Alma. Irene Recio Honrado
vamos a decir, es una sorpresa.
—¿Una sorpresa? No estoy para sorpresas.
—Bueno, pues tendrás que estarlo. Por lo que sabemos, Tom quería llevarte allí para sorprenderte. Como él no está, te enseñaremos el lugar nosotros. Pero no te diremos donde es ni qué es, hasta mañana. Cuando vayamos.
—¿Mañana? —Protesté—. No podéis soltarme eso y decirme que tengo que esperar a mañana.
Mi comentario incomodó a los tres, que compartieron una mirada apenada. Luego miraron hacia el horizonte, y negaron rotundamente con la cabeza.
—Verás —explicó Jack—, tendrás que aguantar hasta mañana por un simple motivo.
—¿Cuál? —bufé.
—Sabemos que cuando lo veas, querrás quedarte allí un buen rato. Te encantará.
—¿Cómo sabéis que me encantará? ¿Y si me horroriza? Insisto. Decís que me debéis una ¿no? Pues llevadme allí ahora.
—Lo siento pero no —intercedió Ethan dando un paso hacia delante mientras le pasaba el brazo por los hombros a Jack—. Además nosotros tenemos que irnos ya.
—¿Iros?, ir a dónde, pero si es muy temprano ¿y el cobertizo? —espeté elevando cada vez más la voz.
Ethan hizo un ademán con la mano indicando a Sam que se pusiera de pie. El pequeño obedeció a la primera sonriente y se unió a sus hermanos mientras emprendían la marcha hacia su camioneta. Como no habían contestado a mi pregunta les seguí.
—Os he hecho una pregunta ¿Qué pasa con el cobertizo? No hagáis como que no me estáis escuchando.
Los chicos continuaban caminando por delante de mí, volvían de vez en cuando la cabeza en mi dirección completamente sonrientes, lo que conseguía sacarme de quicio de una manera sobrehumana.
—Tranquila —dijo Ethan antes de subirse a la Pick-Up—, le preguntaremos a mi padre sobre planos, él sabrá qué opción escoger para construir un cobertizo nuevo— miró hacia la casa de tía May y bajó la voz hasta convertirla en un susurro—. Respecto a lo de mañana, no digas nada. No queremos que tu tía se entere ¿verdad? —me guiñó un ojo y subió a la camioneta junto a sus hermanos.
Me quedé allí de pie, con los ojos echando chispas, viendo como arrancaban. Antes de que pusieran la primera marcha, golpeé la ventanilla con los nudillos. Ethan bajó el cristal del piloto sin perder la sonrisa. Sam asomó la cabeza desde el asiento de atrás jovialmente.
—Sigo sin saber por qué tenéis que marcharos ya —objeté— es algo temprano ¿no?
—Por hoy, no podemos hacer nada más aquí —contestó el mayor de los Tyler—. Mañana traeremos los planos y nos pondremos con el cobertizo. No te preocupes.
—Además —interrumpió Sam—, papá no nos deja estar en la montaña después de la puesta de sol.
Jack le soltó un codazo a Sam que hizo que se sentase de golpe de nuevo en el asiento de atrás.
—¿Qué has dicho? —pregunté.
—Nada —respondió Jack—, tonterías. Tenemos que irnos Lor. Nos vemos mañana temprano.
Casi no me dieron tiempo a apartarme de la Pick-Up, salieron haciendo girar las ruedas traseras y levantando una nube de polvo a su paso. Tuve que cubrirme los ojos con el brazo para no quedarme ciega. Malditos chicos.
Me alejé del camino con un humor de perros y fui hacia la casa. Mi tía estaba en el porche, sentada en la silla de mimbre con los ojos cerrados. Al oírme los abrió.
—¿Y los chicos?
—Se han ido —dije desplomándome en el sofá contiguo.
—Pareces disgustada ¿ha pasado algo?
—Hombres —respondí negando con la cabeza.
Mi tía soltó una risotada.
—Sí, eso lo explica todo, sin duda —cogió aire lentamente y lo soltó de igual forma, paladeando la calma de aquel instante—. Parece que vamos a disfrutar del resto de la tarde como Dios manda. Y después de un día tan ruidoso como el de hoy…
—¿Sí? —pregunté cuando vi que no terminaba la frase.
—¿Qué te parece si nos damos un homenaje? —dijo poniéndose en pie.
La observé intrigada.
—¿Cómo qué? —quise saber.
—Ven conmigo —pidió mientras entraba a la casa.
La seguí hasta la cocina y después a su habitación de preparados. Abrió un armario situado al fondo y me lo mostró. En el interior había una extraña construcción de botes y tubos de cristal como los que hay en un aula de química. Dentro de ellos un líquido transparente los recorría para caer finalmente en una botella con el cuello muy fino y el culo redondeado.
—Vaya —dije sorprendida — ¿Qué estas preparando? ¿Una solución para ayudar a alguna mujer a quedarse preñada?
—Mmmm podría ayudar, sí. Pero en realidad es solo ginebra.
—¿Qué? —espeté alucinada.
—Es una pequeña destilería cariño. Esto —dijo señalando la extraña botella del fondo— es un vaso de destilación. Claro que utilizo esto para más cosas, pero tras el ajetreo de hoy he pensado que cuando se marchasen los chicos podríamos compartir unos combinados. ¿Qué te parece?
Pensé un momento en lo que los hermanos Tyler me habían dicho sobre visitar un lugar especial en el que había estado mi hermano antes de desaparecer. Y sobre todo en que tendría que esperar al día siguiente para hacerlo. El mal humor volvió a invadirme. Y asentí enérgicamente.
—Sí —contesté—, me parece una idea estupenda.
—Maravilloso, entonces. No le digas a tu madre que te he dado de beber. No quiero que piense que soy una mala influencia. Pero tranquila, no te lo cargaré mucho, tesoro.
La verdad es que esperaba que lo cargase al máximo para quitarme de la cabeza a esos malditos chicos, pero no dije nada. Mi tía se puso manos a la obra, preparó dos copas con mucho hielo, cogió el vaso de destilación y echó un poco de su contenido a cada copa, después sacó dos tónicas y unas limas de la nevera y completó el combinado.
—Toma el tuyo —dijo tendiéndome la copa y cogiendo la otra para ella—. Y ahora, chin chin querida.
Alzamos nuestras copas y las golpeamos suavemente, después le dimos un pequeño trago. Estaba delicioso, y un pelín más cargado de lo que me había prometido.
—Vamos a sentarnos al salón ¿te parece?
La seguí nuevamente, pero cuando estaba a punto de entrar en el comedor me detuve. Todavía no había entrado allí ni una sola vez desde que había llegado. Mi tía se percató de ello y se puso junto a mí.
—Lo haremos juntas —dijo infundiéndome ánimos y entrelazando su brazo libre al mío.
Cogí aire y asentí. Tendría que hacerlo tarde o temprano ¿no?
Entramos en el salón despacio, y llegamos a los sofás que estaban delante de la chimenea, nos sentamos juntas muy pegadas y dejamos las copas sobre la pequeña mesita de roble que estaba a nuestra derecha.
—No ha sido tan malo, ¿no?
Miré a mí alrededor intentando refrenar los recuerdos.
—Cuando no podía dormir —comencé—, iba a buscar a Tom a su habitación y veníamos aquí. Me contaba cuentos y me hacía reír hasta que el sueño me vencía y me volvía a llevar a mi dormitorio. También tengo algunos recuerdos mucho