Las golondrinas nunca regresan en otoño. Paco Sánchez

Las golondrinas nunca regresan en otoño - Paco Sánchez


Скачать книгу
O quizá solo sea miedo, el miedo a perderte, a una vida sin tus manos, sin tu voz, sin tu risa, el miedo a vivir sin ti. En apenas un trimestre estaré licenciado. Entonces emprenderé el ansiado viaje que dará la razón a mi corazón, incapaz de aceptar que me hayas olvidado, o a mi mente, empeñada en convencerlo de lo contrario.

      Mientras tanto, aquí estaré cada noche, sentado ante el papel en blanco, llenando folios con palabras que no me alcanzan para expresar lo que siento por ti y cómo me hace sentir este silencio por tu parte. Pero seguiré aferrándome a la idea de que nunca recibiste mis cartas, diciéndome que aún las sigues eperando, que todavía me esperas. Y seguiré confiando en que algún día las recibirás todas, las ya escritas y las que aún están por escribir. Porque solo así sabrás que yo cumplí mi promesa, solo así sabrás cuánto te quise, cuánto te quiero y que nunca dejaré de quererte.

      Hasta mañana. Te quiero.

      Alejandro.

      Carta quinientos setenta y ocho.

      Querida María:

      Mañana, ¡por fin!, nos dan la “blanca”. A partir de mañana, la mili será historia; a partir de mañana empieza una nueva etapa en mi vida, y nada deseo más que compartirla contigo, como tú y yo soñamos, ¿recuerdas? Han sido dieciocho meses eternos, muchos días pensando en ti, en nosotros, demasiadas noches extrañando tus besos, añorando tu piel, guardando para ti las caricias que ya me queman en las manos de tanto esperar. Esta noche la trompeta tocará el último “silencio” y mañana, con la última “diana”, dejaré atrás esta litera donde te escribo cada noche, donde cada noche te sueño, esta litera que ya se aprendió tu nombre de tanto oírme llamarte en sueños, de tanto gritarlo en silencio.

      Mi amor, esta es la última carta que te escribo. Pero no es una despedida, sino un “hasta pronto”. Se acabaron las noches hablándote a través de estas líneas. Nuestra próxima conversación será cara a cara, mirándonos a los ojos, encontrándonos en la mirada del otro. Ahora, cuando ya se acerca el ansiado momento, vuelvo a sentir que nada ha cambiado. ¿Sabes?, me imagino nuestro amor como el junco, como aquellos juncos que fueron nuestro lecho y, como el junco, siento que fue capaz de soportar las embestidas del viento, de erguirse de nuevo tras cada adversidad. Pero a veces —solo a veces— la ausencia de tus cartas hace que este amor nuestro se torne piedra en mi imaginación, como aquellas piedras de la ribera del arroyo, aparentemente imperturbables, indestructibles frente a la delicada linfa que las moja a su paso. Pero, con el tiempo, el agua va desgastando la piedra, convirtiéndola en un canto romo primero y después en un diminuto guijarro que la misma corriente arrastrará hasta el fondo del río.

      Tengo que admitirlo, María: este amor que siento por ti se ha inclinado muchas veces frente a la desesperanza, las dudas, la desilusión... Pero hoy, con esta sensación de libertad recuperada, puedo mirar hacia delante esperanzado, confiando en un reencuentro tan inminente como feliz. Hoy me basta cerrar los ojos para ver la sonrisa dibujada en tus labios, en tu cara, en tus ojos... Me basta recordarte para sentir tus manos entre las mías, tus dedos trazando sueños en mi espalda, mis manos regando de caricias tu piel. Ahora me basta cerrar los ojos para sentirte entre mis brazos, para percibir cada estremecimiento bajo tu piel, me basta pensar en nuestro reencuentro para escuchar la risa brotando de tu boca, para sentir tu piel estremecida al contacto con mi piel, erizada por el roce de mis labios ardientes. Hoy me basta cerrar los ojos para sentir tus pechos desafiantes contra mi pecho, mi vientre en tu vientre cálido y tu carne, mojada y trémula, abrazando mi carne con la pasión acumulada durante esta larga espera; abrazados tú y yo, abrazados mientras mi aliento te quema en el cuello y tus jadeos se rompen en mi oído. Solo necesito cerrar los ojos para sentir nuestros corazones latiendo al unísono.

      Hasta la vista. Te quiero.

      Alejandro.

      ~~~~~~

      En aquel preciso instante, mientras Alejandro Cantero escribía la última carta a María, a muchos kilómetros de distancia, alguien se disponía a cerrar un cajón. Segundos antes había mirado su contenido, como venía haciendo diariamente desde hacía ya muchos meses. Luego anotó el número 573 en el anverso de un sobre, lo rodeó con un círculo y lo guardó dentro del cajón. A continuación cerró el cajón, se guardó la llave en la mano derecha y se metió la mano en el bolsillo del pantalón, apretando con fuerza la llave, como si temiera extraviarla, como si aquella llave guardara un tesoro. Pero, en realidad, aquella llave solo guardaba un secreto. Lo que aquel hombre no podía imaginar era que, años más tarde, aquel secreto pesaría como una losa sobre su conciencia. Lo que nunca hubiera sospechado era que aquel secreto acabaría enfrentándole a uno de sus más fieles subordinados, casi un hijo para él. Más de año y medio antes, cuando decidió ocultar aquellas “pruebas”, jamás habría imaginado que sería él mismo quien, muchos años más tarde, acabaría revelando aquel secreto; y menos aún que, al revelarlo, provocaría la ruptura de una familia y pondría en peligro varias vidas, incluida la suya.

      Unos días más tarde él mismo cerraría aquel cajón para siempre, o eso creía entonces. Solo una horas antes había realizado una llamada: «Ha salido esta mañana. Es el momento», le dijeron. Segundos después, apenas colgó el teléfono, salió a la calle y echó a andar con paso decidido. Tenía que ir a la oficina de correos, había llegado el momento de actuar.

      ~~~~~~

      CAPÍTULO VI

       EL TELEGRAMA

      Ambos llegamos en un intervalo de apenas una hora. Yo, cuando aún resonaban en mi cabeza las once campanadas del reloj de la Villa; el telegrama, pasadas las doce. Habían pasado dieciocho meses y tres días desde que me marché para cumplir con el Servicio Militar, más de un año y medio desde la última vez que nos despedimos con un «hasta mañana», ansiosos porque volara el tiempo, porque pasaran aquellas casi veinte horas que nos separaban del próximo beso, de la siguiente caricia. Pero entonces éramos incapaces de imaginar que, en aquella ocasión, “mañana” debería esperar diecinueve meses y algunos días... en el mejor de los casos. Acababa de llegar a casa recién licenciado y ya estaba pensando en las cosas que debería meter en la maleta, en aquella maleta que me acompañaría en un viaje sin fecha de retorno. Podía volver en unos días, en unas semanas, en unos meses, en unos años... No me marcaba un plazo, el tiempo para regresar, el lugar donde viviría... Todo eso era lo de menos, solo me inquietaba saber si María aún me esperaba. Y entonces llegó el cartero. Yo ni siquiera me molesté en salir, ya no esperaba carta de nadie.

      —Alejandro, es para ti —oí decir a mi madre.

      La oí, mas no la escuché. Apenas nos separaban unas decenas de metros, pero yo estaba en otro mundo.

      —¡Alejandro! ¡Es un telegrama y es para ti! —insistió.

      Entonces escuché aquellas tres palabras: «Telegrama... para ti». Salí corriendo sin entender nada, pero sabiendo que no serían buenas noticias.

      Creía que lo peor ya había pasado, pero me equivocaba. La mili solo podía separarnos físicamente, mantenernos alejados durante un tiempo, nada más. Porque el tiempo y la distancia nada podían frente a la fortaleza de un amor como el nuestro. Porque más allá de la distancia, después de aquellos meses de separación, los sentimientos que brotaron apenas se cruzaron nuestras miradas por primera vez seguían latiendo en el corazón, palpitando en el recuerdo de todos los besos, bajo las huellas de cada caricia, grabados a fuego en el alma y en la piel. El amor es cosa solo de dos, pero en este caso había alguien más muy interesado en formar parte de aquella historia, de nuestra historia; una tercera persona pretendía reescribirla, torcer los designios del destino.

      Lo había leído media docena de veces, pero volví a leerlo una vez más. Quizá porque no podía dar crédito a lo escrito en aquel telegrama de amargo recuerdo; quizá porque, inconscientemente, aún esperaba no haber entendido el mensaje. Pero este no dejaba lugar a dudas. Su contenido era breve; su texto, directo y cruel. «Olvídese de María». STOP. «Está prometida y se casará en breve». STOP.

      La


Скачать книгу