Hacienda pública - 11 edición. Juan Camilo Restrepo

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ese momento: el de las colonias españolas en territorio americano.

      Como conclusión, podemos afirmar que en las vísperas de la independencia de la América española no toda la levadura que inflamó la llama libertaria en estos virreinatos fue de origen político (el malestar por el destronamiento de la dinastía borbónica española por Napoleón y la retención arbitraria en territorio francés tanto de Carlos IV como de Fernando VII): también hubo causas de origen fiscal que tuvieron un gran peso en la determinación de las elites criollas al momento de romper los vínculos con el gobierno de Madrid.

      Las reformas fiscales de los ministros ilustrados durante el reinado de los últimos borbones desempeñaron un papel decisivo en este cambio de opinión. Son bien conocidas, por ejemplo, las duras reformas impuestas por el ministro José de Gálvez para endurecer la tributación en América, tales como el incremento de las alcabalas o el reforzamiento de ciertos monopolios, en especial el del tabaco28.

      Estos cambios fiscales introducidos por el régimen borbónico tardío fueron el sustrato que animó movimientos prerrevolucionarios como el de los comuneros en la Nueva Granada. Sin embargo, una de estas reformas (aunque quizás la menos estudiada hasta la fecha) fue la creación del “Fondo para la Consolidación de los Vales Reales”, que terminó ayudando a alienar no pocos corazones de acaudalados criollos americanos contra la Corona española.

      Es necesario ubicar el episodio del cual nos hemos venido ocupando en este artículo, o sea, el de la “consolidación de los vales reales”, dentro del contexto de la fase económica decadente de las políticas económicas borbónicas.

      La inflación, la pérdida de la autonomía en su política exterior a manos de Napoleón y el derrumbe fiscal del Imperio en los últimos años del siglo XVIII y primeros del XIX explican medidas fiscales desesperadas como fue la consolidación de los vales reales.

      Esta fase decadente ocupa prácticamente todo el reinado de Carlos IV y, a juicio de muchos historiadores contemporáneos, es el momento en que empieza en realidad a declinar irreversiblemente el Imperio español. Es también el momento en que eclosionan los movimientos independentistas en la América española.

      Por ejemplo, J. Vicent Vives, en su gran Historia económica de España, dice lo siguiente:

      La España de Carlos IV vivió bajo dos signos: guerras revolucionarias en Europa y coyunturas inflacionarias en el interior. Mientras que su predecesor había podido asimilar el alza de precios al socaire de la expansión demográfica, comercial e industrial, Carlos IV se vio obligado a alimentar la inflación lanzando papel moneda al mercado, desbordando los límites presupuestarios y acudiendo al empréstito. La presión francesa en los Pirineos y las necesidades de la guerra moderna surgida con las semibrigadas de la convención desbarataron la reposada administración borbónica, haciendo saltar sus resortes. Solo una política de firmes exacciones tributarias, dirigida hacia las clases poderosas: nobleza y clero, habría podido restablecer el equilibrio. En lugar de ello se acudió a la venta de propiedades eclesiásticas, sin ninguna garantía válida.

      Recordemos que luego del gran reinado de Carlos III (el monarca ilustrado por excelencia), el de Carlos IV estuvo signado no solo por gigantescos fracasos fiscales, diplomáticos y políticos, sino que los vientos suaves de ilustración que habían comenzado a refrescar la sociedad española se transformaron en las violentas oleadas represivas que la Revolución francesa primero y luego la invasión napoleónica a la península habrían de generar.

      El gran historiador Manuel Fernández Álvarez, quien acaba de fallecer en el año 2010, ha dejado un espléndido libro póstumo titulado España, biografía de una nación, donde nos recuerda cómo el reinado de Carlos IV estuvo signado por el fracaso desde un inicio: la paz vergonzosa de Basilea con Francia (1795) que al valido Godoy le mereció el título de “Príncipe de la Paz” pero a España le costó la pérdida de Santo Domingo; el tratado de San Ildefonso con Napoleón (1796), que lanzaría a España a una guerra marítima con Inglaterra que arruinó las finanzas de la Real Hacienda; la derrota de la Armada española en el cabo de San Vicente (1797); la represión inadmisible contra los ilustrados, el más ilustre de ellos Melchor de Jovellanos, encarcelado en el castillo de Belver, en Palma de Mallorca (1798); el humillante tratado de Aranjuez con Napoleón (1801), que arrastró a España a acompañar al corso en la invasión a Portugal en la que se conoce como la “Guerra de las Naranjas” (1802); y, en fin, hasta el desastre final de Trafalgar (1805).

      La decadencia estaba dibujada. No faltaba sino la invasión y la ominosa abdicación de Bayona ante el arrollador Napoleón.

      Este fue, pues, el telón de fondo de política internacional que marca el comienzo definitivo del ocaso del Imperio español y, al mismo tiempo, el despertar de las auroras independentistas en la América española.

      “Tabaco y fiscalidad vienen caminando de la mano desde hace ya muchos siglos”30: así comienza su trabajo sobre la historia de la renta del tabaco el historiador español Rafael Escobedo Romero.

      Aunque existen antecedentes de que la renta del tabaco es anterior al régimen borbónico que empieza al despuntar el siglo XVIII, se han podido ubicar los orígenes del arbitrio rentístico del tabaco en fecha tan remota como 1639. Sin embargo, es evidente que tanto para España como para sus colonias americanas la renta del tabaco hizo parte del sistema de estanco o de rentas monopólicas que fueron especialmente importantes durante el régimen de la monarquía borbónica.

      Tanto en España como en América se pueden distinguir en la organización de la renta estancada del tabaco dos etapas, por lo general claramente determinables. Originalmente la renta del tabaco, tanto en España como en América, se comenzó a aplicar como un monopolio arrendado o delegado a terceros. Este sistema empezó a tener vigencia en España desde el año 1700[31]. En una segunda etapa podemos establecer que la renta del tabaco pasa a ser sistemáticamente administrada de manera directa por la Corona; esta fue una característica propia del régimen borbónico que abogaba por la administración sin intermediarios de los impuestos.

      El primer estanco del tabaco en América se estableció en Cuba el 11 de abril de 1717. Según los historiadores Kuethe y Andrian, el establecimiento del monopolio del tabaco en Cuba y la erección del primer virreinato de la Nueva Granada fueron los dos hechos más notables de la privanza del ministro Alberoni durante la época inicial de la dinastía borbónica en el reinado de Felipe V32.

      Es sorprendente notar cómo en un período de tiempo relativamente breve la renta del tabaco llegó a representar un porcentaje tan considerable de las rentas fiscales todas de la Real Hacienda.

      Durante el apogeo de la renta del tabaco en el período colonial –que en América podemos ubicar en la segunda mitad del siglo XVIII y que en el virreinato de la Nueva Granada coincide con sus últimas tres décadas– el producido del estanco del tabaco llegó a representar entre el 20% y el 25% del total de las rentas fiscales de la Real Hacienda33.

      La historiadora Margarita González, autora de una de las mejores monografías sobre el tema de que disponemos, anota: “Se estima que la renta estancada del tabaco, de la época colonial, representó en toda América más del 100% del capital invertido, siendo éste uno de los negocios estatales más deslumbrantes de la última parte del período colonial”34. Lo anterior significa que la venta del tabaco fue uno de los tributos más productivos de que dispusieron las colonias americanas, y quizás el de mayor productividad.

      1. Sin ser un producto en esencia de primera necesidad como la sal, la generalización de su consumo –sobre todo en las clases más


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