Las golondrinas nunca regresan en otoño. Paco Sánchez

Las golondrinas nunca regresan en otoño - Paco Sánchez


Скачать книгу
juntos seremos felices, no te quepa duda. No importa dónde estemos, si a orillas del mar o en la montaña, en un páramo helado o en el más inhóspito de los desiertos, donde sea, pero juntos, siempre juntos, mi amor. Sí, ya sé que ahora toca esperar. Si al menos me llegaran tus cartas... Pero sigo sin saber de ti, preguntándome por qué, sintiéndome cada día un poco más confundido, más perdido en la inmensidad de esta nada a la que me ha condenado tu ausencia. Pero hoy solo quiero pensar en positivo: pronto partiré, y marcharse es siempre el primer paso para volver. Quizás el tiempo pase más deprisa cuando me vaya, cuando esté lejos de donde fuimos tan felices, de allí donde el viento sigue meciendo los ecos de tu risa; quizá todo sea más fácil, mi amor, cuando me aleje de todos estos lugares que ahora me gritan tu ausencia y se empeñan en recordarme que tus cartas no llegan.

      ¿Sabes?, a veces te siento junto a mí, pero otras veces te siento tan lejos... Y lo malo de la distancia es que no alcanzan las miradas, que nos niega las caricias, los besos, los abrazos... Lo peor de esta separación es no poder sentir mis labios en tus labios, tus manos recorriendo mi espalda, el roce de tu piel en mi piel... El único consuelo para esta separación es saber que no me has olvidado, que no podrás olvidarme, que nunca querrás olvidarme. Pero yo sigo esperando tus cartas que no llegan, extrañándote cada día un poco más, necesitado de saber que tú también me extrañas, necesitándote hasta no poder soportarlo. A menudo pienso en ir a buscarte, incluso fantaseo con la idea de escaparnos juntos. Pero, ¿adónde iríamos? Yo apenas podría reunir dinero para unas semanas. Debemos esperar, María. Aún me queda por cumplir el Servicio Militar, después tendremos toda la vida por delante, una vida de atardeceres contemplando la puesta del sol, de miradas cómplices y palabras susurradas al oído, una vida entera para mordernos los labios a besos, para acariciarnos despacio, rozándonos apenas, una vida para reírnos juntos, para llorar juntos, para regarnos de besos la piel, para amarnos con pasión desmedida y con ternura infinita.

      No sabes cuánto te extraño, cómo añoro tu voz, tu risa… No sabes cómo me pesa este silencio vacío sin tu respiración, este silencio que ya no acaricia mis sentidos como cuando tú eras parte del silencio.

      Hasta mañana. Te quiero.

      Alejandro.

      P.D. Mientras te escribía he tomado una decisión: mañana voy a telefonear al cuartel, y pediré hablar contigo. Necesito oír tu voz, sentirte un poco más cerca...

      Carta diecinueve.

      Querida María:

      Esta mañana he llamado al cuartel como te decía en mi carta de ayer, pero no me han permitido hablar contigo. «El teléfono es únicamente para asuntos relacionados con el servicio de la Guardia Civil. Solo en casos de urgencia o necesidad justificada pueden recibir llamadas los familiares directos de los agentes», me ha argumentado a modo de excusa mi interlocutor. Yo le he insistido en mi necesidad de hablar contigo, pero ha sido en vano. «¿Qué relación dice usted tener con María Arranz García?», me ha preguntado. Me habría gustado decirle la verdad, incluso he estado tentado de hacerlo, pero al final solo he acertado a decirle que éramos amigos de la infancia, que tenía algo que te pertenecía y me gustaría devolvértelo, mas él ha seguido preguntando: «¿Y cómo dice usted que se llama? Disculpe, no le oigo bien. No, no se preocupe por eso. Usted hágalo llegar al cuartel que nosotros se lo entregaremos sin demora. No, lo siento. No, no puedo ponerle con ella pero puede usted dejarme su recado. No. Ya le he dicho que no puede hablar con María. Lo siento. ¿Cómo dijo usted que se llama?... ¡Oiga, es que no me ha entendido! ¡Ni peros ni nada! ¡Que no voy a ponerle con María! ¡No, no puede usted hablar con ella!». Y entonces he colgado, bruscamente, golpeando el interruptor con el auricular, descargando la rabia contenida contra el teléfono. Ojalá existiera un teléfono para llevarlo en el bolsillo. ¿Te imaginas? Estaríamos hablando a todas horas.

      He decidido que mañana volveré a intentarlo, quizá tenga más suerte. Pero eso será mañana. Ahora es nuestro momento, solo para nosotros, juntos a pesar de la distancia.

      ¿Sabes?, me estoy aficionando a los programas de radio nocturnos. A esta hora es cuando ponen la mejor música. Ahora mismo, en la vieja radio de madera, suena The Great Pretender, de The Platters. Es una canción preciosa, una canción que me hace sentir triste y feliz a la vez. La música y la voz de su intérprete me hacen sentir un poco más solo y a la vez un poco más cerca de ti. Es como si cantara para nosotros dos, pero tú no estás y ni siquiera me llegan tus cartas. A veces incluso dudo que me hayas escrito pero, al instante, me rebelo contra ese pensamiento. Claro que me has escrito; todos los días, estoy seguro. Es entonces cuando cierro los ojos y te imagino en tu cuarto leyendo mis cartas, sonriendo mientras las lees. Y luego te imagino escribiéndome, y doblando el folio escrito de tu puño y letra y guardándolo en un sobre con mi nombre en el lugar del destinatario. El cansancio y la madrugada acaban venciéndome, pero me despierto mucho antes del alba, un poco más cansado que el día anterior, sin saber de ti, preguntándome por qué no llegan tus cartas. Discúlpame, amor, sé que debo ser paciente, confiar en que pronto me llegarán de dos en dos, tal vez de tres en tres..., pero cada día se me hace un poco más difícil. La realidad se empeña en minar mis ilusiones y mis expectativas se desvanecen frente a la evidencia: tus cartas no llegan. Y cada día la esperanza de tener noticias tuyas se torna en más preguntas sin respuesta, se difumina como la huella de las pisadas en el polvo del camino, se diluye como el rastro de mis pasos bajo esta lluvia de septiembre, y vuelven a asaltarme las dudas. Serán estas nubes de plomo que no me dejan ver el sol; será que la noche nos deja indefensos frente a la nostalgia.

      Perdóname, María, no quiero que sufras por mí cuando leas esta carta. Hagamos una cosa antes de dormirnos: juguemos a recordar momentos. Yo voy a cerrar los ojos, luego me centraré en un momento concreto de tantos compartidos y lo reviviré con tanta intensidad que tú también lo sentirás en la distancia y, cuando leas esta carta, tú harás lo mismo, ¿de acuerdo? Yo sabré que lo estás recordando porque lo recordaré al mismo tiempo. ¿Jugamos?... Cae la tarde y estamos tendidos sobre nuestro lecho de juncos, abrazados, desnudos, dormidos tras hacer el amor por primera vez. Luego yo abro los ojos, contemplo la expresión relajada de tu rostro, alargo la mano y aparto el mechón de pelo que cae sobre tu cara. A continuación acaricio tus cejas despacio, como si las dibujara con la yema de mis dedos. Entonces tú despiertas, abres los ojos poco a poco y me miras mientras mi dedo desciende dibujando el perfil de tu nariz, el contorno de tus labios. En ese preciso instante el sol se oculta por el horizonte y entre las cañas se puede ver un trocito de cielo pintado de naranja. Nos miramos a los ojos y el rojo fuego del atardecer baila en tus pupilas justo en el instante en que nuestros labios se acercan, se rozan, se acarician... ¿Puedes recordarlo?

      Hasta mañana. Te quiero.

      Alejandro.

      ~~~~~~

      Lo que Alejandro Cantero no sabía era que, solo unas semanas antes, en la cabina telefónica de un cuartel de la Guardia Civil, alguien había marcado un número de teléfono, alguien que se iba a tomar una pequeña revancha, un guardia civil que tenía un amigo en Córdoba, un militar, un oficial con acceso a las listas de reclutamiento. Cuando Alejandro colgó el teléfono en la centralita, tras llamar al cuartel para intentar hablar con María, alguien ya había cumplido su misión hacía días, alguien que podía alterar ciertas cosas. Y ese alguien había decidido manipular el destino —al menos el militar— de aquel chico a quien no conocía, un recluta que, extrañamente, había sido destinado a cumplir la mili en las Islas Baleares.

      ~~~~~~

      Carta treinta y dos.

      Querida María:

      Ya estoy en Mallorca. Al final llegó la mili antes que tu primera carta. Debes saber que seguí llamando al cuartel para hablar contigo, pero no fue posible. Incluso pedí hablar con tu padre en un par de ocasiones. Confiaba en convencerlo para que me permitiera hablar contigo, aunque para ello tuviera que mentirle, decirle que solo pretendía despedirme de ti para siempre, jurarle que solo sería una vez... Pero al otro lado del teléfono siempre recibía la misma respuesta en voces distintas: «Lo siento, el cabo primero Anselmo no está. Disculpe, ¿cómo dice usted que se llama?». Otro nombre,


Скачать книгу