Revuelos. David Sergio Ricardo Pavlov

Revuelos - David Sergio Ricardo Pavlov


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y personal nos permitirán controlar y afrontar con éxito estas contingencias.

      Me pregunto si es posible que un rejunte de auxiliares de vuelo de diferentes nacionalidades, aerolíneas y aeronaves puedan estar capacitados para actuar de modo eficiente y sincronizado en esta oportunidad. ¿Y qué sucederá conmigo? ¿Cómo me ayudarán?

      El avión se acerca a la costa continental. El océano Atlántico y el océano Pacífico nunca tan cerca. Apenas unos minutos para sobrevolar una delgada porción de geografía plena de selvas tropicales y una grieta fluvial que une ambos mares. El Jumbo comienza a desplegar sus flaps, y el sonido de los motores delata mayor potencia para sustentar la aeronave. La tensa calma en la cabina se acrecienta y se transforma, minuto a minuto, en estado de angustia. Un sacudón seco y un estrepitoso ruido bajo el fuselaje denotan que el tren de aterrizaje ha sido extendido, transformando el planeo en un vuelo traqueteado.

      El comandante informa que de inmediato efectuará la aproximación al aeropuerto, pero, antes de aterrizar, realizará dos vuelos a baja altura para que los operarios de la torre de control puedan constatar daños o carencias en los rodamientos, tanto del morro de nariz, como en cada una de las cuatro secciones del tren principal.

      Entretanto, un miembro de la tripulación procede a informar que me asistirá al momento del desembarco; sin embargo, indica que la evacuación en masa será su prioridad. En otras palabras, queda bien en claro que seré el último en abandonar la aeronave. Tampoco apacigua mi inquietud cuando me dice “que el aeropuerto se encuentra operativo solo para nuestro vuelo, y que habrá en tierra, en carácter preventivo, suficiente personal médico”.

      Sobrevolando el Pacífico, a baja altura y desde el lateral izquierdo del 747, se pueden observar varios barcos prestos a ingresar a las esclusas de Miraflores, primera entrada desde el océano al Canal. Solo unos pocos segundos más de vuelo y se distingue la bahía de Panamá, cuyas serenas aguas reflejan en perfecta simetría, las luces de los rascacielos de la ciudad.

      Perfilado ahora hacia la cabecera oeste, la proa se mantiene erguida y el primer vuelo rasante sobre la pista permite a los pasajeros situados en el lado izquierdo divisar las intermitentes y multicolores luces pertenecientes a los diferentes vehículos afectados a los servicios de emergencia y rampa.

      Sin embargo, tal como anticipó el comandante, el avión tendrá que dar una segunda vuelta. Sin más, se produce la aceleración y elevación de la nave y, de manera proporcional, el incremento de la tensión y la frecuencia cardíaca de todas las personas a bordo.

      Sin retraer el tren, motivo de genuina preocupación por parte de la tripulación, el Jumbo inicia su segundo viraje antes de aterrizar. El repliegue de las ruedas y los sistemas de amortiguación habrían generado atascos en los mencionados mecanismos, potenciando los riesgos de provocar una tragedia, antes que evitarla.

      Volando otra vez sobre la bahía, la nave, rasante, realiza una segunda aproximación sobre la pista, que ahora tiene una alfombra de espuma antiincendios extendida en toda su longitud.

      El comandante anuncia que la torre pudo identificar que el tren de aterrizaje, en el sector izquierdo, no está completo y, además, que hay alguna avería en una de las compuertas.

      Señores pasajeros, comunicamos que procederemos a ascender a una altitud de seis mil pies para liberar combustible. Esta maniobra no es más que un protocolo de seguridad para que el avión aterrice con menos peso y minimizar posibles riesgos de incendio. Permanezcan sentados con los cinturones abrochados y atentos a las indicaciones de nuestra tripulación. Muchas gracias.

      –¿Perdimos una rueda? –le pregunto con mucha discreción a la auxiliar de a bordo que pasa por el pasillo.

      –Sí, señor, pero quédese tranquilo. El avión tiene otras quince, además de las dos delanteras –responde con irónico humor, la tripulante de cabina.

      –It is very likely that in the takeoff race at the Havana airport, and given the characteristics of the storm, there had been on the runway, some blunt object that blew up and detached a tire, and damaged the corresponding damping system. From there, the fearsome rumblings heard in the takeoff of Havana, and when we started the descent to Panama City. [Es muy probable que en la carrera de despegue en el aeropuerto de La Habana, y dadas las características del temporal, haya habido en la pista un objeto contundente que hizo estallar y desprender algún neumático, y dañado el correspondiente sistema de amortiguación. De allí, los temibles estruendos escuchados en el despegue de La Habana y cuando iniciamos el descenso hacia la ciudad de Panamá] –le explico a Daiana, mi compañera de asiento.

      Estoy obligado a hablar en inglés. Daiana es canadiense y apenas comprende el castellano. Sufrió un tipo de trauma psicológico que le impide hablar de manera normal. No es para menos; fue testigo de la espantosa muerte de su pareja y provocó, sin querer, la fractura de mi pierna en el viejo Chevrolet Impala. Deprimida, antes de volver a su país, decidió modificar su itinerario para acompañarme y ayudarme en todo lo que concierne a la evacuación. Así lo convinimos en el hospital, tras su visita, cuando recuperé el conocimiento.

      Identifico, con su ayuda, dónde están situadas las salidas de emergencia, tanto las que se encuentran a ambos lados de la aeronave, como las que están por delante y por detrás de nuestra ubicación. Debemos prever que, sin algún neumático, el avión podría desestabilizarse en la frenada, despistarse y propalarse un incendio del lado izquierdo, si alguna de las dos turbinas de ese costado toca el suelo.

      Siendo un vuelo nocturno, por normativa y para acostumbrar la visión a la oscuridad, las luces de cabina se apagan. Resulta evidente que para la low cost, en su política de disminuir gastos, la prevención es uno de los aspectos dejados de lado. Efectivamente, los segmentos fotoluminiscentes ubicados en el piso de los pasillos –que indican los caminos hacia las diferentes salidas de emergencia– están desgastados por el paso del tiempo, rotos y en algunos casos ni siquiera existen. Haciendo caso omiso a la conocida expresión, “brillaban por su ausencia”, las franjas existentes no brillan, y las que se encuentran ausentes, desde luego tampoco. De todos modos, aunque luzcan en todo su esplendor, estando tuerto, tampoco tengo la capacidad de apreciarlas en su magnitud.

      Tripulación, prepararse para el aterrizaje.

      La descarga del combustible en el aire concluye y, por tercera vez, el 747 enfila hacia la cabecera. El pasajero ya había sido instruido sobre cómo debería ser la postura de emergencia: con los pies apoyados en el piso, inclinando su cuerpo y presionando su cabeza hacia el asiento delantero o la mampara que tuviere frente a él.

      Uno de los miembros de la tripulación, de modo discreto, nos entrega a mi compañera de asiento, y ahora de viaje, y a mí, un extraño paquete con unos cuantos apoyacabezas descartables que el avión tiene disponible para reemplazar los faltantes. Están humedecidos. Es para protegernos del humo en la cabina. ¿Acaso saben que el avión se incendiará y que al ser los últimos en descender estos paños pueden por un lado protegernos pero también, por el otro, prolongar el pánico y la agonía?

      XII

      El conjunto de neumáticos, todavía suspendidos, recibió la caricia y la velocidad del aire. Era el último refresco antes de que el gigante los aplastara contra el pavimento y soportara estoicamente, por unos segundos, la fricción, el peso y la energía cinética del bólido que se acercaba a doscientos cincuenta kilómetros por hora.

      Este viejo pájaro extendió los flaps quizá por última vez. ¿Tendrá la posibilidad de ser velado como corresponde en el cementerio aeronáutico de Mojave? ¿O será cremado aquí, en Panamá, junto a sus ocupantes?

      El nitrógeno que mantenía la presión interna de los neumáticos anhelaba escaparse por las recauchutadas ruedas que comenzaron a rodar por la pista contaminada de asfalto, elevando su temperatura y provocando una humareda que terminó por desdibujar los pocos surcos que ya tenían.

      El violento impacto del tren de aterrizaje provocó la caída de centenares de máscaras de oxígeno y objetos situados en los portaequipajes, golpeando cuerpos y cabezas de algunos pasajeros. Una de las auxiliares de a bordo, que habitualmente se sientan apoyando su espalda contra las mamparas de las salidas de emergencia


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