un lugar cada vez mayor con respecto al progreso intelectual.

      “Aquí se abre el espacio para una objeción, que ha de evitar un malentendido. Podría parecer que la renuncia instintiva y la ética fundada en ella no pertenecen al contenido esencial de la religión pero están ligadas a ella genéticamente hasta su más profunda interioridad. El totemismo, la primera forma reconocida de una religión, trae consigo como contenido indispensable del sistema una cantidad de mandatos y prohibiciones, que naturalmente no significan otra cosa que renuncias instintivas; el honrar al tótem que incluye la prohibición de dañarlo o matarlo, la exogamia, como la renuncia a las apasionadamente anheladas madre y hermanas de la horda, la aceptación de iguales derechos para todos los miembros de la alianza fraterna, es decir, la limitación de la tendencia a la rivalidad violenta entre ellos. En estas determinaciones debemos ver los primeros comienzos de un orden ético y social. No se nos escapa que aquí se hacen valer dos motivaciones diferentes. Las dos primeras prohibiciones tienen lugar en relación con el padre dejado de lado, continúan al mismo tiempo su voluntad; el tercer mandato, el de la equiparación de derechos entre los hermanos, no depende de la voluntad del padre, se justifica por la apelación a la necesidad de mantener duraderamente el nuevo orden que surgió luego del apartamiento del padre. De lo contrario inevitablemente se volvería a caer en el estado anterior. Aquí se separan los mandatos sociales de los otros que, podemos decir, provienen directamente de las relaciones intrínsecas a la religión” (p. 227).

      ¿No hubo orden social antes del totemismo? Lo hay en toda especie animal: hay una ética, si por ética entendemos el precipitado de las costumbres o hábitos creados en función de la adaptación al medio circundante y la supervivencia consiguiente. Si seguimos a Freud, el primer orden social humano conocido es el de la horda primitiva. No cabe duda que debió haber habido una progresiva transformación de dicho orden a lo largo de la adquisición del lenguaje humano, con la aparición de la omnipotencia del pensamiento y del animismo. Según Freud en esta época habría regido el matriarcado, previo al patriarcado y seguramente al totemismo. Estaría el orden matriarcal regido por mandatos y prohibiciones? Seguro por prohibiciones, pero no internas sino aquellas impuestas desde fuera por la fuerza, como en la horda primitiva. Pero ya con el lenguaje humano se debió haber introducido un nuevo orden social regido por la razón, el cual habría empezado a competir con la fuerza bruta. Aquí el instinto debió haber sido manejado por la razón y no por la represión. La represión se habría instalado a partir del establecimiento del totemismo, al interiorizarse la fuerza bruta del protopadre concentrada en el tótem y que empieza a luchar contra la razón de la conciencia (más estrictamente del preconsciente), obligando a que parte de nuestra razón consciente sea puesta fuera de acción (reprimida) generando automatismos (mecanismos de defensa) que actúan independientemente de la voluntad consciente.

      “¿Qué


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