El Alcázar de San Jorge. Pablo R. Fernández Giudici

El Alcázar de San Jorge - Pablo R. Fernández Giudici


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señor prior. ¿Qué planes tienes para tu hallazgo?

      –Ya te dije que no me gusta que me llames así. A eso vine, a que me tendieras una mano ante esta situación imprevista. A fin de cuentas, no puedes obligarme a pensar otra cosa más que en una señal del cielo que te sigue.

      –Otra vez con lo mismo.

      –Ya cállate y déjame hablar. Antes de proseguir, quisiera que me contestes, como amigo, una pregunta que no me atreví a hacer en cuanto te vi después de tanto tiempo. No me gusta mentir y menos a los hermanos, pero sabes que nuestra amistad amerita algunos permisos. ¿Qué tan fuerte es tu deseo de continuar con tu búsqueda?

      –Tan fuerte, que probablemente sea lo único que late en mi pecho.

      –Tal como imaginaba. ¿Y qué planes tienes entonces sobre tu estadía aquí?

      –Bueno, ya me conoces, quieto no estoy a gusto por mucho tiempo en ningún sitio. Vine hasta aquí por consejo y refugio, pero parece que los problemas me siguen a donde vaya. Seré honesto contigo, no podrás retenerme por muchas semanas.

      –Lo sé, amigo mío. Lo sé. Pues déjame decirte que ésta es quizás la oportunidad que estabas esperando. Voy a ayudarte, porque creo en ti y porque antes que en ti, creo que el Señor tiene un destino para ti, a pesar de tu ceguera y necedad. Pero a cambio, deberás prometerme que tu meta y este obsequio del cielo, serán uno. Y no sólo eso, deberás también asegurarme que así como yo voy a confiar en tus percepciones, tu deberás profundizar en tu fe y dejar de rechazar las gracias que te son concedidas.

      –No estoy en contra de eso si me acerca al objetivo. Aunque no me figuro…

      –Déjame los detalles. Quizás hasta tu desconfianza obtenga respuestas en mis planes. Sé que piensas que mi exceso de bondad tal vez me lleve por extraños derroteros, como los que tu aspiras; pues bien, creo que llegó el momento de ponerlos a prueba y ver hacia dónde nos conducen. Quizás deba engañar a quienes me engañan para alcanzar una meta superior. Que la voluntad de Dios sea cumplida.

      Tardé varios años en componer los elementos que conforman este relato, pues al desconocer el pasado común del prior y Alonso, muchos detalles se me antojaban contradictorios y caprichosos, aunque, desde luego, no lo eran. Os ruego paciencia para revelarlos, ya que ni Alonso era un aventurero tonto, ni el prior un fanático improvisado, y ambos conocían sus secretas razones para ver o rechazar lo que definían como señales del cielo. Pero si a mí me provocaban duda y confusión, no quiero imaginar el efecto que toda esta situación tendría en la mente de Rodrigo, que veía con más preocupación que asombro las extrañas rocas halladas en el medio de la construcción.

      Fue el momento pues de que el monje arquitecto fuera convocado por el prior para hacer un análisis más completo del hallazgo y definir un consejo para tomar acciones con respecto a las obras. Y habiéndose ubicado tanto él como Rodrigo frente a los planos, prestos a comenzar a definir los pasos, se sumó al debate Alonso para disgusto del arquitecto.

      –¿Qué hace este hombre aquí? –preguntó sin cuidar las formas.

      –Deseo que esté presente –contestó con frialdad el prior– espero que esto no signifique un problema para usted, hermano Rodrigo.

      –Pues lamento decepcionarlo. En su corta estadía su amigo no ha traído más que contrariedades a este convento.

      –Pensé que era nuestro huésped y no sólo mi amigo, Rodrigo. El hermano Lorenzo es de mi absoluta confianza, no tiene por qué preocuparse.

      –Creí que yo también lo era –dijo con disgusto Rodrigo en un último intento por fijar su posición.

      –Sin duda, sin duda. Por eso deseo que trabajemos como uno. Hermanos, la situación es inusual y, creo yo, de características únicas hasta dónde llega mi intelecto. Nos hemos topado con algo que excede no sólo nuestro conocimiento, sino que además, pone a prueba nuestra comprensión y nuestra fe. Saben que mi deber es, ante un caso como este, dar aviso inmediato a una instancia superior para que esté al corriente del asunto. No creo ser digno de tomar una decisión que pueda poner en riesgo reliquias de semejante naturaleza. Es por este motivo que hoy mismo escribiré una carta exigua pero sustancial, para explicar a la autoridad pertinente la gravedad y urgencia de la situación. Confío en que el hermano Lorenzo podrá devolver las mercedes con las que lo hemos recibido, obrando de mensajero para tan importante recado.

      El rostro de Rodrigo se iluminó por completo. A punto estuvo de abandonar su rictus habitual para dar espacio a una maliciosa sonrisa. No podía creer en su suerte. Es cierto que aún quedaba el escollo que entorpecía la excavación, pero sin duda se haría a un lado y las cosas seguirían a toda marcha, ahora sin la molesta presencia del forastero a quien tanto aborrecía. Disimulando su entusiasmo se permitió hacer sugerencias.

      –Si me permitís, puedo conseguiros información y hacer los arreglos de algún navío que en pocos días zarpe a España.

      Tan sólo esa frase duró la fortuna de Rodrigo, pues el prior, que insisto no era lerdo, tenía otra clase de planes para todos.

      –Os agradezco, hermano Rodrigo. Pero el navío no ha de dirigirse hacia el norte sino hacia el sur. Deberá zarpar con rumbo a Santiago de Chile, no a España.

      Durante unos segundos, la sonrisa del embustero se fue diluyendo como gruesos granos de sal en un caldero hirviendo.

      –Pero señor, habéis dicho una autoridad competente. ¿Qué clase de autoridad competente podéis encontrar en Santiago de Chile?

      –Una pregunta razonable –otorgó el prior con amabilidad– sucede que nuestro amigo viajero, trajo con sus magras pertenencias un recado de alguien muy importante que tendrá asiento en Chile durante los próximos meses. Una combinación afortunada de tenerle cerca ante estas circunstancias extraordinarias.

      –¿Y puedo saber de quién se trata? –preguntó entre molesto y preocupado Rodrigo.

      –Me temo que no, hermano. Hasta este humilde siervo debe mantener la discreción sobre algunos asuntos.

      –Comprendo, comprendo –fingió, fastidioso, el mal monje, pero sin darse por vencido– ¿Y por qué cubrir la travesía por mar, un viaje que sin duda está plagado de peligros?

      –Pienso que es la vía más rápida. Es menester que el mensaje llegue lo antes posible.

      –Estoy de acuerdo –dijo sin estar demasiado convencido de la jugada.

      Alonso llevó su mano a la boca para disimular una sonrisa triunfal. El viaje a Chile era una excusa del prior para confiar en los deseos de su amigo, que arriesgándolo todo, trataría de llevar adelante su soñada empresa. Pero las malas noticias, aún no terminaban para Rodrigo. Alzando un poco la voz, el prior solicitó a un hermano que me fuera a buscar, pues requería mi presencia.

      –¿Para qué deseáis la presencia del mozo, señor? –preguntó como si le hubiesen ofendido.

      –Bueno, el muchacho fue quien dio con las rocas, si es que debo llamarlas así. Creo oportuno hacerle algunas preguntas.

      –No le encuentro el sentido, pero estoy seguro de que tenéis una muy buena razón para ello –se conformó con asfixiar su furia en galanterías, mientras no dejaba quietas las manos por la impaciencia.

      Minutos de tenso silencio y de miradas cómplices se vivieron en aquella sala dónde sólo se hablaba de cuestiones importantes. Al menos importantes para una pequeña comunidad de monjes como nosotros. Alonso se divertía con el suspenso y el prior, agudizaba sus respuestas en busca de nuevas señales de impertinencia y desafío. Aunque algo tarde, había tomado nota de las observaciones de Alonso sobre Rodrigo.

      Una vez en el recinto, me presenté con humildad y no tardé en mostrarme incómodo por la presencia de Rodrigo. Ni siquiera me dedicó su habitual mirada de desprecio, como si aquella amenaza que me profiriera poco tiempo antes hubiese sido producto de un mal sueño.

      –Adelante hermano Pedro –se apuró por decir el prior, siempre atento a mi bienestar. Evitando


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