Guerras A-D. Jesús A. Ávila García
Avanzó muy despacio. Mientras se disipaba la sensación extraña en su cuerpo, se dio cuenta que los demás lo observaban y se sonrojó.
Jessav miraba a su alrededor admirando los pequeños detalles que le daban al lugar una belleza única. Las paredes tenían adornos que brillaban con un resplandor amarillento e intenso, pero no lastimaban los ojos. La iluminación de todas las habitaciones era la misma. Había conjuntos de tres esferas que giraban alrededor de un cristal blanco en forma de rombo. Sentía mucha curiosidad por saber cómo era que aquellas luces podían permanecer flotando. ¿Cuánto duraban las esferas? ¿De qué estaban hechas? Guardó las preguntas para más tarde.
Caminaron por varios minutos y Jessav ni siquiera lo notó. No dejaba de mirar para no perder ningún detalle. No sabía si volvería a ver ese lugar y no quería desperdiciar aquella oportunidad. El palacio parecía un laberinto. Ricgar iba al frente y caminaba con seguridad, girando sin titubeos. Parecía conocer el palacio de memoria.
Llegaron a un cuarto con una gran escalera en forma de espiral y los guías subieron por ella. Los escalones y el barandal flotaban en el aire. Jessav alargó una mano y tocó el barandal antes de ascender. Lo presionó hacia abajo y no se movió ni un poco. A pesar de estar suspendido en el aire era muy firme. Con un poco de nerviosismo subió un pie al primer escalón y se detuvo. Miró hacia arriba y los demás lo observaban sonriendo. Una vez más sintió cómo la sangre le subía a la cabeza. «Debo estar haciendo el ridículo». Se sorprendió al oír la voz serena de Ricgar:
—Tranquilo. Eso nos pasa a todos la primera vez.
3
Homian se sentía desesperado. Se encontraba al pie de las escaleras del palacio. No dejaba de pensar en qué ocurriría con Adifer. Miró hacia donde se encontraba el cristal que la contenía. Los ángeles le habían dicho que todo estaría bien y que no corrían ningún peligro por ahora. No confiaba del todo en ellos a pesar de que sonaban sinceros. Así era él, desconfiaba de todo lo que no podía comprender. Homian miró al hombre que tenía a su lado. Era casi de su estatura, de piel obscura y con el cabello ligeramente rizado.
—¿Se le ofrece algo, prii Homian? —preguntó el hombre de los ojos rojos.
—¿Cuál es tu nombre?
—Puede llamarme Chash.
—¿Es tu deber acompañarme en todo momento?
—Es mi obligación el que usted esté bien.
—¿Eres como un sirviente?
—Podría decirse que sí, aunque no hago las tareas domésticas. Usted puede preguntarme cualquier cosa referente al palacio, a sus funciones o del mundo en general. Puede verme como un consejero o un asistente.
—Entiendo. ¿Y tienes que hablarme tan formalmente?
—Sería una falta de respeto si no lo hiciera, siendo usted el prii de Ciudad Erif —respondió sonriendo. Los ojos rojos le combinaban perfectamente con la piel obscura.
—¿Sabes cuánto tiempo tendremos que esperar aquí?
—El proceso de remover el cristal no debe tardar mucho.
—¿Tendremos que ir a todas las ciudades?
—No, a menos que usted así lo quiera. Después de que Ricgar, Gammar y los demás salgan del palacio de Ciudad Zul, podemos ir a su palacio directamente, prii Homian.
—En realidad solo me interesa quedarme con Adifer.
—Como usted lo desee. El palacio siguiente es el de prii Adifer, en Ciudad Ropav.
—Muy bien. Chash, ¿puedo dar una vuelta usando la esfera de fuego?
—Sí, prii Homian. Le pido no salga de los límites de la ciudad, puede ser peligroso.
—Tendré cuidado —dijo el joven entrando en la esfera que se cubrió de llamas.
Salió volando para dar un paseo por la ciudad y acostumbrarse aún más al control de su vehículo. Le sorprendió que su asistente no lo siguiera.
Chash lo miró desde la entrada al palacio. Extendió la palma y un cubo rojo transparente apareció frente a él. Del cubo salieron dos esferas que se posaron en sus ojos.
—Síguelo —dijo Chash al cubo y este se alejó volando siguiendo a Homian. Por medio del cubo podría vigilarlo sin que este se molestara por su presencia.
4
A Jessav le dolían las piernas. Habían subido bastantes peldaños y se sentía cansado. Nunca había destacado por su condición física y comenzaba a llegar al límite de sus capacidades. Vio el fin de la escalera y suspiró de alivio. Fingiendo no estar cansado subió hasta donde se encontraba el resto del grupo. Ricgar le comentó algo a la mujer que estaba con ellos que Jessav no alcanzó a escuchar. La mujer asintió sonriendo y esperó afuera mientras los demás entraban.
La habitación era parecida a la que vio al despertar en Primon. Tenía signos similares en las paredes, aunque en este caso todos eran color amarillo, a diferencia de la otra que tenían todos los demás colores. Los signos resplandecían como la mayoría de las cosas en el palacio. En el centro había una esfera de luz color amarillo. Su brillo era intenso. La esfera estaba flotando sobre lo que parecía ser una mano de cristal de cuatro dedos. De la esfera salía un rayo de luz amarilla que al principio era pequeño. Conforme subía se iba haciendo más grueso. Jessav miró hacia arriba siguiendo el rayo de luz que se agrandaba cada vez más y preguntó:
—¿Es este el rayo que se ve desde las afueras de la ciudad?
—Sí. La esfera es la que crea el rayo de luz y toda la energía que se utiliza en la ciudad —le respondió Ricgar.
El joven vio cómo las paredes se iban agrandando conforme crecía el rayo de luz. Supuso que estaban en la torre del palacio.
—Primero sacaremos a Lormin y luego a Agztran —comentó Gammar acercándose a la mano de cristal que sostenía la esfera de luz.
Ricgar se le unió y los dos se colocaron uno enfrente al otro con la esfera de luz en medio. Cerraron los ojos, extendieron sus alas y alzaron los brazos hacia la esfera. El rayo de luz que salía de la esfera se hizo cada vez más delgado hasta que finalmente desapareció. Las luces de la habitación parpadearon. Ricgar se alejó hacia el otro extremo de la habitación. En la pared había un tablero que Jessav no había visto antes. Dentro del tablero había signos parecidos a los grabados en las paredes. El ángel se acercó y señaló los signos sin tocarlos en un orden que parecía saber de memoria. Cada vez que señalaba un signo, este resplandecía por un momento. Cuando Ricgar terminó la secuencia, los dedos de cristal que sostenían la esfera giraron lentamente alrededor de esta. Aparecieron dos dedos más que se deformaron y crecieron hasta tomar la forma de un puente que cruzaba por encima de la esfera de luz. Gammar tomó el cristal con Lormin y lo llevó al puente recién formado. Al bajar se colocó frente a la esfera y su compañero lo imitó.
—Recuerda que solo debe ser unos instantes —dijo Ricgar.
5
—¿Hola? ¿Hay alguien aquí? —gritaba Lormin una y otra vez.
Sentía que flotaba. Todo se veía negro y sentía mucho frío. No importaba cuánto gritara, no había recibido respuesta de nadie. Lo que más le aterraba era que parecía estar ciega. Sentía su cuerpo, pero no lo podía ver. No sabía si podía cerrar los ojos, porque no podía ver más que obscuridad. No tenía idea de cuánto tiempo había estado así. Le parecía una eternidad. La desconcertaba no saber en dónde quedaba arriba o abajo y le provocaba una desagradable sensación de mareo.
«¿Cuánto tiempo he estado así? ¿Qué habrá sucedido con los demás? ¿Estaré muerta? Si estoy muerta es la sensación más desagradable que he...», Lormin no terminó la idea porque algo llamó su atención. A lo lejos notaba un pequeño punto de luz amarilla. Estaba muy lejos y se acercaba muy rápido. Entre más se aproximaba la luz, Lormin sentía menos frío. «Me pregunto qué pasará