La voz del corazón. Javier Revuelta Blanco

La voz del corazón - Javier Revuelta Blanco


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supe que una gran conciencia me estaba tocando al nivel de la esencia. En un momento dado escuché, a unos quince centímetros por encima de la cabeza, algo parecido a un chispazo. Inmediatamente después viví un instante de lucidez y comprendí que todos estamos conectados formando parte de una unidad. Me sentí dentro de un gran océano de amor y mis ojos se llenaron de lágrimas. Estaba flotando en medio de la pureza. Comprendí el infinito amor que todos los seres irradian de forma incondicional, por el mero hecho de existir, y me sentí inmensamente agradecido por ello. En ese instante, una voz profunda y clara me dijo: «El Gran Consejo». Más tarde, el flujo de energía cesó y todo volvió a ser como antes.

      Dos semanas después me encontré con mi amigo José Miguel Carrillo de Albornoz, descendiente directo del linaje de sangre del emperador azteca Moctezuma II. Cuando le conté lo que me había sucedido, me entregó un libro titulado El Gran Consejo. Era un manuscrito sagrado que contenía las enseñanzas de la cultura maya. Solo hay seis ejemplares en todo el mundo, de modo que tuve que leerlo en una semana y devolvérselo a su dueño. Su lectura me condujo por una línea de tiempo ancestral y modificó por completo mi forma de ver la realidad.

      Si deseas amarte incondicionalmente, necesitas encarnar de forma consciente tu propia divinidad. Para ello tienes que dejar de fabricar tu identidad a partir de lo que piensas o sientes que eres y abrirte al espíritu. A medida que te vas dejando guiar por la energía que brota de tu esencia, los preceptos culturales que hoy te sirven como referencia se debilitan. Cuando esto sucede, la forma de percibir y actuar sobre la realidad cambia y tú te transformas en otra persona. Conectar con la esencia personal puede parecer un ejercicio complejo o místico pero, en la práctica, es muy sencillo. Solo tienes que respirar y entrar en la quietud del silencio. En realidad no hay que hacer nada. No tienes que irte a una montaña, encerrarte en una cueva durante días ni ayunar interminablemente. Nuestro núcleo divino interno no necesita ser buscado, tan solo reconocido y aceptado.

      Cuando el ego gobierna la vida, la esencia aparece velada y no hay forma de conectar con ella. La mente quiere controlar la realidad, pero lo que hace es anularla. Cierra las puertas y el alma se esconde a la espera de una oportunidad mejor. Cuando te abres al sentimiento y a la intuición, el alma derrama sobre el ego el néctar de su esencia. Entonces vives la experiencia física de la salud y la felicidad. Conoces esta sensación, pero no siempre deseas admitir que procede de la dimensión espiritual de tu personalidad. En este caso, la plenitud o la dicha son pasajeras. Como si fueran pájaros mensajeros que tocan tus cabellos para recordarte quién eres y evitar que te pierdas en el olvido.

      Una buena manera de conectar con la esencia consiste en razonar sobre su significado. De esta forma, cuando aparecen los prejuicios o los miedos, la mente no duda de su existencia y tú puedes sostener la intención de seguir viviendo desde el corazón. Supongamos, por ejemplo, que eres una persona religiosa. En este caso, debes reflexionar sobre la idea de Dios como fuente de toda la creación. Si Dios representa el origen de todo, cualquier cosa es una creación suya. De igual forma sucede con un padre que es el creador de su hijo. De acuerdo con este razonamiento, Dios no puede existir sin ti pues, si tú no existieras, Dios sería otra cosa. Lo mismo le sucede al hombre que tiene un hijo. Es padre porque tiene un hijo. Si no lo tuviera, sería solo un hombre, o sea, otra cosa. Si Dios solo existe en la medida en que existen sus creaciones, estas son una parte indisociable de Él. Por tanto, si Dios es el origen y la esencia de la creación, tú también lo eres. Siguiendo este razonamiento puedes llegar a comprender tu esencia.

      Imagínate ahora que eres ateo. Un ateo cree que Dios no existe. Cree en la ausencia de Dios, es decir, cree en algo. Este algo debe poder definirse. Si eres ateo, quizá digas: «Yo creo en la vida, en la razón, en la ciencia, en la familia, en el poder, en el ego…». Si, por ejemplo, crees en la razón y te pones a reflexionar sobre ella, rápidamente te darás cuenta de una cosa: en realidad no existe. Solo es una idea. Lo mismo sucede con la ciencia, el poder, la vida, la familia… solo son construcciones mentales. Si te sitúas más allá de las convenciones, te muestras honesto y reflexionas en profundidad sobre el significado de la razón, llegarás a la siguiente conclusión: eres tú mismo creando esa realidad. Podrás imaginarte infinitas situaciones en las que la razón sea una verdad absoluta. Sin embargo, esas imágenes terminarán por diluirse, serán sustituidas por otras y nunca podrás sujetarlas. Al final, siempre llegarás a la conclusión de que tú eres el creador de la realidad que observas. De este modo, te puedes acercar a tu esencia personal.

      Una buena forma de aproximarnos a nuestra divinidad interna es reflexionar sobre su existencia. De este modo creamos argumentos sólidos que debilitan las resistencias internas que están obstaculizando nuestra experiencia espiritual.

      El espíritu es lo que te impulsa hacia la vida y el origen de tu actuar creativo. Cuando pierdes la curiosidad, el potencial creador que te singulariza como un ser único se apaga. Si dejas de mover la conciencia hacia tu núcleo divino interno, comienzas a deambular sin rumbo. Entonces, para poder sentirte seguro, te aferras a rituales, normas y convenciones sociales. Si haces las cosas para agradar a una autoridad externa es porque tienes miedo a ser rechazado. En este caso, crearás insatisfacción, un cierto desacuerdo interno y también enfado.

      Cada cierto tiempo necesitas detener el tren de la vida, pararte a pensar, relajarte y tomarte un tiempo para ti. Si no lo haces, terminas provocando una crisis que te conduce de nuevo a mirar hacia dentro. A no ser que te hayas desconectado por completo de la luz y estés viviendo en la oscuridad más extrema (que desprecia la vida y se nutre del placer negativo), el retorno a tu esencia es una constante y una necesidad vital. Si eres observador, comprobarás que es una dinámica de la que no deseas sustraerte. En este sentido, lo más productivo es que mantengas, de una manera continuada, una parte de la conciencia en el nivel espiritual de tu personalidad. Ten en cuenta que esta es multidimensional y que puede estar en varios sitios al mismo tiempo. Resumiendo, no tienes que esperar a vivir una crisis ni tampoco acumular una tensión insostenible que te fuerce a parar. Solo tienes que ser consciente de que eres algo más que un cúmulo de ideas, un amasijo de emociones y un puñado de sensaciones físicas.

      Tanto si eres escéptico como si no lo eres, al principio es muy útil crear una base racional concluyente que te permita reflexionar sobre esta idea. Cuando razonas de manera definitiva sobre tu naturaleza esencial, tu organismo se transforma y la percepción sobre la realidad cambia. Razonar de forma definitiva significa que, cada vez que creas un argumento, estableces una pausa, respiras y permites que la información entre en tu cuerpo y sea recogida por tus células. Los budistas, grandes maestros en el arte de conocer y utilizar la mente a voluntad, llaman a este recurso el conocedor subsiguiente25. Si, por ejemplo, examinas la perseverancia, puedes hacerte la siguiente pregunta: ¿ser perseverante me beneficia en algo? Observa la respuesta que emerge a la conciencia. También es útil que recuerdes situaciones en las que te mostraste perseverante y te fue bien. O que visualices una situación en la que te suelas mostrar disperso y la imagines al revés. De esta forma, la idea de que la perseverancia es una virtud personal que merece la pena ser desarrollada te resultará evidente y a todas luces incontestable.

      Disponer de una base argumental sólida te puede ayudar a descubrir el secreto que se oculta detrás de la esencia. El motivo es que, cuando la mente comienza a dudar, la retentiva mental trae al presente los razonamientos que has elaborado previamente. Eso te da confianza para perseverar y seguir sosteniendo la intención de rendirte a la sabiduría del corazón. No obstante, lo importante es que experimentes tu esencia de forma directa. No basta con que pienses o discutas sobre ella. Tienes que entrar en el silencio y sentirla a través del cuerpo. La meditación es una forma excelente de abrir esa puerta, pero puedes descubrirla haciendo otras cosas. Cualquier actividad puede convertirse en un vehículo de acceso al espíritu. Solo hay una condición. Que la concentración sea absoluta, de forma que la acción y la conciencia vayan unidas. En otras palabras, no piensas sobre lo que haces mientras lo haces, pero sabes lo que haces. Entonces, la propia acción te conduce a vivir una experiencia de flujo.

      Las relaciones con otros seres, con determinados objetos o con los fenómenos de la naturaleza son instrumentos privilegiados para el acceso a la trascendencia. En realidad, cualquier situación vital puede servirte para conectar con


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