Revuelos. David Sergio Ricardo Pavlov

Revuelos - David Sergio Ricardo Pavlov


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y otros objetos el día del tornado, y me trasladaron de manera inmediata al avión.

      X

      Falta menos de una hora para el aterrizaje en el Aeropuerto Tocumén de la ciudad de Panamá, y noto que hay movimientos no habituales entre los miembros de la tripulación. Las luces de la cabina se encienden antes de lo previsto y de pronto, por el altavoz, el comandante ratifica a los pasajeros la noticia que había anunciado anteriormente. En otras palabras, comunica que las alarmas del panel de instrumentos indican desperfectos técnicos en algún sector del tren de aterrizaje. Solicita a los pasajeros que guarden serenidad, colaboren, y presten atención a todas y cada una de las advertencias que la tripulación emita para la evacuación de emergencia.

      Habida cuenta de que no estoy en condiciones físicas de lanzarme por el tobogán inflable del avión, y mucho menos saltar, se cruzan por mi cabeza todas las variables que pueden acontecer en el aterrizaje. Todas tienen un común denominador: las llamas. Otra vez la tragedia. Otra vez el infierno, pienso. El anterior de agua y viento. El próximo, el del fuego letal.

      Rememoro entonces cuando, adolorido, desorientado y cuasi inmóvil, luego de una semana de haber estado bajo un coma farmacológico en un hospital de La Habana, recuperé el conocimiento en inocente despertar flotando entre albinas brumas.

      Porque blanca era mi mente, como así también los uniformes de médicos y enfermeras, las sábanas y colchas, las paredes con sus viejos azulejos de vidrio y los tubos fluorescentes que titilaban pendientes del cielo raso más elevado que jamás había visto. Perplejo, y sin saber por qué estaba allí, mi primera reacción fue palparme la pierna izquierda y sentir la dureza de un yeso que aprisionaba la rótula, el tobillo y todos sus ligamentos. Más insoportable aún, era el dolor que aquejaba mi cabeza, cuyo vendaje disimulaba una hoguera localizada en mi ojo derecho. Mi boca y garganta seca estaban heridas por un respirador artificial recién retirado, y no podía emitir más que extraños balbuceos. Las charolas de encandilante acero inoxidable plenas de líquidos y utensilios, cegaban con su brillo la visión de mi único ojo.

      Observé con dificultad que tras un biombo plegable de caños oxidados se habían apersonado tres individuos que, con autorización y presencia de los médicos, de manera pausada y sintética, me explicarían los episodios que habían determinado mi internación, como así también el grado de lesiones que revestía. Un sonido proveniente de un monitor de signos vitales que actuaba como un metrónomo bajo la batuta de mi corazón, era el preludio que la sala de terapia intensiva ejecutaba con monótono ritmo y auguraba lo que parecía ser un solemne informe.

      Respecto a los acontecimientos, uno de los funcionarios de la justicia me indicó que se habían reconstruido a través de las declaraciones e indagatorias tomadas tanto al conductor como a sus dos acompañantes; ellos habían brindado los testimonios ante las autoridades en sedes policiales y judiciales. Por ello, el agente procedió a leerme el relato del taxista.

      –Circulaba por el Malecón a poca velocidad debido a la baja visibilidad y a los objetos que volaban por la violencia del temporal. De pronto, los pasajeros que estaban en el asiento delantero y yo, observamos a dos personas sobre la vereda aferradas a un poste resistiendo y tratando de no ser arrastradas por los embates del tornado que comenzaba a arreciar. Cuando nos detuvimos para asistirlos, el último pasajero que había ascendido minutos antes les abrió la puerta para que entraran. En ese instante, el torbellino ingresó embolsando y elevando el vehículo unos cuantos centímetros desde el nivel del suelo. De manera simultánea, la puerta trasera se desprendió arrancando las bisagras y bulones, y uno de ellos impactó y se incrustó en un ojo del pasajero argentino. La puerta, succionada por la tromba, golpeó en su trayectoria contra una de las personas que iba a ascender, provocando su muerte de manera instantánea. No puedo saber qué ocurrió con el otro individuo. Los efectos de la presión y succión en el interior del vehículo provocaron que al caer, el cristal trasero se desprendiera de sus burletes rotando de modo tal que al quedar de manera horizontal, actuó como una filosa hélice que decapitó al pasajero canadiense; la luneta estalló y una fusión de agua, sangre y vidrios fue aspirada por el ciclón. La mujer a su lado, entre gritos desgarradores, intentó acomodar su cuerpo y saltar al asiento delantero con tanta fuerza, que su pierna de apoyo, la derecha, pisoteó y quebró sin querer la pierna izquierda del pasajero argentino, que estaba tendido sobre el bulto del diferencial, sumiendo al pasajero en un infierno de hemorragia y dolor. Los servicios de emergencia no daban abasto, pero no demoraron en arribar y trasladar a las personas siniestradas. Mis acompañantes, al igual que yo, no sufrimos más que algunos rasguños, provocados por la turista en su desesperación por aferrarse al asiento; luego del episodio, la mujer daba la impresión de haber perdido el habla por el pánico vivido. Entiendo que los valores y documentos de los accidentados que se encontraban en la parte trasera, desaparecieron.

      La autoridad consular que estaba presente, por otra parte, me informó:

      –Lamentamos esta terrible tragedia que afectó su integridad física de manera severa. Nuestra dependencia lo apoyará desde el punto de vista económico y le brindará toda la documentación que le permita regresar a su país lo antes posible. A su vez, gestionaremos ante las aerolíneas, el hotel y el hospital las tramitaciones necesarias para tal efecto. Cuente con nuestro apoyo.

      Finalmente, el tan temido parte médico:

      “El día 13 de agosto del corriente año, a las catorce horas, una ambulancia del departamento de defensa civil de la ciudad de La Habana ingresa a la guardia del hospital con una persona indocumentada, desvanecida, y con el siguiente diagnóstico:

      ”Pierna izquierda: fracturas múltiples de tibia y peroné con desplazamientos, desgarros y escoriaciones externas leves; no hay exposición ósea.

      ”Cráneo: presencia de hemorragias internas y externas en la cuenca del ojo derecho; se observa incrustación profunda de un objeto metálico. Pérdida absoluta del globo ocular. Aparente fractura del reborde orbitario. Contusiones menores y heridas superficiales varias en pómulo, cuero cabelludo y oreja.

      ”Ingresa a quirófano de modo prioritario. Se realizaron las siguientes intervenciones:

      ”Pierna Izquierda: curación de heridas superficiales. Reducción de fracturas: colocación de yeso tipo calza, con inmovilización absoluta de las articulaciones del pie y de la rótula. No se ejecuta intervención quirúrgica de osteosíntesis habida cuenta del grado de lesiones en el cráneo y orden de prioridades, como así también la inexistencia en la dependencia hospitalaria del material ortopédico correspondiente (clavos de titanio) y, presumiblemente, tampoco en el país.

      ”Cráneo: limpieza, desinfección y curación de escoriaciones superficiales varias. Extracción de objeto metálico y enucleación globo ocular derecho con extirpación quirúrgica total.”

      Un gesto con mis manos denotó que no estaba en condiciones de recibir más informes; ni siquiera deseé saber cómo serían los procesos de rehabilitación. Al fin y al cabo, debería quedarme dos o tres días más en el hospital, y ya tendrían tiempo de sobra para hablar de ello, y mi voz ya estaría en mejores condiciones para realizar las consultas pertinentes.

      Las últimas jornadas en el nosocomio no fueron de mi agrado; sin embargo, nada pude hacer en la ciudad, con muletas, un yeso y una herida atroz en medio de aguaceros e incesantes tormentas eléctricas. No había vuelos todavía, pero los funcionarios, alertas ante una posible evacuación en masa, decidirían trasladarme del hospital al hotel, a la espera de alguna novedad.

      La única oportunidad que había tenido de observar el perfil urbano de la ciudad fue cuando una combi del consulado, tras una semana de internación, me derivó al hotel Habana Libre; pero el aguacero desdibujó todas las posibilidades de disfrutar, aunque fuera de modo fugaz, de una de las urbes con el mayor patrimonio arquitectónico del planeta.

      XI

      Su atención por favor, señores pasajeros, informamos que hemos procedido a efectuar el descenso hacia la ciudad de Panamá, donde estimamos arribar en veinte minutos. La tripulación reiterará una vez más todos los procedimientos y maniobras que se deben respetar para el aterrizaje de emergencia. Las autoridades del aeropuerto panameño han acondicionado


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