Resistencia y entrenamiento. Mariano García-Verdugo Delmas
respuestas vegetativas, aunque de momento no están claros los límites entre dichas respuestas, vegetativas y endocrinas, especialmente cuando las últimas vienen originadas por la liberación de neurotransmisores simpáticos (Barbany, 2002).
2) En el nivel de los tejidos intervienen en las respuestas adaptativas una serie de metabolitos, de acción local principalmente, que no llegan a salir al torrente sanguíneo y que, por lo tanto, no son comprobables, al menos en situaciones cotidianas, cuando son los responsables de las adaptaciones más específicas y selectivas. Esto hace que las comprobaciones y mediciones se compliquen considerablemente.
3) En el nivel de la fibra muscular activa intervienen además los procesos de regulación enzimática de carácter bioquímico, comunes a todas las células del organismo.
El sistema nervioso vegetativo se ve íntimamente relacionado con el sistema nervioso central: el primero regula los procesos humorales y endocrinos de la adaptación; a su vez, la mayor parte de los procesos de adaptación humorales dependen del eje hipotálamo-hipofisario (Barbany, 2002). Esto lleva a la conclusión de que en las adaptaciones funcionales del ejercicio la función endocrina es secundaria respecto a las adaptaciones nerviosas, ya que son éstas las que las regulan.
Como si se quisiera complicar más el tema, en la adaptación vegetativa intervienen sobremanera las órdenes e informaciones prove-nientes del sistema límbico (como respuestas a situaciones de estrés, motivación, ansiedad, etc.), todas relacionadas con el alto rendimiento deportivo. Estas informaciones llegan a veces a producir una actividad simpática superior a la que puede originar el propio ejercicio.
La respuesta simpática ante los estímulos y las informaciones anteriores actúa a su vez en diferentes niveles:
Tras todo lo expuesto anteriormente es fácilmente deducible la dificultad sobre la definición de la participación de todas las respuestas adaptativas.
La adaptación depende, particularmente, de las bases genéticas. Hay individuos que ante un mismo ejercicio son capaces de adaptarse de forma más acentuada y estable y con menos consumo de tiempo y energía. El deportista de alto nivel es un atleta muy bien dotado genéticamente. Resulta frecuente ver en un grupo de atletas que alguno de ellos, después de realizar ciertos entrenamientos comunes, a los pocos días ha dado un salto cualitativo muy superior al del resto del grupo. Ésta es una de las principales características, conocidas como “potencial de adaptación”, que se deben buscar a la hora de detectar el talento. En la actualidad con la identificación del genoma humano se vislumbran grandes perspectivas sobre las posibilidades científicas de mejorar las capacidades de adaptación. Esta capacidad se encuentra almacenada mediante la información en cadenas de ácido desoxirribonucleico que se encuentran en los cromosomas dentro de los núcleos y las mitocondrias de las células humanas (G. Badillo y Ribas, 2002).
Siguiendo a los anteriores autores, la adaptación orgánica al entrenamiento, que depende de la potencialidad genética, se encuentra fundamentada en los siguientes aspectos:
A estos aspectos cabe añadir que los mecanismos de adaptación están determinados por las características de la neurona y la placa motriz. La mayor parte de las diferencias en las propiedades fisiológicas del músculo se producen en la unidad motora. Los cambios metabólicos producidos en ella correlacionan directamente con los de la fibra muscular, lo que parece resultar uno de los factores más determinantes de la adaptación muscular, según se refleja recientemente (Calderón y Legido, 2002).
El síndrome general de adaptación (SGA)
Hace ya varias décadas el científico canadiense Selye (1956) estudió el proceso de adaptación ante los estímulos externos al que hacen referencia innumerables autores y que se conoce como “síndrome general de adaptación”.
El organismo tiende a mantener un estado de equilibrio con el medio. Todas las influencias que provienen del exterior o del interior provocan en éste una situación desequilibrante, con una serie de alteraciones (estrés) que le obligan a reaccionar mediante diferentes procesos para recuperar de nuevo el equilibrio. Este efecto es el aprovechado en el entrenamiento deportivo.
Ante el esfuerzo (estresor) se provoca una situación de estrés que pasa por diversas reacciones en fases sucesivas que el entrenador debe conocer, ya que algunas son útiles para su aplicación al entrenamiento, mientras que si se sobrepasan el deportista llegará a situaciones no deseadas que no generarán los efectos positivos de adaptación. La situación de estrés pasa por tres fases o estadios (figura 1.11):
1. Fase o estadio de alarma. Tras la llegada del estímulo (estresor) exterior se produce un desajuste general en el organismo, en el que comienzan a aparecer una serie de síntomas inmediatos producto de dicho desajuste (jadeo, sudoración, variaciones de la tensión, aumento de la frecuencia cardíaca, etc.). A su vez esta fase se compone de dos subfases:
2. Fase o estadio de resistencia. Se caracteriza por el pleno despliegue de la total capacidad funcional del organismo y el uso racional de sus reservas, con una creciente fatiga pero en condiciones de homeostasis estable (Zhelyazkov, 2001). En otras pala-bras: una vez pasados los primeros momentos, dependiendo de las características del esfuerzo, el organismo reacciona median-te una serie de procesos (apertura de capilares, reclutamiento de más fibras, estabilización de la frecuencia cardíaca, etc.). Con estas reacciones el organismo se acopla a la nueva situación y deja de sufrir las desestabilizaciones. Este estadio se mantiene durante un tiempo más o menos prolongado y depende directamente de ciertos aspectos:
Si son gestionadas, las situaciones de estrés resultan determinantes para la mejora del rendimiento del deportista. El deportista de alto nivel es capaz de soportar y acoplarse a situaciones estresantes muy superiores a las de otros deportistas menos dotados.
3. Fase o estadio de agotamiento. La situación anterior no es indefinida. Llegado un momento, el organismo no es capaz de mantenerla por sus propios medios y sucumbe. Se produce de nuevo un desequilibrio que solamente puede ser anulado mediante la interrupción del estresor. Para la utilidad en el entrenamiento, es el momento de parar. Si se insiste solamente se acumulará fatiga y deterioro; en ningún caso adaptación.