Lo que callan las palabras. Manuel Alvar Ezquerra

Lo que callan las palabras - Manuel Alvar Ezquerra


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ATHENAEUM, que a su vez viene del griego Athenaion, el templo de Atenea (la Minerva de los romanos), diosa de la sabiduría y de la guerra, en Atenas, en el cual se reunían filósofos, poetas, oradores, artistas, etc., para dar a conocer sus pensamientos y escritos. Cuando en el siglo XIX comienzan a fundarse asociaciones culturales, tanto por parte de la burguesía como por parte de la clase obrera, se les dio el nombre de ateneo en recuerdo del original ateniense. Como complemento, véase el artículo academia.

      ático Si miramos la palabra ático en el diccionario de nuestra Academia, podemos ver dos grupos de acepciones claramente diferenciadas. Por una parte, las de adjetivos (que también pueden ser sustantivos) referidos al Ática o a Atenas, en Grecia, y, por otra, las de sustantivos del ámbito de la arquitectura, siendo la más habitual la del ‘último piso de un edificio, generalmente retranqueado y del que forma parte, a veces, una azotea’. Ante ellas la pregunta que surge inmediatamente es la de si tienen relación entre sí. La respuesta es afirmativa, y de un grupo se pasa al otro a través de uno de los órdenes de la arquitectura, que no está entre las acepciones de la voz en el repertorio académico, aunque era el único sentido que aparecía en el primero de los elaborados por la Institución, el que conocemos como Diccionario de Autoridades. Es el presbítero Francisco Martínez (1788) quien nos da la explicación que andamos buscando en el artículo ático: «Era antiguamente un edificio construido por el estilo ateniense en donde no se veía techo alguno. Hoy día dan igual nombre al alto de casa que termina una fachada y por lo común solo tiene dos tercias de la estancia o habitación interior. Llaman también ático a un pequeño alto, o estado que se levanta sobre los pabellones de los ángulos y el medio de un edificio». A este sigue otro, el del ático continuo: «es aquel que rige alrededor de un edificio sin interrupción. Ático interpuesto es aquel que está situado entre dos estancias y adornado por lo regular de columnas o pilastras». Pocos años después, Benito Bails (1802) definía ático como ‘piso de poca altura, que está en la parte superior de un edificio, resalto o pabellón’. Esto es, originariamente era el cuerpo de una fachada que disimulaba u ocultaba la techumbre de la edificación, que más tarde fue cubierto, y, finalmente, se hizo habitable, aunque no con las mismas características (extensión, altura) del resto de la edificación, retranqueado porque no forma parte de la fachada.

      atril Según la definición del diccionario de la Real Academia Española, el atril es el ‘mueble en forma de plano inclinado, con pie o sin él, que sirve para sostener libros, partituras, etc., y leer con más comodidad’. La palabra procede del latín *LECTORILE, derivado de LECTOR, -ORIS ‘lector’. Esto es, se trata de un mueble que sirve para leer. En su evolución, la voz perdió la l-, absorbida en el artículo precedente: el letril > el etril, cambiando más adelante la e- por una a-, debido a lo inusual que resultaba como sílaba inicial. Cuando Sebastián de Covarrubias (1611) llegó a ella no anduvo muy acertado en su origen: «atril, el facistol sobre el cual ponemos el libro para cantar. Díjose de la palabra atrium, que comúnmente vale la entrada de la casa, el portal o el zaguán, o el corral que está en entrando la puerta o patio, como se usa en muchas partes, que en la delantera de la casa no hay más que el muro, y luego se entra en un patio, y al cabo de él está la casa y habitación [...]. La Sagrada Escritura hace mención de tres atrios que había en el templo y en el que estaban los sacerdotes que cantaban alabanzas al Señor; debieron de usar de los facistoles para ir extendiendo sobre ellos sus libros, y por haberse usado allí se llamaron atriles, o, lo más cierto, porque el coro donde residen los eclesiásticos se llama atrio, a semejanza del atrio del templo de Salomón, y porque aquel facistol está en medio del coro o en medio del atrio se llamó atril».

      atroz Entre las definiciones que nos proporciona el diccionario de la Academia del adjetivo atroz están la de ‘fiero, cruel, inhumano’ y el sentido coloquial ‘pésimo, muy desagradable’, ambas de empleo frecuente. La palabra tiene su origen en la latina ATROX, ATROCIS ‘atroz, cruel, horrible, peligroso; feroz, duro, implacable’, a su vez derivado de ATER, ATRA, ATRUM ‘negro, oscuro; sombrío, aciago; pérfido’. El aspecto sombrío de lo negro y los malos presagios asociados a él, pasaron al otro adjetivo latino, y se conservan en el nuestro, aunque se ha perdido la vinculación con el negro, no así con los otros aspectos que encierra. Sebastián de Covarrubias (1611) recogió la voz y escribió: «atroz, latine atrox. Vale ‘áspero, cruel, de atroz y horrendo aspecto’. Los griegos llaman atrokia a las cosas que son crudas y acerbas […]. Algunos quieren se haya dicho del nombre trux, cis, ferox, crudelis, y entonces la a aumentará la significación. Llamamos delitos atroces los que en sí tienen infidelidad contra Dios y contra el rey; traición, crueldad e impiedad contra el prójimo [...]».

      atutía La palabra atutía no se emplea correctamente por no saberse su origen, pues se trata de uno de los fósiles que quedan en la lengua, empleada también bajo la forma tutía. La atutía es un ungüento medicinal elaborado a partir de óxido de cinc que se utilizaba como remedio universal, de donde surgió la expresión de no hay atutía o tutía, con la que se quiere expresar que no hay manera de vencer una dificultad. La Academia la considera una expresión coloquial ‘U[sada] para dar a entender a alguien que no debe tener esperanza de conseguir lo que desea o de evitar lo que teme’. El desconocimiento de los elementos de la expresión hace que se segmente como no hay tu tía, pero nada tiene que ver con el parentesco, ni cosa que se le parezca, pues procede del árabe hispánico attutíyya, que a su vez viene del árabe clásico tūtiyā[‘], y este del sánscrito tuttha.

      austral La palabra austral es un adjetivo derivado de austro, el ‘viento procedente del sur’ o el ‘sur’ mismo, aunque en la actualidad el sustantivo apenas tiene uso fuero del ámbito literario. La palabra austro procede de la latina AUSTER, -TRI ‘viento del mediodía’. Cuando Sebastián de Covarrubias (1611) consignó esa palabra puso: «austro, el viento que sopla de mediodía, dicho en latín auster, ab auriendis aquis, licet non aspiretur in principio [auster, porque pone las aguas de color dorado, aunque al principio no sea favorable]. Es nebuloso y húmedo, y por esta razón los griegos lo llamaron notus, del nombre notis, nitidos, humiditas, humor. Plaga austral, la que cae a medio día». Véase también el artículo boreal.

      austro Véase austral.

      avellana La avellana es un fruto seco bien conocido por la comercialización que se hace de él, y por la cantidad de avellanos que pueden encontrarse en el campo en terrenos húmedos. Su nombre procede del latín ABELLANA [NUX], esto es [la nuez] de Abella, o Avella en su grafía actual, municipio de la provincia de Avellino, en la Campania italiana, famosa por las avellanas que produce desde la Antigüedad. Sebastián de Covarrubias (1611) nos lo contó, aunque podemos encontrar la explicación en diccionarios anteriores: «avellana, fruta conocida. Latine nux, avellana. Y díjose así de Avela, lugar de Campania, donde hay abundancia de avellanas. Díjose también nux pontica, por haberlas traído del Ponto, de la ciudad de Heraclea, por lo cual, según Teofrasto, se llamaron nuces heracleoticas; y prenestinas, según Macrobio, porque los de Preneste, estando por Aníbal cercados, se pudieron entretener y sustentar con la copia de avellanas que tenían dentro del lugar, de que abunda la comarca». En algunas zonas del sur de España (Andalucía, Extremadura, Murcia) se llama también avellana (y variantes en la pronunciación, en ocasiones con alguna especificación como avellana americana, avellana castellana, avellana cordobesa, avellana fina) al cacahuete, otro fruto seco de procedencia exterior.

      avestruz El avestruz es una ave que no nos resulta desconocida pese a su carácter más o menos exótico, ya que su nombre se utiliza en varias expresiones recogidas en el diccionario académico y que el animal comienza a criarse en España para el consumo, minoritario, de su carne, además de utilizarse sus plumas como adorno desde ahce mucho tiempo. La voz nos ha llegado a través del provenzal estrutz, procedente del latín STRUTHĬO, que lo tomó del griego struthós ‘gorrión, avestruz’. En nuestra lengua se antepuso ave al nombre dando lugar al compuesto con el que conocemos el animal, avestruz. Este nombre aparece en la lengua desde la Edad Media, tomado de los bestiarios, por lo que figura en los diccionarios desde Nebrija. Sebastián de Covarrubias (1611) nos dejó escrito: «avestruz, latine struthius, i; struthio camellus, i. Es la mayor de las aves, si ave se puede llamar, porque aunque tiene alas no vuela con ellas, tan solo le sirven de aligerar su corrida sin jamás levantarse de tierra. Tiene las uñas hendidas como el ciervo, y cuando huye va asiendo con ellas las piedras y las


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