Diario de un escritor. Mario Escobar Velásquez

Diario de un escritor - Mario Escobar Velásquez


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personaje. Uno entrega nada más que la premisa, y deja al lector a cargo de lo demás. Manuelón, le dije al lector del Viejo de las canoas, y nada más. No necesitaba más.

      El paisaje es lo mismo.

        

      Uno está condicionado para hacer esas cosas, para que le guste hacerlas: porque suponen un trabajo ímprobo, dilatado, de muchos perfeccionamientos. No pudiera lograrse sin ese factor que causa placer al efectuar la labor. Nadie sería capaz de ejecutarlo, sin ese condicionamiento, condena, castigo o premio: no sé qué cosa sea. Es cada una y todas, alternadamente.

        

      Acá en la finca tolero a las arañas y a sus telas siempre grises, no solo porque dan cuenta de las moscas, que me repelen, sino de los zancudos chupasangres. Pero sobre todo porque observarlas en su trabajo es fascinante. Digo, en el de cazar sus presas. No sé cómo les cabe tanta inteligencia en ese cerebro diminuto, pero la admito muy grande cabiendo en tan pequeño. Anoche un gusano enorme se enredó en una de sus pitas insidiosas. Centuplicaba el peso de la dueña de la pita, y sus flechas venenosas no la dejaban arrimar a darle la parálisis. Pensé que le había caído algo demasiado para ella. Pero no, así avanzando el gusano rompiera la primera pita, la araña bajó presurosa y puso un hilo en la cabeza del gusano. Subió para fijarlo, y bajó a poner otro en el mismo lugar, y a poco un tercero. Ahora, al avanzar, el gusano se alzaba a sí mismo. A poco tenía más patas en el aire que en el alféizar de la ventana, y entonces menos fuerza. Al rato colgaba íntegro, alzado de a poquiticos. Alguno de esos que piensan que la inteligencia es solamente humana dirá que eso es instinto, pero a mí me pareció razón. Un cazador, lo sé yo que fui tan denodado, medra en cuanto sea más hábil que sus víctimas. De algún modo compensa la velocidad del venado, su olfato incomparable. Lo hace, o con un conocimiento del medio, o con astucia, así la astucia sea también un conocer depurado. Es entonces su inteligencia lo que le dio la sabiduría a la araña. La sabiduría se adquiere, como es sabido. Se acumula, y permite resolver problemas como los de poder contra los chuzos agrios y el peso de dinosaurio de un gusano, apenas con la inteligencia, y sus hilos.

        

      No lo creería quien no lo hubiera vivido: tampoco lo hubiera creído yo en antes. Yo esperaba que la lectura atenta por parte de los lectores, el hecho de que lo captaran a uno y hubiera un reconocimiento, sería ya una gratificación. Lo pensaba cuando no era un escritor, sino un deseo de serlo, vehemente y reprimido. Cuando asumí el asunto hallé que el premio era escribir. Eso, con prescindencia de todo lo demás que en este oficio suele ser agrio y agrisado. Que lo conozcan a uno no significa nada, y que lo confundan a uno con sus libros es embarazoso.

        

      La venganza borra.

        

      Uno marca un número y le contesta en Pereira el viejo amigo, y es casi, casicito, como tenerlo al lado. Y entonces uno le agradece a Graham Campana.

        

      Yo me enamoro de lo que estoy haciendo: lo craneo mucho, y me parece que sale bueno. Creo en esa bondad, en los personajes que construí como buenos, en que lo que se narra vale.

      De ninguna otra manera puede hacerse obra. No se puede sin enamoramiento. Crear es arduo y longo. Crear exige de todo, como la amada más enamorada y más tirana: el tiempo de uno, solamente todo. Y nada de diversiones. Un día sí, y también el otro. Y así, para una novela, cuando menos dos años. Uno se da entero, como en el amor.

        

      Una sonrisa que le viene desde tan adentro, iluminando: después de esa, todas las otras sonrisas de los demás parecen tristes.

        

      Todo el andamiaje, me digo, de esta novela irá a ser solo de putas y choferes, o casi. De necesidad, porque los choferes se ligan a ellas en más de un modo. Tal vez la esté escribiendo para que ahí quepa María Victoria. (Solo sé su nombre, y debió ser uno de los de batalla). Ella, esa putica, que tuvo que ver con mis sentimientos. Ella, y sus pechos duros, duros de verdad: únicos que he conocido de esa estirpe firme. Han cabido en la novela, y cabido ese “sácame de acá” y cabrá mi búsqueda inútil por ella cuando se “la llevó después el torbellino de las ciudades locas y sombrías” de que dijo Delio Seraville. En su vida yo debo haber sido nada menos que nadita, así hubiérale dado unos orgasmos muchos, que en una mujer de su condición indican amor. Pero eso no lo supe entonces, sino después cuando fui más sabio. Cupo, y hay una ternura enorme en ponerla ahí, porque no la he olvidado. Cabe fresca, como si no hubiera pasado ese cargamento de años, y sigue intacta en mí. Pienso que a esos pechos como dura tersura solo les podrá –o pudo– la podre de la muerte. Si están, están erguidos.

      Solo se escribe bien de lo que se conoce bien, y fue o es carne propia, dolores de uno.

        

      La clase llena, y uno sabe que está hablando sólo para cuatro o cinco. Todos oyen, pero esos entienden. Esos, los que escribirán.

        

      Murió de su mano, y de un tiro en la cabeza hace un año y medio, pero apenas lo supe anoche. Para los demás estaba muerto, pero de algún modo recóndito vivía en mí. Fue más alto que yo, con un tipo de belleza varonil que arrancaba de una sonrisa franca y agradable. Debió tener —y tuvo— mucho éxito con las mujeres, y al mismo tiempo fracasó con ellas. O con una, y en la una caben todas.

      Lo conocí de joven, mi discípulo en el bachillerato. Cuando se graduó seguimos de amigos, como con otros dos o tres del grupo. Se casó, y tuvo hijos, y se topó después con una chica sofisticada, rica, dipsómana, linda. Se separó de su mujer y se casó con ella.

      Cuando cené en su casa, un día, me pareció que él creía haber cogido la luna con las manos, y que le era de buen queso. Habían puesto casa, y se veía que todo estaba por encima de sus posibilidades. Así es que vi cómo alguno se volvía un mantenido.

      Pronto vi que debajo de las sedas de la sofisticación ella tenía mano de hierro, y que necesitaba hacérsela sentir a su marido. Era, sin dudas, parte del precio de tenerla ese sentir que ella disponía, aunque aparentara dejarlo hacer: manejaba las riendas y el bocado. Y parece ser que al final él no pudo más con eso de que lo manejaran por dinero: no sabía estar así. Ella le había hecho dejar el empleo, pero como tenía que sostener a mujer primera e hijos, lo tenía tascando freno. Duró cuatro años, o algo así. La dipsomanía de ella empeoraba, y en una noche de balances con malos saldos, en la sala, y temprano, y ante ella, acorralado de los no puedo más, se aplicó la boca tuerta del cañón en la cabeza y se alivió.

      ¿Qué puede ahora extrañarlo a uno? ¿Sorprenderlo siquiera? Las cosas de la vida son esas. Uno no sabe cuándo encuentra a la desgracia disfrazada de su fortuna, cuándo entra el infierno por una puerta marcada “cielo”.

        

      Ejercía una refinada especie de usura, y había recibido en una calle principal una vieja casa grande “en pago de una deuda”, supongo yo que de poco capital y de muchos intereses leoninos, y allá tenía una cama: nada más en la vasta casona sola. Hacia allá se fue una tarde con dos baldes grandes, de ancha boca que recogieran su sangre, toda, porque no derramó en el suelo ni una gota, y se abrió de tajos con ganas, de cuchillas muy afiladas, las venas de los brazos.

      Tarde ya lo encontraron, como de cera. Tenía poco más de cincuenta años, y millones y millones y millones. Distribuía artículos que compraba a pequeños fabricantes, con precios que él mismo fijaba apenas por encima de los costos. Podía, porque adelantaba dineros a esos industriales en pequeño. Se hacía a una sujeción de capitales, a esclavos económicos. Es muy difícil hacer dineros sin esas mañas.

      No suponen qué lo motivó a desangrarse. Tal vez la cama es un indicio: era capaz de copular en una casa sola, inmensa, sin comodidades, más bien que pagar un motel cómodo. Si lo dejaron solo, tal vez halló imposible así la vida.

      ¿Le asustaba su sangre derramada en un piso sucio? ¿La


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