Alma. Irene Recio Honrado
que pase.
—Pero el eclipse es pasado mañana —replicó Cyrus.
—Lo sé, pero está cerca y eso me perjudica.
Cyrus negó con la cabeza y apuró su copa, lo imité. Pagó y nos despedimos del viejo Johnson para ir a recoger las tablas de madera.
Al salir a la calle y subirnos de nuevo en la Pick-Up, advertí como Cyrus me miraba de reojo.
—¿Hay algo que quieras decirme? — sondeé antes de que arrancara con la esperanza de reprender la conversación del bar.
—Lor —empezó. Era la primera vez que me llamaba por mi nombre—, sé que decirte que siento que tu hermano desapareciera es algo que para ti debe de resultar insustancial, seguro que te lo ha dicho todo el mundo. Yo no soy nadie importante en tu vida — miró por la ventanilla como si buscase las palabras—, pero no sé cómo decirte que realmente lo sentí y lo sigo sintiendo en el alma. Tu hermano me gustaba, no he dejado de buscarlo y no encuentro nada. Sé que tu tía está igual y temo que a ti te pase lo mismo y te consumas como nosotros.
Agradecí las palabras de Cyrus. Eran sinceras, bastaba con mirarle a los ojos para saberlo. Realmente había sufrido con la desaparición de Tom y arrastraba ese pesar desde entonces. Pero a pesar de lo que me había dicho, sentí que faltaba algo que no me estaba contando. No quise forzarlo más, dado que era evidente que estaba sufriendo sobremanera con aquella conversación. Estaba hecho para la acción, las pullas y los amigos, no para el derrotismo. Puse mi mano sobre la suya en el volante y la presioné ligeramente.
—Lo sé, Cyrus, agradezco que te preocupes por mí. Pero sé que podré con esto, solo necesito que te quedes cerca.
El cowboy puso la mano que le quedaba libre encima de la mía, de forma que ahora tenía mi mano entre las suyas y me miró a los ojos seriamente.
—Por eso no te preocupes, el viejo Cyrus siempre estará cerca.
Sonreí y él también lo hizo, arrancó la furgoneta y nos pusimos rumbo a la tienda de Bill Tyler.
Al llegar encontramos el mostrador vacío. Aguardamos unos segundos hasta que apareció una mujer de unos cuarenta años. Tenía la cara redonda, cubierta de pecas y el pelo rojo recogido en un moño medio desecho. Al vernos sonrió. Su rostro era la dulcificación personificada.
—Cyrus —dijo aproximándose— y oh, tú debes de ser Lor, la sobrina de May —tomó mis manos entre las suyas— me alegro mucho de conocerte. Vaya, sí que eres guapa.
—Gracias —susurré ruborizada.
¿Quién era aquella mujer? Como si leyese mis pensamientos, Cyrus nos presentó.
—Esta es Molly Jobs, la esposa de Bill.
En Texas no era común que la esposa mantuviese el apellido de soltera. Hasta Donde yo sabía, en Alma, mi familia había sido la única que contra viento y marea había conservado el apellido Blake durante generaciones, aun sin haber hombres en la familia. Así que opté por no decir nada al respecto, para mí aquel gesto era toda una declaración de principios y me pareció fenomenal.
—Es un placer conocerla, señora Jobs —saludé.
—Oh no, llámame Molly, por favor. Decidme, ¿qué os trae por aquí?
—Ethan nos ha pedido que vengamos a recoger las maderas —informó Cyrus.
—¿Qué ocurre, Molly? ¿Hay clientes?— preguntó la voz del señor Tyler desde algún lugar de la tienda.
Los tres miramos en la dirección de dónde provenía la voz. Bill Tyler apareció cargado de cajas de madera y las dejó en el suelo.
—Hola, viejo lobo —saludó a Cyrus— ¿Qué te trae por aquí?
Molly se situó a la derecha de su marido y le tomó del brazo.
—Cyrus y Lor —explicó— vienen a por las maderas que tenían encargadas, mi amor.
—¿No estarán dando problemas los chicos, verdad? —inquirió el señor Tyler.
—No, no, no —me apresuré a responder —.Todo está bien, señor, de verdad.
El señor Tyler asintió complacido.
—Eso está bien. De todos modos —miró a Cyrus—, si dan problemas quiero que los mandes de vuelta.
—Cariño —interrumpió Molly— por favor, son buenos chicos. No seas un sargento con ellos.
—Las mujeres —dijo Bill Tyler, su mirada iba de su esposa a Cyrus—, se creen que con un sermón se arregla todo. Los chicos necesitan mano dura. Y nuestros hijos, Molly, más que los otros. No quiero que vuelva el sheriff a decirme que se han vuelto a meter en líos.
—No es culpa de ellos —los defendió Molly—, han sido unas desafortunadas coincidencias. Nada más. Te lo dijo el sheriff.
—Es un sheriff blando —amonestó Bill—. Si ni siquiera le ha quitado la licencia al descerebrado de Johnson.
—No desees el mal ajeno, mi amor. Además, te gusta la cerveza de Johnson.
El señor Tyler apretó la mandíbula y entrecerró los ojos hasta convertirlos en rendijas.
—No estamos hablando de eso, mujer —censuró a su esposa.
Molly puso los brazos en jarras y alzó la barbilla mirando a su marido, de repente su rostro se volvió serio, toda la dulzura que había demostrado hasta el momento se esfumó como por arte de magia.
—Bill Tyler —dijo autoritaria— compórtate como es debido. Tus hijos son buenos chicos, y no consentiré que les culpes simplemente porque se han metido en dos o tres peleas.
—¿Dos o tres? —Espetó el señor Tyler con ojos como platos—. Pero si han sido…
—Me da igual —cortó Molly— las que sean. Además, tú también te metías en líos cuando eras joven, seguramente lo han heredado de ti.
—Pero yo…
—Se acabó —ordenó Molly alzando un dedo de aviso hacia su marido.
El señor Tyler carraspeó indignado y guardó silencio. Recogió las cajas que había dejado en el suelo y se alejó rumbo a la trastienda con ellas.
—Os pido disculpas por eso —dijo Molly recuperando la dulzura inicial de su voz en un abrir y cerrar de ojos—. Bill adora a los chicos, pero ahora están en unas edades muy malas y lo sobrepasan un poco.
El ambiente se había vuelto tenso, devido a que tanto Cyrus como yo nos habíamos visto obligados a presenciar la discusión del matrimonio. Aunque no había sido nada acalorado, ahora la situación era algo incómoda. Como a Cyrus no se le ocurría nada que decir, tomé la palabra.
—No se preocupe por nosotros, no es asunto nuestro.
—Tutéame querida, no soy un ogro. Aunque te lo haya parecido. Pronto entenderás que hasta los hombres más duros necesitan una mano firme de vez en cuando. En fin, Bill tiene las maderas cargadas en un remolque, id a la parte de atrás y lo enganchará.
Hicimos lo que nos dijo Molly y en menos de cinco minutos tuvimos las maderas listas para llevárnoslas. Me subí en la Pick-Up para que Cyrus pudiese hablar a solas con el señor Tyler. Por el retrovisor vi como el cowboy le palmeaba la espalda, mientras que Bill negaba con la cabeza, derrotado. Aunque tras unos minutos recuperó su semblante afable. Cyrus se despidió de su amigo y acto seguido subió a la furgoneta para ponernos en marcha de vuelta a casa.
Al llegar, lo primero que vimos fue que el cobertizo estaba derruido. Un montón de escombros en el suelo era todo lo que quedaba de él. Estaba claro que lo único que le había opuesto resistencia a Ethan eran los maderos del techo. Ya que una vez se había librado de ellos el resto no había tardado en caer. Aunque