Las golondrinas nunca regresan en otoño. Paco Sánchez
para entonces no sea demasiado tarde. ¿Sabes?, en mis momentos peores, cuando las dudas lo anublan todo, me pregunto si realmente me amabas o solo fui tu amor de verano, uno de tantos amores que ya habrán muerto cuando las hojas se tornen amarillas. A veces me pregunto si solo fuimos dos amantes más, como esos amantes que nunca sabrán lo que abriga la ternura cuando la pasión se enfría ni lo que reconforta el abrazo de la persona amada, sobre todo en los momentos difíciles.
Ha pasado tanto tiempo desde aquel «hasta mañana, amor»... ¿Sabes?, he tenido tiempo de pensar en muchas cosas, incluso he llegado a temer que te hubiera ocurrido algo malo. Créeme, ante esa posibilidad me conformaría con saber que estás bien y que te acuerdas de mí. Ya ha pasado más de medio año desde la última vez que nos vimos, demasiado tiempo desde la última mirada, desde la última sonrisa; demasiado tiempo desde la última caricia, desde el último beso; demasiado tiempo desde la última vez que fuimos uno solo. Pero no importa el tiempo que pase, solo importa el amor que sentimos, aquella pasión que nunca se extinguirá del todo. Porque no se puede borrar la memoria del alma. Porque la piel no olvida.
Lo siento, María, tengo que dejarte... Acaban de tocar “silencio” y, aquí, la hora de dormir no es negociable, nada lo es. «Aquí no valen razones, solo galones», ya nos lo dejaron claro los ‘mandos’ el primer día de instrucción. ¿Sabes?, esta noche el lamento de la corneta me ha sonado un poco más triste. Quizá porque te extraño un poco más, quizá porque te necesito mucho más de lo que quisiera. Pero eso ahora no importa. Lo importante es que ya falta una “retreta” menos, un “silencio” menos, una “diana” menos. Lo que de verdad importa es que falta un día menos para ir a buscarte. Muchas veces me pregunto cómo sería nuestra vida, dónde estaríamos sin esta imposición de servir a la patria. Espero que algún día cambien las leyes para que no haya más soldados de reemplazo. Los militares deberían ser todos profesionales, nunca soldados por obligación. Pero eso ahora tampoco importa; aunque así fuera algún día, para mí sería demasiado tarde. En este preciso instante solo quiero cerrar los ojos y pensar en ti, en todo lo vivido juntos, en lo que nos queda por vivir. Porque quiero pensar que todavía no es demasiado tarde para nosotros, que nunca será tarde para reanudar esta relación interrumpida, para retomar nuestro amor..., o para volver a enamorarnos.
Hasta mañana. Te quiero.
Alejandro.
P. D. Pronto llegará el permiso de Semana Santa. Esta vez mi destino no será Iznájar, sino Valladolid. No veo la hora de coger el tren con destino a tu mirada, a tu risa, a tus labios, a tu piel... Porque tú también me esperas, ¿verdad?
Carta ciento setenta y ocho.
Querida María:
He perdido mi permiso, todos en la compañía lo hemos pedido. El destino se empeña en mantenernos alejados, aunque también podría culpar a un compañero por su torpeza o a unas normas injustas. La “razón” ha sido un lamentable incidente en el campo de tiro, aunque sin consecuencias graves, afortunadamente. Pero ha sido un error individual, un error que pagaremos todos, la excusa perfecta para una injusticia amparada en las absurdas normas castrenses. Un disparo a destiempo, una herida leve de bala en la pierna de un oficial, y adiós reencuentro, al menos por ahora. No sabes cuánto lamento no poder ir a verte, no poder vernos. Llevaba semanas soñando con estar frente a ti, imaginando la expresión de tu cara al verme, la sorpresa en tus ojos, la sonrisa en tus labios... Pero no será posible, no antes del permiso de Navidad. ¡No sabes cuánto me arrepiento de no haber ido a verte en mi anterior permiso! ¡No puedes imaginar cómo me arrepiento de no haber ido a buscarte antes de la “mili”! Podríamos habernos fugado a Francia. ¿Sabes?, ahora no me parece ninguna locura. Es más, hubiera sido emocionante... y muy romántico. Pero se impuso la sensatez: yo te escribiría, tú me contestarías. Así debía ser durante muchos meses, pero tus cartas aún no han llegado y me temo que no lleguen nunca. Entonces solo parecía cuestión de tiempo; ahora me doy cuenta de que nuestro tiempo era entonces.
A veces maldigo al destino por tenernos alejados. Pero otras veces —cada vez con más frecuencia— me maldigo por no haber seguido los impulsos de mi corazón, por no haber ido a buscarte apenas te fuiste, por escudarme en la prudencia, por escuchar a la razón y por no tener el valor de desafiarla. De haberlo hecho ahora estaríamos juntos y juntos nos enfrentaríamos a los obstáculos que debiéramos superar, con ilusión, cada vez más unidos. Y no importarían cuáles fueran las dificultades porque reiríamos juntos, lloraríamos juntos y juntos enjugaríamos las lágrimas con besos, acallaríamos la incertidumbre con caricias, ahogaríamos los miedos en abrazos y caminaríamos de la mano, apoyados el uno en el otro, como uno solo frente a todo, frente a todos si fuera necesario. Pero hacía falta valor, un valor que yo no tuve: el valor de arriesgarlo todo por nuestro amor.
Mas eso ahora no importa. Ya es tarde para lamentar mi cobardía. Ahora solo nos queda esperar a que pase el tiempo, aunque el tiempo parece detenido en aquella tarde de verano, cuando nos amamos por última vez. ¿Sabes?, en este preciso instante, mientras te escribo tendido sobre mi litera, en el pequeño radio transistor de bolsillo de mi compañero suena Only You, de The Platters. Como dice la canción, solo tú eres mi sueño hecho realidad. Porque solo tú, María, solo tú brillas en esta oscuridad que no parece terminarse nunca, solo tú puedes llenar este vacío, solo tú alimentas mis sueños, solo tú me haces sonreír con solo recordarte, solo tú tienes el poder de espantar esta soledad que me ahoga, solo tú ocupas mi corazón, solo tú te quedaste para siempre en mi piel. Solo tú, mi amor, solo tú.
Hasta mañana. Te quiero.
Alejandro.
Carta cuatrocientos treinta y nueve.
Querida María:
Ya hace un año y dos meses que me incorporé a filas, quince meses y medio han pasado desde que tuvimos nuestra última cita. El tiempo se me hace eterno sin ti; los días pasan lentos, demasiado lentos... Ya no espero tus cartas, pero sigo escribiéndote a diario y lo seguiré haciendo hasta el último día. Porque te lo prometí, porque necesito hacerlo. A pesar de estas dudas insoportables que me persiguen a todas horas, a pesar de temer la respuesta a la misma pregunta que me atormenta desde hace tanto tiempo: ¿Por qué no llegan tus cartas, María, por qué? Solo caben dos posibles respuestas, o nunca recibiste las mías o nunca las contestaste. Yo me aferro a la primera, la segunda sería demasiado dolorosa. Por suerte, cada vez falta menos tiempo para saber cuál es la respuesta, para descubrir la verdad.
Pero tampoco podrá ser en Navidad, me he quedado sin permiso... otra vez. En esta ocasión ha sido por un arresto: ¡14 días en prevención! Deberé cumplir mi arresto en las dependencias del cuerpo de guardia, además de quedarme sin el ansiado permiso navideño. Lo siento, María, perdí los nervios y me encaré con un superior. Me he preguntado muchas veces qué habría pasado si ambos hubiéramos estado en igualdad de condiciones, si él no llevara sus galones de sargento, y créeme que no sé si quiero saber la respuesta. Pero ya no tiene remedio; a partir de ahora, él intentará hacerme la vida imposible (me lo ha asegurado) y yo trataré de esquivarlo en la medida de lo posible. No me conviene otro enfrentamiento, aunque a veces me pregunto a cuál de los dos nos conviene menos. Él tiene la fuerza de la autoridad; yo, esta rabia que me come por dentro. Pero debo mantener la calma; ya me falta poco para licenciarme y no me perdonaría quedarme aquí arrestado cuando todos mis compañeros de reemplazo se marchen licenciados. No veo el momento de coger el primer tren a Valladolid, un tren que, espero, llegue a tiempo de recuperar lo que perdimos aquella tarde de agosto cuando nos dijimos «hasta mañana, amor». Entonces creíamos que aquel “mañana” nos esperaba a la vuelta de unas horas. Ahora solo espero que nos siga esperando hasta dentro de unos meses.
¿Sabes?, algunas veces intento imaginar nuestro reencuentro, incluso lo idealizo, lo sueño. Cierro los ojos y te imagino corriendo hacia mí, me imagino abriéndote mis brazos; nos imagino abrazándonos, comiéndonos a besos, riendo, llorando... Pero entonces las sombras de mis dudas lo cubren todo y, cual húmedo velo de lluvia, emborronan el cuadro desdibujando nuestras siluetas, deformando nuestros rostros, haciéndome dudar que seamos tú y yo aquellos que corrían a encontrarse en mis sueños. Pero me revelo contra la desesperanza,