Ronaldo: Un genio de 21 años. Wensley Clarkson
después, se presentó a las pruebas del São Cristovão, un club que estaba mucho más próximo a su casa. Le habían recomendado el entrenador del Club Social Ramos, Alirio, su hijo Leonardo, Alexandre Calango y Zé Carlos. Todos ellos recuerdan a Ronaldo por sus botas de fútbol llenas de agujeros.
El siguiente Mundial de Fútbol de 1990, en Italia, resultó ser tan estresante como los anteriores para el joven de 13 años. Aún vivía en Bento Ribeiro y, como siempre, la fiebre del fútbol afectaba a toda la nación. Incluso se adornaron las favelas con banderas auriverdes para la ocasión.
Ronaldo, sus primos y unos cuantos amigos se reunieron en la casa con el televisor más grande de la zona para ver el decisivo partido entre Brasil y Argentina, su eterno rival. Compraron refrescos y un gran suministro de patatas fritas.
Brasil tenía todas las de ganar ese año, pero, a pesar de dominar el partido, sufrió una estrepitosa derrota. Cuando el árbitro pitó el final del partido, Ronaldo rompió a llorar y los chicos se dirigieron a sus hogares cabizbajos. En términos brasileños, fue un “desastre nacional”,
En esta misma época, el padre de Ronaldo intentó reanudar las relaciones con su hijo, del que se había distanciado en los últimos tiempos. Se había dado cuenta de que Ronaldo estaba a punto de convertirse en un futbolista de gran éxito. Nelio tenía las piernas tan cortas y delgadas que era imposible imaginarse que ambos fueran padre e hijo. Nelio siempre ha atribuido esta diferencia a que “Ronaldo pasó una infancia mejor que la mía”.
A pesar de sus problemas con el alcohol y las drogas, Nelio no dejaba de ser un hombre astuto y perspicaz que puso todo su empeño en trasmitir estas cualidades a su hijo.
Hoy en día, Nelio sigue insistiendo en que fue él quien enseñó a Ronaldo la importancia de la fortaleza psíquica. Se rumorea que, incluso antes de que Ronaldo cumpliera 14 años, su padre estaba decidido a no desvincularse de la carrera de su hijo por motivos evidentes.
ACTO II:
EL BUENO, EL MALO Y EL FEO
“Yo, como futbolista, ni si quiera le llegaba a la suela de los zapatos. Como mucho, heredó mi pasión por el fútbol. ¿Su clase? No, eso es un regalo del cielo.”
CAPÍTULO 4
Buitres hambrientos
El São Cristovão era un club anclado en la tradición, que cierto momento de su historia llegó a poner en peligro el dominio de gigantes como el Flamengo, el Vasco da Gama, el Fluminense y el Botafogo. Pero eso fue en 1926 y, desde entonces, no se había vuelto a acercar a esta época gloriosa.
De hecho, el declive del São Cristovão iba de la mano del deterioro vertiginoso del vecindario en el que se encontraba. Se había convertido en un equipo de pobres para pobres, que sobrevivía gracias al afecto y a los favores de hombres de negocios o patrocinadores de poca monta. La entrada del club aún conservaba una vieja placa clásica con la inscripción “São Cristovão Football Club”.
Junto a ella, el escudo de armas blanco y negro del equipo, igualmente bonito.
Unas escaleras de cemento cubiertas de graffiti daban paso al comedor y, más arriba, a la sala de trofeos. No se había reformado el lugar desde los días lejanos del período de entreguerras.
No había sauna, jacuzzi ni gimnasio. Por la ducha salía una especie de hilillo marrón de agua. El objeto mejor conservado del vestuario era una estatua de la Virgen María.
El 12 de agosto de 1990, Ronaldo jugó su primer partido con el São Cristovão. Marcó tres goles al Tomazinho en el partido que su equipo ganó por 5-2, pero el entrenador Ary Ferreira de Sa no se dejó impresionar sobremanera por el muchacho de 13 años.
“Era tan rígido, tan poco elegante... Bien es cierto que conseguía abrirse paso a trompicones con el balón, pero más bien parecía objeto de la suerte. Me gustaba mucho más el futbolista que jugaba adelantado junto a él, Calango”.
Ronaldo marcaba cada vez más goles y Ary le consentía todo tipo de caprichos para mantenerle contento. Le regalaba comida, zapatos y billetes de autobús, que a menudo pagaba de su propio bolsillo o de las arcas del club. Pronto se hizo evidente que los padres de Ronaldo eran incapaces de pagar nada.
En una ocasión, Ronaldo le rogó literalmente a Ary que le comprara unas botas Nike. El entrenador negó lentamente con la cabeza y le contestó a su jugador estrella: “Joder, Ronaldo, ni siquiera puedo permitirme comprárselas a mi hijo”.
Pero Ronaldo no se rindió y durante el mes siguiente no paró de pedirle al entrenador que le consiguiera un par gratis.
“Era muy típico de Ronaldo: solía encapricharse con cosas como las botas”, comenta Ary. “En una ocasión llegó hasta el punto de pedirme que le comprara un par a él y otro a su amigo Calango”.
Al final, uno de los directivos del club compró un único par de botas que ambos jugadores se turnaban en cada partido.
En el São Cristovão, Ronaldo se ganó también un nuevo apodo, “Mónica”, en alusión a un personaje brasileño de dibujos animados con dientes enormes. “Mónica era una brujilla con temperamento de hierro”, recuerda Ary. “Ronaldo era como una gota de agua”.
Desgraciadamente, Ronaldo pronto ganó fama entre los entrenadores del club de ser ‘un tanto pedigüeño”.
“Siempre estaba pidiendo algo, frotándose los dedos. Dinero para el almuerzo, para las botas, para cualquier cosa”, recuerda uno de los entrenadores del equipo. “Se lo pedía a cualquiera: a otros niños, a los directivos e incluso a los aficionados. No tenía nada de dinero y se veía en la obligación de pedírselo a otros”.
Durante los entrenamientos, Ronaldo intentaba todo lo habido y por haber para evitar hacer cualquier ejercicio cansado. Un día, cuando el equipo estaba en el campo de entrenamiento, Ronaldo se escondió tras un árbol para saltarse la tabla de gimnasia.
Sin embargo, los entrenadores del São Cristovão no se daban cuenta de que la reticencia de Ronaldo a los entrenamientos se debía en parte a los graves problemas de respiración que había arrastrado toda la vida. Respiraba sólo por la boca y, como señaló un ortopedista, se trata de “la peor forma de respirar. Origina problemas de suministro de oxígeno al cerebro y a los músculos. Al respirar por la nariz, el aire se filtra y llega en mayores cantidades a los pulmones, lo que mejora el rendimiento del cuerpo”.
Cuando Ronaldo saltaba al terreno de juego, todos olvidaban su comportamiento poco convencional. En un partido de juniors contra el Flamengo, Ronaldo recibió el balón junto a la línea de banda. Dribló a seis jugadores mientras avanzaba por el campo contrario y después metió un gol perfecto desde unos catorce metros de distancia. La jugada ocurrió en nueve escasos segundos.
Ronaldo aprendió mucho acerca de la realidad futbolística durante su etapa en el São Cristovão. Y es que, por mucho que pudiera parecer que Brasil sería el último lugar del mundo en el que se daría una carencia de fútbol ofensivo, lo cierto es que el deporte nacional llevaba años guiándose por tácticas equivocadas.
La falta táctica conocida como matar o jogo (parar el juego) era muy frecuente en el fútbol brasileño: cuando un equipo perdía la posesión del balón, uno de sus compañeros cometía una falta para permitir que sus compañeros de equipo se reagrupasen. Otra táctica sofisticada de parar el juego consistía en que varios de los jugadores del mismo equipo se fuesen turnando en hacer faltas al jugador más peligroso del equipo contrario, evitando así que hubiese un único marcador y reducir el riesgo de expulsión del jugador en cuestión.
Ronaldo fue evolucionando como futbolista en este ambiente. Y no hablemos de las excéntricas normas disciplinarias según las cuales, acumular tres cartulinas amarillas era motivo de suspensión inmediata, mientras que con