Cómo escribir un artículo académico en doce semanas. Wendy Laura Belcher
de revisores, amigos y familiares a los que se les agradece en un libro que ha sido publicado. No se trata sólo de una cortesía de parte del autor; los autores generalmente minimizan el tema. Se les agradece a quienes llevaron a cabo investigación, sugirieron tesis, recomendaron fuentes y recursos, e incluso escribieron las conclusiones. Éste era el caso sobre todo en el pasado, cuando esposas de profesores no sólo pasaban a máquina y editaban sus manuscritos, sino que a veces también escribían secciones de los textos de sus cónyuges. La reciente demanda contra el Código Da Vinci por infringir los derechos de autor sugiere que algunas de esas esposas aún existen.
Según el autor, Dan Brown, su esposa Blythe Brown quien realizó casi toda la investigación para El Código Da Vinci, sugirió la idea de centrar el libro en la supresión de las mujeres en la Iglesia católica e insistió en que se incluyera a una hija de Jesucristo y María Magdalena (Collett-White, 2006). Debido a que el mito de la originalidad es tan fuerte, los autores raramente dan crédito de coautoría a sus colaboradores. Esta variación del silencio represivo mencionado al comienzo de este capítulo es consecuencia de la falta de reconocimiento de que escribir es un trabajo de colaboración.
Una manera de corregir el mito del escritor solitario es la experiencia del novelista indonesio Pramoedya Ananta Toer, quien fue el candidato del sudeste de Asia para recibir el Premio Nobel. Toer estuvo encarcelado como prisionero político en la infame isla Buru en Indonesia. Como le negaron papel y pluma, desde 1969 hasta 1973 Pramoedya compuso historias orales para los dieciocho prisioneros que se encontraban en su aislado campamento, quienes susurraban los últimos capítulos a los demás prisioneros durante su único momento de contacto diario, en las duchas. Esos cuentos eran tan ricos y humanos que muchos prisioneros les atribuyeron su supervivencia. El mismo Pramoedya llamó a sus novelas de Buru “mi canción de cuna para mis compañeros de prisión, para calmar sus miedos, a ellos que sufrían tanta tortura” (Belcher, 1999). A su vez, los prisioneros hacían el trabajo en su lugar y le daban de su comida para permitirle seguir creando. Cuando sus captores finalmente le permitieron escribir, en 1975, “fue como si se hubiera roto la presa”. Toer escribió continuamente para capturar las historias de su memoria, sentado en el suelo y escribiendo en su catre. Sólo cuatro de esos libros fueron contrabandeados hacia el exterior; otros seis fueron destruidos por los guardias de la prisión. El primero, This Earth of Mankind (Esta Tierra de la humanidad), es una de las mejores novelas escritas en inglés sobre el colonialismo. El cuarteto de libros del cual éste forma parte, es una obra que define ese siglo. ¿Es la historia de Toer poco común? Sí. Pero su experiencia pone de relieve una verdad duradera: los mejores textos son creados en comunidad con un fuerte sentido de la audiencia.
Así que debes convertir tu actividad de escribir en más pública y menos privada, más social y menos solitaria. Inicia un grupo de redacción. Toma un taller de escritura. Convence a otro(a) estudiante de que sea coautor(a) contigo en un artículo. Reúnete con un(a) compañero(a) de clase en la biblioteca o en la cafetería para escribir durante una hora. Asiste a conferencias, participa en grupos cibernéticos de discusión, únete a clubes de revistas y preséntate a los académicos cuyo trabajo admiras. No te distraigas leyendo otro artículo más, cuando una conversación con alguien en tu campo puede ayudarte mejor a darles forma a tus ideas y dirección a tu trabajo. Debes pasar tanto tiempo estableciendo conexiones académicas sociales como escribiendo, porque los mejores textos son el resultado de una interacción activa con tu público potencial.
Mientras más participes en esas actividades, mejor será tu experiencia al escribir. Esto se debe en parte a que otras personas te proporcionan ideas y lenguaje, pero también a que es necesario relacionar tus ideas con las de otros. Debes estar enterado(a) de las teorías que debaten los profesores en tu disciplina, cuáles son los temas de investigación y qué metodologías consideran apropiadas. Puedes averiguar todo eso únicamente si eres miembro activo de la comunidad. Los estudiantes generalmente experimentan severos problemas en lograr que su proceso de redacción sea más social. Primero, porque muchos de ellos sienten horror ante la posibilidad de participar en una red de contactos.
Algunos se sienten incómodos o invasivos cuando intentan establecer contacto con alguien que admiran. Otros piensan que los intentos deliberados de entablar amistad con otras personas parecen superficiales o serviles. Ciertamente, establecer comunicación con otras personas requiere de valor y tacto. Sin embargo, descubrirás que los demás están interesados en conocerte e incluso estarán agradecidos si tú tomas la iniciativa. A muchos académicos establecidos les agrada que les pidan consejo sobre su área de especialidad. Así que, cualquiera que sea tu zona de confort, esfuérzate por salir de ésta.
Segundo, muchos estudiantes se sienten inseguros de mostrar su trabajo a otra persona. El entorno universitario puede provocar que los estudiantes vean a sus colegas como adversarios, en vez de como fuentes de apoyo. Compañeros de clase y profesores parecerían estar muy ocupados para leer su trabajo y comentar sobre éste. Es posible que crean que compartir su trabajo los revelará como impostores y demostrará que no son aptos para la academia. Afortunadamente, si logras compartir tu trabajo, usualmente encontrarás que a otras personas les agrada ayudar y que no eres tan idiota como pensabas. Además, otros identifican rápidamente omisiones y problemas de lógica que te hubiera tomado semanas descubrirlos por ti mismo(a). Por supuesto, algunos lectores serán demasiado críticos y otros te darán malos consejos. Pero aprender a discernir las críticas útiles de las inútiles es parte esencial de convertirte en autor(a). Mientras más frecuentemente te enfrentes a reacciones subjetivas a tu trabajo, mayor será tu capacidad de tratar con los comentarios de los dictaminadores más adelante.
Tercero, algunos estudiantes son capaces de compartir su trabajo, pero sólo cuando consideran que el artículo está terminado. Evita esperar hasta que tu manuscrito esté “listo” antes de compartirlo. Te decepcionarás cuando lo compartas con otros, esperando halagos. En lugar de eso, recibirás recomendaciones para su revisión, en la que estás poco interesado(a) en ocuparte. El punto central de compartir es mejorar tu redacción, y no convencer a otros de tus talentos. Así que comparte tu texto desde las primeras etapas. Muestra los esbozos a compañeros de clase, profesores en tu disciplina, o incluso a editores de revistas. Intercambia resúmenes. Reparte borradores y pide comentarios específicos sobre aspectos de tu artículo que sospechas son débiles. Aprende a compartir tus textos en todas las etapas del proceso.
Cuarto, los estudiantes temen que compartir su trabajo resultará en el robo de sus ideas. Como muchas de las ansiedades mencionadas en este libro, este miedo tiene una base racional: las ideas de los estudiantes a veces son robadas. Constantemente circulan historias entre estudiantes de posgrado sobre el robo de propiedad intelectual. Pero esconder tu trabajo no resuelve ese problema. De hecho, mostrar tu trabajo a diversas personas te protegerá. Además, nadie puede articular tu idea como lo haces tú. Puedes pensar que cualquiera podría presentar tus ideas mejor que tú, pero este manual te ayudará a entender que no es así.
Todas estas actividades te ayudarán a contrarrestar el mito del escritor solitario. Nada es tan colaborativo como una buena redacción. Todos los textos dependen de otros textos, todos los escritores se suben en los hombros de otros escritores, toda prosa requiere un editor, y todos los textos necesitan un público. Sin una comunidad, la redacción es inconcebible. Este manual te ayudará a desarrollar hábitos de escritura social y a compartir tu trabajo. Si estás utilizando este manual con un colega o en grupo, ¡ya lograste un excelente progreso!
Los autores académicos perseveran a pesar del rechazo
La vida del escritor está llena de rechazos. Ésta es una de las pocas experiencias que comparten los grandes autores y los escritores atroces. Una rápida lectura de Pushcart’s Complete Rotten Reviews & Rejections (La carretilla completa de terribles reseñas y rechazos) ofrece el consuelo de saber que a la mayoría de los autores clásicos (por ejemplo, Hermann Melville, T.S. Eliot y Virginia Woolf) les rechazaron su trabajo en los términos más fuertes posibles (Henderson, 1998). ¡Jack London recibió 266 notas de rechazo en un solo año (1899) (Kershaw, 1997)! Al economista George Akerlof le rechazaron tres veces un artículo que luego le mereció el Premio Nobel (Gans y Shepherd, 1994). Efectivamente, estudios sobre los receptores del Premio Nobel han revelado que editores habían rechazado muchas de las versiones tempranas de sus trabajos premiados (Campanario, 1995;