Las golondrinas nunca regresan en otoño. Paco Sánchez

Las golondrinas nunca regresan en otoño - Paco Sánchez


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cuando cierro los ojos, siento que estás en mi cama, dormida sobre mi pecho, los dos respirando al unísono. Y solo entonces el sueño me vence. Pero es un sueño ligero y efímero. Poco después estoy despierto de nuevo, atrapado en la madrugada que se empeña en devolverme a la realidad del insomnio, a mis brazos necesitados de rodearte, al estéril abrazo de una almohada empapada de sudor y nostalgia. Cierro los ojos de nuevo, los aprieto más fuerte y miles de agujas parecen clavarse en la córnea enrojecida, empujadas por los pesados párpados, recordándome que es muy tarde para estar despierto... y demasiado tarde para volver a coger el sueño. Abro los ojos y me resigno a otra noche en vela. Pero los párpados me pesan demasiado. Entorno los ojos de nuevo, despacio, para que las “agujas” no me hieran tanto y, entonces, las lágrimas empiezan a rodar por mis mejillas, a mojar un poco más la almohada. Pero ya no sé si estoy llorando o solo curando las heridas de estos ojos enrojecidos, doloridos de no verte. Intento engañarme de nuevo. Imagino que mañana tenemos una cita en el arroyo y te veo caminando a mi lado, corriendo a mi lado, riendo a mi lado, y puedo sentir el agua fresca cubriendo mis tobillos, el rumor de la brisa meciendo los juncos de la ribera... Pero entonces los guijarros se me clavan en las plantas de los pies, me desgarran la piel y tengo que aceptar la cruda realidad: nos separan muchos kilómetros y muchos meses. Las primeras luces del alba se asoman por la ventana abierta. Su luz martiriza mis pupilas irritadas, me obliga a cerrar los ojos y una modorra inesperada me invade. Desearía dormirme profundamente y despertar sintiendo tu respiración en mi cuello, mi nariz perdida entre tu pelo, tus labios rozando mi piel, mis brazos estrechando tu cuerpo. Desearía no tener que enfrentarme a otro día sin antes mirarme en tus ojos, sin oír tu voz al despertarme; desearía amanecer sintiendo tus dedos bajo mi pelo, poder jugar a dibujar el perfil de tu boca. Desearía no tener que levantarme de la cama sin haberte amado. Hoy no será posible, pero ya nos faltan tres días menos, mi amor.

      Hasta mañana. Te quiero.

      Alejandro.

      Carta décima.

      Querida María:

      Han pasado diez días y sigo sin saber de ti. Me extraña este silencio por tu parte. Ya ha pasado tiempo suficiente para que recibas mis primeras cartas y para que a mí me hubiera llegado alguna tuya. Quizá sea cosa del correo. No sería la primera vez que se retrasa la correspondencia, pero la realidad es que ya son nueve cartas enviadas por ninguna recibida. Esperemos que se solucione pronto cualquiera que sea el problema. No veo el momento de recibir tus cartas, de saber de ti, de recrearme leyendo una y otra vez cada línea, imaginándote mientras me escribes, soñándote a través de tus palabras escritas, unas palabras que yo pondré en tu boca mientras las leo. Pero este retraso me provoca desasosiego, me inquieta y aumenta esta anhelante necesidad de saber que piensas en mí, que me extrañas, que me sueñas cada noche como yo a ti. ¿Sabes?, esta demora de tus cartas solo tiene una cosa buena: en unos días me llegarán de dos en dos, quizá de tres en tres... Pronto pasaré largas horas leyéndolas.

      Hoy el cielo está nublado, plomizo, vestido de este gris que parece envolverme por momentos. Nada llena el vacío de tu ausencia. Todo cuanto miro está huérfano de ti. Te extraño tanto.... Necesito mirarme en tus ojos, perderme en tu risa, encontrarme en tu piel. Hoy siento el alma sombría. Quizá solo es porque ya no estás, porque no recibes mis cartas, porque yo no recibo las tuyas; quizá es porque se acerca el otoño. ¿Sabes?, el otoño nunca fue mi estación favorita. Quizá porque me recuerda una etapa de mi infancia, aquella cuando me hice mayor a la fuerza, aquella etapa de mi niñez cuando ya no quería ser mayor. Esta mañana, como aquella mañana de un lejano septiembre, las golondrinas volaban hacia el sur. He visto una bandada surcando el cielo, alejándose poco a poco, convirtiéndose en pequeñas motas negras que se difuminaban en la distancia. Y hoy, como aquella mañana cuando las despedí hasta la primavera siguiente, siento que falta demasiado tiempo. Nunca te hablé de las golondrinas pero, ¿sabes?, hace muchos años, cuando solo era niño, aquellas avecillas que revoloteaban sobre nuestros tejados se convirtieron en mi razón para madrugar; por ellas me levantaba temprano, sin que nadie me llamara. Pero un día las golondrinas se fueron y con ellas mis ganas de levantarme. Su marcha me hizo experimentar una terrible sensación de pérdida, aunque ya sabía que regresarían en primavera. Ahora me pasa algo parecido. Sé que volveremos a estar juntos, pero siento que falta mucho tiempo para volver a vernos, para tenernos de nuevo, para sentirnos...

      Los días son más llevaderos. Lo peor son las noches, solitarias y largas como esta injusta condena, esta inesperada separación, este repentino adiós sin el triste consuelo de una despedida. El insomnio se ha metido en mi cama para quedarse. Solo el cansancio me permite dormir una horas bien entrada la madrugada. A veces maldigo este desvelo; otras pienso que no quiero dormirme, que soy yo quien se resiste al sueño, que quiero estar despierto para pensar en ti. Porque, mientras me revuelvo entre las sábanas, sueño despierto que estás al final de la cama, que podría tocarte con solo estirar el brazo, que me bastaría girarme para notar tu cuerpo cálido. Pero me quedo inmóvil, no me atrevo a estirar mi brazo, a enfrentarme con la realidad. Me niego a aceptar que ya no estás, que solo me queda tu recuerdo, que todo lo que puedo hacer es hablarte a través de estas líneas. Pero, ¿sabes?, me consuela compartir estos momentos contigo, incluso disfruto esta intimidad en la distancia.

      Anoche soñé contigo. Soñé que tú corrías hacia mí, que yo te esperaba con los brazos abiertos. Pero me desperté y tuve que encoger los brazos para no tropezarme con tu ausencia. Y quise seguir soñando despierto, soñando que era de noche y estábamos al pie del mirador, frente al castillo, mirándonos en la penumbra, abrazados, desnudos bajo miles de estrellas. Pero de nuevo tuve miedo de darme la vuelta en la cama, miedo de sentir el frío de las sábanas, de enfrentarme a la verdad desnuda: tú no estás y tus cartas no llegan. ¿Sabes?, lo peor es empezar cada nuevo día sin saber de ti, aunque cada mañana me digo que ese día me llegarán tus cartas. Pero tus cartas tampoco llegaron hoy. Quizá lleguen mañana, todas juntas. Tal vez esta noche, cuando cierre los ojos, pueda sentir tus manos entre las mías, tu piel trémula bajo las yemas de mis dedos, tu risa apagando los ecos de esta soledad. Quizá solo pueda sentirte en el recuerdo de los días que se fueron. No sabes cuánto te añoro, María. No sabes cuánto te extraño, mi amor... No sabes lo que daría por sentir tus manos entre mis manos, tu risa en mi oído, tu boca en mi boca, tus pechos contra mi pecho... ¿Sabes?, a veces lo siento todo como si fuera ayer, pero otras veces... No, me niego a terminar así esta carta. Quizá mañana, cuando me siente a escribirte, ya habré leído todas tus cartas y, cuando las lea, cada palabra escrita será como si tú me hablaras y sentiré tus manos en el roce tibio del papel que acariciaron y me dormiré abrazado a tu carta, al sueño de volver a abrazarte, sintiendo que tú me abrazas...

      Hasta mañana. Te quiero.

      Alejandro.

      P.D. Mientras te escribo escucho música en la vieja radio alemana regalo de mi tío, uno de tantos españoles que emigraron en busca de una vida mejor. Ahora mismo está sonando I want you, I need you, I love you, de Elvis Presley. Te quiero, María. Y te necesito... Y te amo... con todo mi corazón.

      Carta dieciocho.

      Querida María:

      Los días pasan y tus cartas no llegan. Pero hoy, el cartero sí traía correspondencia para mí. El ejército me ha notificado mi inminente incorporación a filas. ¿Sabes?, me he alegrado al recibir la notificación. No era la carta —o las cartas— que esperaba, pero son buenas noticias, y no porque me apetezca cumplir con el Servicio Militar, es más, si de mí dependiera, no haría la mili nunca. Pero ya que se trata de un servicio obligatorio, mientras antes cumpla con mi deber inexcusable de servir a la patria, antes seré libre. Entonces podremos estar juntos de nuevo, para siempre, en España o en el extranjero, eso será lo de menos. Ya ves, la razón por la que me alegro de incorporarme al ejército solo podías ser tú, siempre tú, tan lejos y tan cerca.

      Mi primer destino será Mallorca, al menos hasta la Jura de Bandera. Luego me pueden destinar a cualquier isla de las Baleares. Dicen que he tenido muy mala suerte, que Mallorca está demasiado lejos, que a nadie del pueblo le tocó nunca hacer la mili en una isla, que parece como si alguien quisiera llevarme lo más lejos posible. Pero qué importa dónde. Lo importante


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