Comentario al texto hebreo del Antiguo Testamento- Daniel. Carl Friedrich Keil
sino también en un sentido más amplio: ellas querían mostrar a Israel que Yahvé, el Dios de sus padres, poseía el poder de superar todos los impedimentos que se pusieran en el camino del cumplimiento de sus promesas.
Con la caída del reino de Judá, la destrucción de Jerusalén y la quema del templo, con la expulsión de la casa real de David, el cese de los sacrificios levíticos, el exilio del rey, de los sacerdotes y del templo, el Reino de Dios fue destruido, y así quedó disuelta la relación de pacto de Israel con Dios, y el pueblo de Yahvé fue arrojado fuera de su tierra y esparcido entre los paganos. De esa manera, los israelitas cayeron en un tipo nuevo de esclavitud egipcia (cf. Dt 28, 68; Os 8, 13; 9, 3).
La situación en la que Israel cayó con el exilio de Babilonia fue tan opresora y llena de aflicciones, que los más fieles y piadosos estaban en riesgo de desesperación, dudando de la fidelidad de Dios al pacto. Las predicciones de los profetas anteriores, que anunciaban la liberación del exilio y el retorno de los israelitas a la tierra de sus padres, después de que pasara el período de castigo, servían para evitar que ellos cayeron en la desesperación, y que se convirtieron del todo al paganismo, entre los sufrimientos y opresiones a las que se hallaban expuestos.
Incluso las penalidades del profeta Ezequiel que estaba en medio de los cautivos, aunque su misma presencia era un signo y garantía de que el Señor no había arrojado plenamente a su pueblo de su presencia, no podían ofrecer una compensación plena a su pérdida de tierra y libertad, de manera que no eran suficientes para mantener en fidelidad al pueblo.
No bastan las promesas, es necesario que se añadan las acciones divinas, para asegurar el cumplimiento de esas promesas, unas obras maravillosas, que hiciera superar toda duda, mostrando que el Señor podía salvar a los verdaderos confesores de su nombre de manos de sus enemigos, e incluso de la misma muerte. A esas pruebas de la omnipotencia divina, para que ellas cumplieran su propósito, había que añadir nuevas expresiones y seguridades sobre el futuro, como hemos venido explicando, después que terminaran los setenta años de la cautividad de Babilonia, tal como habían sido profetizados por Jeremías.
Ciertamente, Babilonia debería caer, y así cayó y fue destruida, de manera que los judíos pusieran volver a su patria, pero la glorificación del reino de Dios por medio del Mesías, que se relacionaba con todas las promesas anteriores, y en especial con las de Ezequiel, no vino a seguir inmediatamente a la caída de Babilonia, ni se restauró la teocracia con toda su integridad anterior, sino que Israel tuvo que permanecer aún durante más tiempo bajo la dominación y opresión de los paganos.
El no cumplimiento de las esperanzas mesiánica, fundadas en la liberación del exilio de Babilonia al final de los setenta años, tuvo que quebrantar la confianza de los israelitas en la fidelidad de Dios y en el cumplimiento de sus promesas, a no ser que Dios hubiera desvelado ya desde antes su plan de salvación, y hubiera revelado de antemano el desarrollo progresivo y la continuación del poder mundial de los paganos, pero solo hasta su destrucción final a través de la instauración de su reino eterno.
La profecía se mantuvo siempre al lado de las acciones de Dios a lo largo de todo el curso de la historia del Antiguo Testamento, interpretando estas acciones al pueblo y dándole a conocer el consejo de Dios en la guía y el gobierno de sus asuntos. Tan pronto como Israel caía, y lo hacía a menudo, en conflicto con las naciones paganas, aparecían los profetas y proclamaban la voluntad de Dios, no solo en relación con el tiempo presente, sino haciendo conocer a los israelitas la victoria final de su reino sobre todos los reinos y poderes de la tierra. Estos anuncios proféticos iban tomando la forma correspondiente a las circunstancias de cada período histórico. De todas formas, todos esos anuncian aparecen y actúan de tal manera que abren siempre un horizonte que va más allá del tiempo presente.
De esa manera (dejando ahora a un lado las visiones de tiempos más antiguos) los profetas del período asirio predecían no solo la liberación de Judá y de Jerusalén de la poderosa invasión de los ejércitos asirios a las puertas de Jerusalén, sino también la cautividad de Judá en Babilonia y la liberación subsiguiente del exilio y la destrucción de todas las naciones paganas que habían luchado en contra del Señor y en contra de su pueblo.
En el tiempo del exilio, Jeremías y Ezequiel profetizaron con gran riqueza de detalles, y de la manera más precisa, la destrucción del reino de Judá y de Jerusalén, y la de su templo, por obra de Nabucodonosor, pero Jeremías profetizó también de un modo particular el retorno de Israel y de Judá del exilio, y la instauración de un nuevo pacto que duraría para siempre. Por su parte, en grandes visiones de tipo ideal, Ezequiel describe el restablecimiento del reino de Dios en una forma purificada y transfigurada.
Completando estas profecías, el Señor reveló a su pueblo por medio de Daniel la sucesión y duración de los reinos del mundo, y la relación de cada uno de ellos con el Reino de Dios y su preservación bajo todas las persecuciones del poder del mundo, así como su cumplimiento e instauración final a través del juicio que recaería sobre todos los reinos del mundo, hasta que llegara sobre ellos su destrucción final.
La nueva forma de revelación relacionada con el curso y meta del proceso que comenzaba con la formación de los reinos del mundo – un proceso por el cual el poder mundano será juzgado, el pueblo de Dios purificado, y realizado el plan de salvación para la liberación de toda la humanidad – corresponde a la nueva realidad de las cosas que se expresan bajo la sujeción del pueblo de Dios bajo la violencia de los poderes del mundo. El así llamado carácter apocalíptico de la profecía de Daniel, tanto por su forma como por su contenido, no es un tipo nuevo de profecía, sino una continuación de la misma profecía anterior. Según eso, lo que dice Auberlen (Der Proph. Dan. p. 79ss) sobre la distinción entre apocalíptica y profecía necesita ser muy precisado.
No podemos aceptar la afirmación según la cual, mientras los profetas colocan a la luz de la profecía solamente las condiciones actuales del pueblo de Dios, Daniel no tiene en cuenta aquellos destinatarios judíos especiales, sino que sus anuncios sirven a la Iglesia como luz profética para los 500 años entre el exilio y la venida de Cristo (con la destrucción de Jerusalén bajo los romanos), como si durante todo ese tiempo no se hubiera dado más revelación. En contra de eso, hay que decir que los otros profetas no se limitaban a hablar de las cosas del tiempo presente (para los judíos de entonces), sino que ellos, casi siempre, al mismo tiempo, dirigían su luz también hacia el futuro. Por otra parte, la profecía de Daniel se inicia también en el tiempo parte del tiempo presente de los judíos contemporáneos, y se extiende hasta más allá del tiempo de la destrucción de Jerusalén por los romanos.
Por otra parte, también la observación de que, en conformidad con su destino, la revelación apocalíptica debería dirigir su luz profética solo en relación con la llegada del Reino de Dios, para un tiempo en el que faltaba la luz de la revelación sobre los hechos inmediatos, siendo así más universal en su visión general y más precisa en la presentación de los detalles, resulta sin fundamento, cuando la estudiamos de un modo más preciso.
Así, por ejemplo, en su visión general, Isaías es no menos universal que Daniel, pues él arroja su luz no solo sobre el futuro total del pueblo y del reino de Dios, hasta la creación de los nuevos cielos y de la nueva tierra, sino también sobre el final de todas las naciones y reinos paganos; de esa forma, en sus visiones él ofrece una representación especial no solo sobre la destrucción del poder asirio, que el aquel tiempo oprimía al pueblo de Dios y quería destruir el reino de Dios, sino también sobre otros acontecimientos muy alejados en el futuro, tales como el hecho de que se llevaran a Babilonia los tesoros de la casa del rey, y también a los hijos del rey judío, que vivirían en el palacio del rey de Babilonia (Is 39, 6-7), y el hecho de la liberación de Judá de Babilonia, por menos del rey Ciro (Es 44, 28; 45, 1 etc.). Sobre esas visiones especiales sobre tiempos futuros, véase también la rica representación en detalles que ofrece Miq 4, 8−5, 3.
Ciertamente, los profetas de antes del exilio contemplaron el poder del mundo en su propio tiempo, desde la perspectiva de su despliegue final, de manera que, en muchos casos, ellos anunciaban el tiempo mesiánico como algo que estaba ya muy cerca; por el contrario, con Daniel, el único poder del mundo aparece sucesivamente presentado en cuatro monarquías mundiales. Pero esa diferencia no