Yoga y medicina. Timothy McCall
cerca de donde vives pueden entregarse antes y, por eso, son preferibles. Lo mejor (si no puedes cultivarlos tú mismo) es comprarlos en un mercado agrícola y conocer a la gente que ha plantado y cuidado las cosechas o criado a los animales. Recuerda también que las verduras y las frutas congeladas inmediatamente después de la recolección tienen un contenido más alto de vitaminas que los alimentos frescos que tardan tiempo en ser consumidos.
Aunque toda nuestra atención debería centrarse en llevar una dieta rica en vitaminas y otros antioxidantes naturales, hay pruebas que demuestran la seguridad y la eficacia de tomar un complejo vitamínico todos los días –a pesar de que los hombres y las mujeres menopáusicas deben evitar los complejos vitamínicos que contengan hierro, a no ser que sus niveles de hierro estén bajos. Algunas personas (especialmente las mujeres menopáusicas) también necesitan tomar un suplemento de calcio para mantener los huesos fuertes, y cada vez más pruebas sugieren que mucha gente se beneficiaría también de un suplemento de vitamina D. Yo personalmente tomo dosis pequeñas diarias de varios antioxidantes y ácidos grasos omega-3, pero he basado mi elección en cálculos hechos con cierta base más que en una ciencia exacta. En la vida real, a menudo hay que tomar decisiones antes de disponer de suficientes pruebas. Lo único que se puede hacer es aprender todo lo posible y tratar de ofrecer la mejor respuesta, intentando siempre pecar de precavido. Los suplementos que contienen varias de las formas de vitaminas afines –una pastilla que contenga “mezcla de carotenoides”, por ejemplo, en vez de vitamina A pura o beta-carotenos– son lo más parecido a una comida completa y pueden resultar ser más eficaces y menos tóxicos.
Quizá hayas oído el dicho “somos lo que comemos”. Desde la perspectiva del yoga, sin embargo, no somos sólo lo que comemos, sino también cómo lo comemos. El yoga te anima a ser consciente de cada pedazo de comida que te llevas a la boca, sintiendo su sabor, su textura y su temperatura. Los yoghis sugieren que pensemos de dónde vienen los alimentos y estemos agradecidos a quienes los cultivaron y prepararon (incluidos nosotros mismos si hemos sido los cocineros). Para potenciar la conciencia y una mejor digestión, el yoga dice que se coma despacio y sin estar distraídos. Es mejor no leer o ver la televisión mientras masticamos y, en lugar de ello, prestar atención a la comida que se tiene delante. Llena sólo tres cuartos de tu estómago, siéntate para comer y no comas con prisas. Si puedes hacer del comer una forma de meditación, más sano será. No siempre es posible pero cuánto más lo hagas, mejor. Esta conciencia suele evitar que nos sobrealimentemos y suponer un gran cambio en nuestro peso (ver capítulo 27).
Lo que se trata en este capítulo puede considerarse una propuesta tántrica para la salud. En contra de la creencia popular, el tantra no trata solamente sobre sexo. Los maestros tántricos buscaban la misma libertad que otros yoghis, pero eran enormemente pragmáticos y estaban dispuestos a emplear cualquier herramienta que pudiera ayudarles a alcanzar sus metas, incluso aquéllas rechazadas por los yoghis clásicos. El yoga como medicina es igual de pragmático e integrador y está dispuesto a incluir cualquier modalidad curativa que sea segura y pueda ayudar, sin importar que haya sido etiquetada como convencional o alternativa, reduccionista, natural o incluso no científica y metafísica.
Dolores adoptó este enfoque global del yoga y no sólo ha mejorado su salud, sino que también ha transformado toda su vida. “Todo empezó con el yoga”, dice ella. Hasta se podría afirmar que fue su aventura con el yoga lo que llevó tanto amor a su vida. El yoga enseña que tendemos a atraer la energía que desprendemos, ya sea rabia, negatividad y violencia, o generosidad, compasión y amor. Esto, de nuevo, es el karma. Dolores ha escogido claramente el camino del amor: el amor de Dios, el amor de su comunidad y su propio amor, y ahora, allá donde mire, encuentra amor a cambio.
SEGUNDA PARTE
LA PRÁCTICA DEL YOGA
Al principio tienes que hacer un hueco para el yoga
en tu vida diaria y darle el lugar que se merece.
Después de cierto tiempo, el propio yoga te agarrará
de los pelos y te hará practicarlo.
—VANDA SCARAVELLI
CAPÍTULO 5
PRACTICAR YOGA DE FORMA SEGURA
No contraigas el cerebro cuando estires el cuerpo. —B. K. S. IYENGAR
Me imaginé que el síndrome del desfiladero torácico debía de estar relacionado con la asimetría en mi pecho, algo que descubrí gracias al yoga. Al pensar en ello, me resultó fascinante que en todos sus años de conocimiento médico y experiencia, ningún médico hubiera descubierto este desequilibrio estructural, obvio para cualquier profesor de yoga. Durante el mes siguiente, modifiqué mis ejercicios, evitando las posturas que parecían empeorarlo. Para cuando salí hacia la India, los síntomas habían disminuido, aunque el cosquilleo me molestó un par de veces durante los largos vuelos a Bangalore.
En seguida me di cuenta de que, curiosamente, los síntomas eran un regalo. Tenía planeado visitar varios centros de terapia de yoga para observar su trabajo. Ahora, en vez de sólo mirar, cuando fuera posible, iba a someterme a análisis y tratamiento en manos de expertos a los que pensaba estudiar. Esto me permitiría probar sus sugerencias y ver cuáles me funcionaban. Aunque no era un experimento científico con grupo control, la experiencia me había demostrado que una exposición práctica directa como ésa puede enseñar cosas que quizá no se comprenderían de otra forma.
Una de mis primeras sorpresas me la llevé en Chennai (Madrás), donde pasé un par de semanas en el Krishnamacharya Yoga Mandiram, un centro de terapia de yoga dirigido por T. K. V. Desikachar, hijo del legendario Krishnamacharya. Allí, los profesores me dijeron que tenía que dejar cuanto antes de realizar la postura sobre la cabeza, la postura sobre los hombros y la postura del arado –posturas muy trabajadas en el yoga de Iyengar, que es mi práctica principal. De hecho, había ido aumentando de forma paulatina el tiempo que pasaba en la postura sobre la cabeza y, en los últimos meses, había alcanzado los diez minutos al día. El profesor del Krishnamacharya Yoga Mandiram me dijo que la postura sobre la cabeza y otras asanas que me pedían que dejase de practicar podían estar causando o agravando mis problemas, comprimiéndome el cuello y la columna, algo que no se me había ocurrido a mí. Para afrontar el problema, me recomendaron una serie de ejercicios de inclinación hacia atrás suaves y otras posturas diseñadas para abrir el pecho. Pocos días después, durante un seminario de