El Tesoro de David: la revelación Escritural a la luz de los Salmos. Eliseo Vila

El Tesoro de David: la revelación Escritural a la luz de los Salmos - Eliseo Vila


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quizá despierten del engaño y la falsa seguridad en que ahora se viven.

      LEWIS STUCKLEY [1621-1687]

      “’The Gospel Glass - Part v, Chapter xxxi”, 1667

      Vers. 6. Lavaré en inocencia mis manos, y así andaré alrededor de tu altar, oh Jehová. [Lavaré en inocencia mis manos, y así andaré alrededor de tu altar, oh Jehová. RVR] [Lavaré en inocencia mis manos, y andaré en torno a tu altar, oh Señor. LBLA] [Lavaré en inocencia mis manos, y así andaré en torno a tu altar, oh YHVH. BTX] [Con manos limpias e inocentes camino, Señor, en torno a tu altar. NVI] [Lavo mis manos en señal de inocencia y me acerco a tu altar, Señor. BLP [Me lavo las manos para declarar mi inocencia. Vengo ante tu altar, oh Señor. NTV]

      Lavaré en inocencia mis manos.100 Estaba resuelto a proclamar públicamente que se hallaba limpio de todas las acusaciones que pesaban sobre él, y si alguna falta cabía alegar contra él propiamente en algún otro asunto, se comprometía a corregirla y evitarla en el futuro. El lavado de manos es una acción pública significativa para demostrar nuestra desconexión con un hecho en particular, y solemos decir: «Me lavo las manos de este asunto». David no pretende ni reclama una total y perfecta inocencia, tan solo se declara inocente de los delitos de los cuales se le acusaba de manera calumniosa; hay, sin embargo, un medio por el cual podemos ser lavados en inocencia absoluta: la sangre expiatoria que nos hace limpios de todo pecado.101 Jamás debemos sentirnos satisfechos ni dar reposo a nuestra alma hasta estar plenamente persuadidos de nuestra limpieza absoluta por la preciosa sangre de Jesús.

      Y andaré en torno a tu altar, oh Señor.102 Como sacerdotes que somos para Dios103 debemos tener sumo cuidado de estar personalmente limpios; la fuente de bronce104 era tan necesaria como el altar de oro;105 el culto de Dios nos obliga a ser santos en la vida. El que es injusto para con los hombres no puede ser acepto a Dios. No podemos traer nuestras ofrendas de acción de gracias con las manos contaminadas de culpabilidad. Amar la justicia y la pureza es mucho más aceptable a Dios que el sebo de diez miles animales engordados.106 De este versículo aprendemos que las mentes santas se deleitan en el culto de adoración al Señor, que encuentran en su altar el consuelo más dulce; y que su más profunda preocupación es no involucrarse jamás en cualquier tipo de acción que pudiera hacerles no aptos para la sagrada comunión con Dios. Nuestros ojos deben estar sobre el altar que santifica tanto al don como al dador, sin embargo, nunca debemos utilizar el sacrificio expiatorio como una excusa para el pecado,107 antes por el contrario encontrar en él un argumento más convincente para la santidad.

      C. H. SPURGEON

      Lavaré en inocencia mis manos, y así andaré alrededor de tu altar, oh Jehová. Hay en el Evangelio dos lavamientos notables; el primero es el lavamiento en Cristo, un baño caliente, lavacrum sanguinis, el lavamiento en la sangre de Cristo; el segundo es nuestro lavamiento, un lavamiento frío, lavacrum lachrimarum, en lavamiento en lágrimas de arrepentimiento. La combinación de ambos resulta en una composición soberana que brotó por primera vez de Cristo mismo cuando sudó agua y sangre.108

      El primero es como el estanque de Betesda, en el que todo el que se sumergía con fe quedaba sano;109 la sangre de Cristo es el verdadero lavamiento de la regeneración, un manantial abierto para Judá y Jerusalén donde lavarse: “La sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado”.110 Sabiendo del amor manifiesto en las madres de alimentar a sus hijos con su propia leche: ¡cual no ha de ser el amor de Cristo, que nos lava y nos alimenta con su propia sangre! Tan pronto como nacemos en Cristo, al igual que en nuestra madre, la sangre de Cristo se convierte para nosotros en leche, alimentándonos para salvación eterna. ¿De que nos van a servir el calamus benjamini,111 o el estoraque,112 o mil arroyos de aceite aromático, a la hora de limpiarnos, a menos que el Señor nos purgue y nos lave exhaustivamente? No; es únicamente su sangre “que habla mejor que la de Abel”.113 “Al que nos amó, y nos lavó de nuestros pecados con su sangre, y nos hizo reyes y sacerdotes para Dios, su Padre; a él sea gloria e imperio por los siglos de los siglos. Amén”.114

      Sin embargo, es el segundo lavamiento, el de arrepentimiento, que es preciso aplicar para hacer el primero operativo. Este lavamiento que vemos reflejado en el arrepentimiento de María Magdalena,115 es una especie de re-bautismo, que potencia el efecto del primer lavamiento. Y lleva implícitas tres acciones: en primer lugar herir el ego, restregar nuestros corazones a través de la contrición; en segundo lugar, cubrir y cicatrizar nuestras heridas abiertas por medio de la confesión a Dios; y en tercer lugar, lavar nuestras manos en inocencia, mediante la restitución a los demás116 ... Hemos de lavarnos ya, ahora mismo, y lavarnos completamente; puesto que desde la coronilla de la cabeza hasta la planta del pie no hay en nosotros más que heridas y llagas putrefactas; sin embargo, hay algo en lo que David hace un énfasis particular y lava de manera especial sus manos: “la inocencia”. De hecho, poco valor tiene que tengamos los ojos húmedos si llevamos las manos sucias y contaminadas. La contrición y la confesión a Dios no constituyen el arrepentimiento completo si no hay restitución. Dice Agustín: “Non remittitur peccatum nisi restituatur ablatum”;117 o como lo expresa Latimer:118 «O hay restitución, ya sea pública o secreta, o hay infierno» Quien no repara el mal que ha cometido, se goza en el pecado.119 Donde no hay restitución, dice San Agustín: “Non agitur sed fingitur paenitentia”;120 y los que no restituyen todo, no se lavan las manos enteramente, introducen tan solo las puntas de los dedos. La extorsión, la rapiña, el soborno, son pecados cometidos con las manos (pecados muy frecuentes en los judíos, por eso son tan insistentes y diligentes en los lavamientos de manos); pero en lo que hace a nosotros, los cristianos, a menos que sacudamos totalmente de nuestras manos tales víboras, por más que cubramos con lágrimas el altar de Jehová, inundándolo de llanto y de clamor, si persistimos en tales contaminaciones, no esperemos que Dios preste atención a nuestra ofrenda, ni la recibirá de nuestras manos con complacencia: “Por tanto, si estás presentando tu ofrenda sobre el altar, y allí te acuerdas de que tu hermano tiene algo contra ti, deja allí tu ofrenda delante del altar, y anda, reconcíliate primero con tu hermano, y entonces ven y presenta tu ofrenda…”.121

      ISAAC BARGRAVE [1586-1674]

      En un sermón ante la “House of Commons”, 1623

      Lavaré en inocencia mis manos. En referencia a estas palabras, cabe decir que en el ofrecimiento ordinario de los sacrificios, David hace una distinción, entre él mismo, y todos los demás, que practicando el mismo culto divino se abocaban en los servicios del santuario como si a ellos correspondiera el derecho exclusivo de llevarlos a cabo. Frente a semejante avalancha de hipócritas, que entraban como un torbellino en el santuario y rodeaban en grupo el altar sagrado, David se distingue, mostrando que él era un verdadero adorador, y declarando que no tan solo había practicado diligentemente los ritos externos, sino que había adorado a Dios con devoción no fingida.122 Es obvio que alude aquí al rito solemne del lavamiento que se practicaba bajo la ley.123 Y en este sentido, reprueba la práctica supersticiosa de muchos hipócritas, que, buscando únicamente la purificación exterior por el agua, descuidaban la verdadera purificación interior; pese a que el verdadero propósito de Dios al instituir el signo externo del lavamiento, no había sido otro que ilustrar en las mentes de los adoradores la realidad de su contaminación interior, y con ello, alentarles al arrepentimiento.124 A estos hipócritas, el simple lavamiento exterior, en lugar de aproximarles a Dios, les alejaba todavía más de él. Por tanto, cuando el salmista dice: “Lavaré en inocencia mis manos” da a entender de forma implícita que los hipócritas, lo único que lograban con sus lavamientos era aumentar todavía más su suciedad y contaminación. El término hebreo בְּנִקָּי֣וֹן bəniqqāyōwn de נִקָּיוֹן niqqayon significa la limpieza de cualquier cosa,125 y se utiliza en sentido figurado para la inocencia.126 Vemos, pues, que de los lavamientos materiales practicados por los hipócritas no deriva ninguna pureza moral, y David se burla irónicamente de sus


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