Estatuas de sal. Margarita Hans Palmero
sombreados. Una vez que la pintura se seca, el color es vivo y potente porque tiene bases aceitosas.
Pero también tiene un posible inconveniente por así decirlo. Es decir, para poder trabajar con óleo, normalmente, y mi madre lo hacía, se maneja con esencia de trementina, o lo que de forma común se conoce como aguarrás. Esta sustancia es tóxica y sobre todo, tiene un fuerte olor. Vamos, que apesta. Por eso mi madre utilizaba para pintar esta gran habitación, con este cierre que le permite abrirse por completo al exterior, o incluso, a veces, trabajaba directamente en el jardín.
Pero… huele. Huele a reciente.
Recuerdo a mi madre aquí mismo, donde estoy yo ahora, justo aquí…
—Oh, mamá, ¡qué hermoso!
—¿Has visto Anabel? Algún día, tú y yo pintaremos juntas.
—¿De veras?
—¡Por supuesto!
—¿Y podré utilizar tus pinturas?
—Claro que sí. Puedes empezar ahora pintando tu propio cuadro. ¿Qué te gustaría plasmar?
—A ti. A ti y al jardín.
—Estaría bien. ¿A mí en el jardín? O por un lado me quieres pintar a mí y por otro quieres dibujar el jardín —me preguntó mi madre riendo.
—No sé… ¡Te pintaré a ti! ¡Pintaré el jardín! ¡Te pintaré a ti en el jardín! ¡Pintaré flores, y pintaré el cielo, y pintaré el sol y la luna, y…!
—Vale, vale, pequeña —me contestó ella con una gran sonrisa—. ¡Qué entusiasmo! Pero recuerda… tenemos que pintar un cuadro juntas. Será nuestro tesoro especial.
Y entonces tomo la tarjeta de nuevo en mis manos y le doy un nuevo significado.
“Un trocito de mí, para ti. Ha llegado la hora”.
Mamá
¿Es posible que quiera que yo termine de pintarlo? ¡Pero qué estoy pensando, por Dios! Ya presiento mi ingreso en la unidad psiquiátrica del Hospital Virgen Macarena.
Es definitivo. El cuadro ha de estar escondido, y yo necesito centrar mi mente. Y de paso, encontrar un buen escondite, uno bueno de verdad…
Ella y yo, solíamos esconder los regalos que le comprábamos a mi padre en una especie de fondo doble que tiene el ropero del dormitorio donde ellos dormían, vamos, mi actual dormitorio. Desconozco el motivo de que ese armario tenga un doble fondo, pero así es. Estoy empezando a pensar que esta casa tiene muchos secretos.
Igual toda mi ropa huele a pintura y trementina de aquí a nada. En principio, correré ese riesgo. Ya se me ocurrirá algo mejor.
El ruido del timbre en la puerta me asusta y casi dejo caer el lienzo al suelo. Con cuidado, lo cubro con el papel, dispuesta a esconderlo un poco más tarde.
—¿Anabel? ¿Puedo pasar?
—Claro tía —digo abrazándola al mismo tiempo que pienso que ha sido realmente inoportuna.
—Estás pálida, ¿te ocurre algo? Y ese pañuelo, ¿eso es sangre? ¿Te encuentras bien?
—Eh, sí, tía, sí. Estoy bien, un leve sangrado por la nariz sin importancia.
Mi tía toma asiento justo en el mismo lugar donde antes se sentó Pascual. La vida es un continuo devenir de sucesos. Unos van y otros vienen… ¿Pero en qué puñetas estoy divagando ahora? Estoy demasiado alterada para pensar con claridad. Espero que mi tía no lo note demasiado.
—Cariño, tengo que disculparme contigo. Quizás no hayas tenido la bienvenida que esperabas. Vivimos tan inmersos en nuestras propias historias que, bueno, fíjate como está todo. Este lugar quedó cerrado y, bueno, imagina tú el resto. Pediré a Lucía que venga a hacer una buena limpieza.
—No tía, muchas gracias, de veras. Quiero hacerlo yo misma. Me vendrá bien, ahora estoy de vacaciones y necesito distraerme un poco. Ya he comenzado, y es terapéutico, en serio.
Me mira un instante, como dudando, sin saber bien cómo continuar una conversación que se siente algo forzada… Y yo mientras la observo. Esas pequeñas arruguitas que se han ido formando en torno a sus ojos y en las comisuras de su boca. Pero está hermosa. Algo alicaída quizás. El brillo de sus ojos también ha cambiado, está en extremo delgada y la siento insegura.
—Anabel, no sé cómo decirte esto, pero quizás lo mejor es ser directa. Robert ha hablado conmigo y también Pascual. Están algo preocupados por ti.
—Es comprensible, ¿no crees? Pero… me conoces desde que nací. No estoy loca.
—Lo sé Anabel. Me preocupas. Sé que tal vez mi actitud no fuese la más acertada cuando se leyó el testamento de tu padre, pero tienes que entenderme, por favor, no me imagino viviendo en otro lugar que no sea este. Eso no quiere decir que no valore lo que estás haciendo por todos nosotros. Por tu familia. También sé que tienes mucho aprecio a Pascual, aunque a la vez estoy segura de que no sientes el mismo aprecio por Robert. Lógico. Lo has conocido después y lo has visto en muy contadas ocasiones. Entiendo que no es lo mismo. Pero aunque no lo creas, ambos se preocupan por ti, al igual que yo…
Me sonríe. Pero es una sonrisa… forzada. Está preocupada, hay algo más, estoy segura. Y voy a mentirle. Odio las mentiras, para mí son uno de los peores monstruos que existen, capaces de destrozar lo más bello y hacer sufrir al más inocente, pero no tengo otra opción hasta que yo misma sepa qué está pasando.
—Estaba tan cansada… me dormí un momento, y bueno, no sé qué me paso tía, solo puedo decirte que para mí había sido real, pero está claro que nada más lejos de la realidad que algo inexistente. Por cierto, Germán me habló de unos planos catastrales o algo así. No es que tenga dudas, es solo que me llamó la atención.
Ella sonríe, y de repente, se pone de pie, y saca del bolsillo de su sudadera un papel doblado.
—Aquí está. Lo pedí para el tema de la subvención de los naranjos. Bueno, fíjate, ¿ves? Esta es nuestra parcela… y estas las dos contiguas. La de la izquierda, vacía, la de la derecha, tiene este rectángulo que coincide con nuestros límites, y que puede ser una construcción. De todas formas, podemos averiguar quién es el propietario si quieres…
Observo las líneas trazadas en ese papel blanco y ausente, donde solo se ven trazos insustanciales y rectangulares donde en teoría, hay una edificación, que puede ser una vivienda o una caseta para perros, yo que sé. Pero no quiero mostrar más interés de la cuenta, o comprenderán que sigo pensando que ocurre algo extraño. Fingiré indiferencia, y pediré ayuda a Andrés. Él me ayudará a saber algo más sobre la parcela aledaña…
—¡No! No tía, de veras, no es necesario. Por favor, olvidemos este asunto, ¿sí?
Tengo los dedos cruzados en mi espalda, como cuando era niña, y me reñían en el colegio, o me tomaba, a escondidas de mi padre, doble ración de postre.
—De acuerdo, dejémoslo así entonces. Ven a cenar con nosotros Anabel. Sé que quieres empezar a llevar tu vida con cierta independencia, pero hoy es un día especial. Tenemos una pequeña cena de amigos. —En este momento, mi tía me sonríe por primera vez desde que llegué, de una forma sincera—. Y le he pedido a Alejandro que venga a cenar esta noche.
Me temo que estoy algo susceptible y no puedo evitar preguntar.
—¿Alejandro? Y dime tía, ¿lo has invitado como amigo?, o… ¡cómo médico!
Ahora se ha puesto colorada.
—Como amigo.
Me está mintiendo. Tiene sus manos sobre el regazo, y no ha cruzado los dedos, pero me evade la mirada y está empezando a ponerse nerviosa. Y hay algo más… lo presiento.
—Voy a hacer un trato contigo, tía. Las dos vamos a suponer, que en efecto, Alejandro viene como amigo, y no como