La voz del corazón. Javier Revuelta Blanco

La voz del corazón - Javier Revuelta Blanco


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entre el uno y el dos por ciento de nuestro material genético. El resto se conoce como ADN basura. El bioquímico norteamericano Joe Dispenza, nos recuerda que existe un principio biológico según el cual, en la naturaleza, todo se aprovecha46. Dicho de otra forma, si ese ADN está ahí será por algo, pues, de no ser así, en el curso de nuestra evolución habría desaparecido. Una vez más la ciencia se encuentra con un eslabón perdido y se llena de preguntas a la hora de esclarecer nuestro verdadero origen.

      La energía por sí sola no tiene capacidad para crear vida. ¿Quién o qué se encarga de organizar la información que subyace a su origen y que impulsa su evolución?

      A la hora de explicar el origen y la evolución de la vida, la teoría de Darwin es aceptada universalmente por la ciencia. Al mismo tiempo es también una de las ideas más controvertidas, peor comprendidas pero más conocidas por el gran público. Uno de los mayores expertos en Biología Evolutiva, el estadounidense Mark Pagel, nos desvela el alcance de este descubrimiento47:

      Charles Darwin hizo gala de una gran lucidez al determinar que todas las especies terrestres descienden de otras especies. Lo cual nos lleva a dos conclusiones: la primera es que cualquier cosa sobre la Tierra está relacionada con todo lo demás. La segunda es que, si todos venimos de un antepasado común, una humilde bacteria está tan evolucionada como tú y como yo. Porque, al igual que tú y yo, ha evolucionado desde ese antepasado común.

      La Teoría de la Evolución es muy robusta y ha sido validada mediante pruebas experimentales de muy distinta naturaleza. Por un lado están las taxonómicas que, en función de las semejanzas y diferencias encontradas entre los seres vivos, los clasifican en reinos, clases, órdenes, familias, géneros, especies, subespecies, variedades y razas. Este sistema se representa como un árbol en cuyas raíces encontramos los orígenes de la vida. Fue propuesto por el naturalista sueco Carlos Linneo en el siglo xviii, quien mucho antes que Darwin ya nos catalogó como Homo sapiens dentro del orden de los primates. En la actualidad, la diversidad biológica del planeta podría situarse en torno a los cincuenta millones de especies diferentes, de las cuales solo se ha catalogado el quince por ciento.

      Otra de las evidencias más clásicas que avalan la teoría de Darwin es la anatómica. Aquí encontramos los llamados órganos vestigiales, es decir, estructuras anatómicas que aún conservamos pero que tienen poca o nula utilidad. Las muelas del juicio, por ejemplo, evidencian que, en un pasado remoto, comíamos raíces o semillas duras; el vello corporal en los hombres nos da una idea de quiénes eran nuestros antepasados; el coxis muestra los restos de una cola, etc. Por otro lado, están las estructuras anatómicas que, siendo similares, se han diferenciado según las especies. Por ejemplo, las extremidades superiores de los mamíferos presentan un origen común, pero en los cetáceos son aletas para nadar; en los monos, manos prensiles; en los murciélagos, alas; en los topos, garras…

      Otro de los elementos que ofrece argumentos en favor de la Teoría de la Evolución de las Especies son los fósiles transicionales. Estas reliquias reflejan características intermedias entre unas especies y otras. Uno de los más conocidos es el Archaeopterix. Fue descubierto en Alemania en 1861 y muestra un ave con una cola larga y dientes de reptil. Estos fósiles no son muy abundantes, pero permiten reconstruir la historia de muchos grupos de especies animales y vegetales. Además están los llamados fósiles vivientes, es decir, especies de animales y plantas que han sobrevivido durante grandes periodos de tiempo e incluso eras geológicas. Estos legendarios seres ofrecen una información muy valiosa sobre las características de la vida en aquellos tiempos. Algunos como la iguana rosada, el estromatolito, el okapi, la metasecuoya, el pelícano o el cocodrilo son muy conocidos.

      Fósil transicional (Archaeopterix)48

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      Otro sistema de verificación lo encontramos en las pruebas embriológicas. En el estudio de las primeras etapas de la vida se observa cómo muchas estructuras orgánicas son comunes o muy similares para especies completamente distintas. Posteriormente, a medida que el individuo crece, estas estructuras desaparecen o se especializan. El paleontólogo norteamericano John Maisey asegura que existen formas embrionarias de carácter universal49:

      En el desarrollo de todos los vertebrados hay un tipo muy especializado de tejido neuronal que se forma durante la etapa embrionaria y que se denomina cresta neural. Estas células se convierten en nuestra espina dorsal […]; es un nivel muy básico de organización estructural que tiene una edad aproximada de cuatrocientos cincuenta millones de años.

      Finalmente tenemos las pruebas bioquímicas y las genéticas, que también son avales muy robustos en favor del evolucionismo. La similitud del material genético entre especies o la presencia de aminoácidos, proteínas y procesos bioquímicos sorprende por su universalidad. El biofísico norteamericano Harold Morowitz ha investigado durante más de cincuenta años los orígenes de la vida50:

      La bioquímica que tiene lugar en nuestro interior sigue un procedimiento muy ordenado con ciertos ciclos energéticos. […]. El ciclo del ácido cítrico [o ciclo de Krebs, que le valió a este el Premio Nobel] se encuentra en todo. Toda célula de todo organismo vivo tiene en su totalidad o en parte un ciclo de ácido cítrico funcionando.

      La Teoría de la Selección Natural de Charles Darwin ha sido confirmada por numerosas pruebas procedentes de muy diversas ramas de la ciencia.

      Tal y como afirma el etólogo austríaco y Premio Nobel de Medicina en 1973 Konrad Lorenz, en la historia del saber humano nunca ha existido una teoría que haya sido tan expuesta a tantas verificaciones independientes como la de Darwin51. No obstante, hay que admitir que presenta límites y, por tanto, que sirve para explicar una serie determinada de cosas, pero no otras52. Sin ir más lejos, no es capaz de explicar el origen de la fotosíntesis y tampoco puede aclarar el paso evolutivo de las células eucariotas a los organismos pluricelulares.

      En la naturaleza encontramos muchas estructuras biológicas que no responden a un proceso lineal de selección natural. Por ejemplo, cuando las bacterias comenzaron a vivir en un medio acuoso, desarrollaron un flagelo que permitía su movilidad y mejoraba sus capacidades adaptativas. Este apéndice gelatinoso es en realidad un mecanismo muy complejo, dado que está formado por anillos rotatorios, paletas, transmisores y otros dispositivos. En la práctica es un sistema irreductible53, es decir, si quitamos alguna de sus partes, no podría funcionar. Todo parece indicar que, en un mecanismo como este, todas las piezas se han formado al mismo tiempo, pues todas ellas son necesarias para la supervivencia.

      El flagelo bacteriano54

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      En la actualidad tenemos que reconocer que tanto el origen como la evolución de la vida son un misterio. Es decir, no se pueden esclarecer a través de la teoría de Darwin y sugieren la intervención de la conciencia o de alguna forma de inteligencia superior. Las ciencias naturales dejan entrever que, de forma paralela a un proceso de selección natural, el desarrollo de la vida responde también a otros factores. En la Biblia se dice: «Entonces Dios formó al hombre del polvo de la tierra y sopló en su nariz el aliento de la vida; y fue el hombre un ser viviente». Los textos religiosos encierran mucha sabiduría, pero hay que leerlos sin prejuicios. Quizás lo que nos quiere decir la Biblia es que la vida surgió de la materia cuando esta fue animada por un flujo de conciencia y energía. En este sentido, el mismo Charles Darwin admite en su libro El origen de las especies que el alcance de su teoría es limitado55:

      Como mis conclusiones han sido muy tergiversadas y se ha afirmado que atribuyo la modificación de las especies exclusivamente a la selección natural, se me permite observar que, en la primera edición de esta obra y en las siguientes, he puesto en lugar bien visible las siguientes palabras: Estoy convencido de que la selección natural ha sido el modo principal, pero no el único, de modificación.

      Aun a pesar de su


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