Lo que callan las palabras. Manuel Alvar Ezquerra
los cuelgan en algunos santuarios. Sus plumas, curadas y teñidas de varias colores, adornan las celadas de los soldados, las gorras y sombreros de los galanes [...]». Ese STRUTHIO CAMELLUS de que habla el canónigo de Cuenca es la traducción latina del griego struthokámelos ‘avestruz’, compuesto de struthós ‘gorrión’ y kámelos ‘camello’, pues resultaba difícil nombrar con la misma palabra al gorrión y al camello, aves los dos, pero de tamaño bien diferente, por lo que al segundo se añadió kámelos en griego, CAMELLUS en latín, en referencia a su tamaño, especificación que no ha pasado a las otras lenguas.
avión El nombre de la aeronave procede del francés avion, documentado por vez primera en esa lengua en 1890. Se formó en ella a partir de la raíz avi- ‘ave’, y el sufijo -on, presente en el vocabulario de la ornitología, aunque puede ser también por analogía con otras palabras francesas que poseen la misma terminación.
El diccionario académico registra otra entrada avión, la primera, que vale ‘pájaro, especie de vencejo’, sin más especificaciones, pues son varios pájaros los que pueden recibir este nombre, todos de la familia de las golondrinas. En este caso, parece procedente del latín GAVĬA ‘gaviota’, que debió perder la g- por influjo de ave, como explica Menéndez Pidal, por más que Corominas y Pascual vean dificultades para el paso de la denominación de una ave a la otra, pues no son parecidas. Sebastián de Covarrubias (1611) recogió esta denominación, proponiendo otra procedencia nada verosímil: «avión, pájaro conocido, que por otro nombre se llama vencejo, y arrijaque en arábigo. Díjose avión, de aviar, por ‘andar vía’; anda de ordinario en el aire y no se sienta en el suelo por tener los pies muy cortos. Es avecica peregrina, que viene a estas tierras los veranos y vuelve a invernar a otras calientes».
azafata Es una palabra que había caído en desuso y que el vocabulario español de la aviación ha relanzado. Designaba, según la acepción que todavía hoy recoge el diccionario académico, a la ‘criada de la reina, a quien servía los vestidos y alhajas que se había de poner y los recogía cuando se los quitaba’ para lo que utilizaba una bandeja llamada azafate, voz de la que procede la que nos interesa ahora, derivada del árabe hispánico *assafáṭ, que a su vez viene del árabe clásico safaṭ ‘cesta de hojas de palma, enser donde las mujeres ponen sus perfumes y otros objetos’. Cuando se reintrodujo en español para la mujer encargada de atender a los pasajeros a bordo de los aviones se quería dar a entender que el trato a los pasajeros era regio. Después se ha aplicado a las que atienden a los pasajeros de otros medios de transporte, incluso en otros servicios que no son el vuelo, de donde ha pasado a nombrar la que, contratada para la ocasión, proporciona informaciones y ayuda a quienes participan en asambleas, congresos, etc. Y como los hombres han accedido a esos puestos de trabajo, se ha creado un masculino azafato, ya admitido en el repertorio de la Academia.
azor El nombre de esta ave de rapiña viene del latín vulgar ACCEPTOR, -ORIS, procedente del latín clásico ACCIPĬTER, -TRIS ‘azor, ave de presa en general’, que no parece derivado del verbo ACCIPĔRE ‘coger, recibir, acoger, aceptar’, sino una forma paralela al griego okýpteros ‘que vuela rápidamente’, con influencia fonética, por etimología popular, del verbo latino. Sebastián de Covarrubias (1611) escribió: «azor, es ave de volatería conocida. Latine accipiter, de donde pudo tomar nombre, aunque con mucha corrupción. Llámase humípeta por cuanto vuela por bajo, y su prisión ordinaria es la perdiz. Díjose azor, según algunos cuasi astor, porque los azores se crían en Asturias [...]».
azorar Azorar o azorarse, en la segunda acepción del diccionario académico es ‘conturbar, sobresaltar’, esto es, estar inquieto o intranquilo por algún motivo. La voz es una formación parasintética con azor. Se aplica a las personas a partir del temor que sienten sus presas cuando son perseguidas por el ave de rapiña, como puede interpretarse a partir de la primera acepción del diccionario académico, ‘dicho de un azor: asustar, perseguir o alcanzar a otras aves’. El término ya fue recogido por Nebrija en su diccionario de ¿1495? español-latino. Sebastián de Covarrubias (1611), al tratar la voz azor dejó escrito: «[...]. Azorarse vale alborotarse de alguna cosa súbita, y azorado el alborotado, como la perdiz cuando ha visto el azor. Perdiz azorada, medio asada, porque está muy tierna a causa de la congoja que tomó de verse en sus uñas y así está tierna».
azulejo A menudo he oído la pregunta de por qué los azulejos se llaman así cuando frecuentemente son de color blanco, o de cualquier otro color. Lo cierto es que el nombre nada tiene que ver con el color azul, pues se trata de una palabra procedente del árabe hispánico azzuláyǧ[a], como pone el diccionario académico en la etimología de la voz, y que significaba lo mismo. La confusión por el color azul viene de lejos, y ya Sebastián de Covarrubias (1611) explicaba que son «ladrillos pequeños, cuadrados y de otras formas, con que se enladrillan las salas y aposentos regalados en las casas de los señores, y en los jardines las calles de ellos […]. Dijéronse azulejos porque los primeros debieron ser todos de esta color azul, y después se inventaron las otras, o porque entre todas es la azul la que más campea. En Valencia llaman rajoles a los azulejos, por ventura, por ser en respeto de los ladrillos como rajuelas o ripios, que en latín se llaman assulas, y de allí assulejos. Maestro Sánchez Brocense dice ser arábigo, zulaja». Y, como vemos, no le faltaba razón al Brocense que escribía sus Etimologías españolas hacia 1580.
b
Decía Gómez de la Serna en una de las greguerías que la B es el ama de cría del alfabeto, sin duda, por sus abultadas formas, pero es que también son abundantes las palabras que comienzan con ella, y lo serían muchas más si los romanos no hubiesen mantenido la distinción entre esa letra y la v, pese a que ya confundían los sonidos representados con ellas, que entre nosotros suenan del mismo modo (pese a que algunos ignorantes hipercultos se empeñen en pronunciarlas como en otras lenguas), por lo que para ciertos reformistas de la ortografía bastaría con una sola. Si conservamos las dos es por recuerdo del pasado, aunque también hay confusiones, pues se escriben con b algunas palabras que deberían haber llevado una v como sucede con basura, berza o bochorno. Con la letra b parece quererse representar el modo de hablar torpe, del que no lo hace bien por cualquier motivo, o para nombrar a aquellos a los que no se entiende bien o al lenguaje incomprensible, imitando con ella, con las formas en que se encuentra, el movimiento de los labios. Por ello están aquí voces como bable, balbucir, bárbaro o bobo. También se emplea en otras onomatopeyas, como la de lo que hace un ruido sordo, así las explosiones de las bombas, o la del agua que produce burbujas. A ellas habría que añadir alguna que hace referencia al aspecto exterior de lo nombrado, como la balanza o el besugo. En otras ocasiones son los lugares de procedencia de lo nombrado, o que le han dado nombre, los que hacen que las palabras comiencen con b, como baldaquín, bargueño, bauxita, berlina, bicoca, brabant o brabante y bujía, junto a las que hay que poner las que se parten de nombres propios de persona, como bártulos o bechamel, o de personajes literarios, como birria. Algunas de las voces que recogemos aquí tienen un origen que no deja de sorprender, como berrinche, bigote, biquini o boato.
baba La palabra baba, conocida de todos, es en la primera de las acepciones del diccionario de la Real Academia Española la ‘saliva espesa y abundante que fluye a veces de la boca del hombre y de algunos mamíferos’. Procede de una hipotética forma latina BABA, formación de carácter onomatopéyico del movimiento de los labios al hablar, especialmente del balbuceo de los niños que comienzan a pronunciar sus primeros sonidos. Fr. Diego de Guadix (1593) hacía proceder la voz del árabe: «baba, llaman en España y en Italia a una saliva que a los hombres muy descuidados y bobos se les corre y cae de la boca. De este mismo nombre, sin quitarle ni ponerle letra alguna, y en este mismo significado, usa la lengua arábiga, y de aquí componen a la castellana este verbo babear, y de aquí babas». Algo más acertado fue Sebastián de Covarrubias (1611): «baba, el humor pituitoso que suele salir de la boca a los niños y a los bobos, y a los descuidados o traspuestos y embebecidos en mirar o pensar alguna cosa la boca abierta. Y así pienso que baba se dijo de bobo, y bobo a bove […]. El niño llama al agua baba, porque le es fácil de pronunciar la b, enseñados especialmente de la madre, y lo mismo es papa por pan. Y es la razón porque la p y la b se pronuncian con solos los labios y son las más fáciles de proferir de todas. Púdose decir del verbo griego babazo, inarticulate loquor [hablar de manera inarticulada],