Comentario al texto hebreo del Antiguo Testamento- Daniel. Carl Friedrich Keil

Comentario al texto hebreo del Antiguo Testamento- Daniel - Carl Friedrich Keil


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apócrifa, diciendo que la narración de los acontecimientos de la vida y visiones de Daniel no son más que un producto posterior, escrito en la línea del Deuteronomio o del Eclesiastés (Qohelet) por un judío macabeo con el fin de presentar de un modo general unas verdades que él había querido representar a sus contemporáneos, para que ellos las aceptaran.

      Con este fin, a través de las narraciones históricas, “aduciendo, por un lado, el ejemplo de Daniel y de sus contemporáneos y, por otro, el de Nabucodonosor y Baltasar, ese “macabeo” habría querido exhortar a su contemporáneos, para que imitaran la fidelidad rigurosa de los antiguos en su fe, en su confesión insuperable de la fe de sus padres, mostrándoles esta única verdad: El Dios todopoderoso conoce bien el tiempo en que humillará a aquellos que como Antíoco Epífanes se elevan en contra de él, con un orgullo presuntuoso, queriendo separar a su pueblo de su servicio santo; y conoce también, por otra parte, el tiempo y manera en que al fin hará que sus fieles adoradores queden victoriosos” (Bleek p. 601).

      Resulta clara en esa línea la tendencia de estos críticos, cuando dicen que “el autor de Dan 3, 6 tiene siempre ante sus ojos, en todo y en parte, las condiciones históricas de su tiempo (de la tierra de Judea), tal como existen bajo la opresión de Antíoco Epífanes, con las circunstancias políticas del entorno”. En esa línea, esos críticos afirman que este seudo-Daniel macabeo expone ante sus lectores esas circunstancias de un modo velado, aunque fácilmente cognoscible, identificando en el fondo a Antíoco Epífanes con Nabucodonosor (Bleek 602). Pero ¿en qué consiste esa semejanza “fácilmente reconocible” entre la conducta de Antíoco Epífanes la de Nabucodonosor? En nada, pues Antíoco es totalmente distinto de Nabucodonosor:

      −Nabucodonosor ordenó que se construyera una imagen colosal de treinta codos de altura y seis de altura y la mandó colocar en la llanura de Dura, siendo solemnemente consagrada como imagen nacional, de manera que el pueblo reunido delante de ella viniera a venerarla. Por el contrario,

      −Antioco Epífanes no mandó colocar una imagen idolátrica, como se ha supuesto interpretando mal el βδέλυγμα ερημώσεως (1 Mac 1:54), que debía colocarse sobre el altar de incienso (de las ofrendas quemadas), sino solo un pequeño altar idolátrico (βωμόν, 1 Mac 1,59), y no se hace ninguna mención de que ese altar tuviera que ser solemnemente consagrado.

      −Antíoco mandó a los judíos que ofrecieran sacrificios idolátricos cada mes sobre un altar idolátrico colocado en el templo de Jerusalén; y queriendo que en todo su reino todos formaran solo un pueblo, y que cada uno dejara sus leyes (1 Mac 1, 41), él quiso obligar a los judíos a abandonar la adoración de Dios, que ellos habían heredado de sus padres, para aceptar las formas de adoración pagana.

      −En contra de eso, Nabucodonosor no quiso mandar que las naciones sometidas a él abandonaran la adoración de sus dioses, y que así los judíos dejaran el culto de Yahvé, sino que, en contra de eso, tras la milagrosa liberación de los tres amigos de Daniel, él reconoció la omnipotencia del Dios supremo, y prohibió por edicto, bajo pena de muerte, que todos sus súbditos blasfemaran en contra de este Dios de Israel (Dan 3, 28-30).

      Pues bien, dando un paso más ¿en qué consiste la semejanza ente Antíoco Epífanes y Darío el Medo (Dan 6)? Ciertamente, bajo instigación de sus príncipes y sátrapas, Darío proclamó un edicto, diciendo que cualquiera que durante treinta día ofreciera una plegaria a algún dios que no fuera el mismo rey sería arrojado en el foso de los leones, Pero con eso (en contra de lo que hará Antíoco Epífanes) él no quiso obligar a los judíos ni a ningún otros de sus súbditos a apostatar de su religión ancestral porque, pasados los treinta días señalados, cada uno podría dirigir de nuevo su oración a su propio dios. Los promotores especiales de este edicto no quisieron poner al pueblo judío bajo ningún tipo de restricción religiosa, sino que querían solo oponerse a Daniel, al que Darío había elevado al rango de tercer gobernante del reino, y a quien pensaba poner sobre todo su reino.

      Por eso, cuando Daniel fue denunciado ante él por los autores de esa ley, Darío quedó muy impresionado, haciendo todo lo que estaba en su mano para impedir ese terrible castigo. Y cuando los sátrapas apelaron a la ley de los medos y persas, diciendo que ningún edicto real podía ser cambiado, el rey no tuvo más remedio que dejar que arrojaran a Daniel al foso de los leones, de manera que pasó toda la noche sin dormir y quedó muy contento cuando, viniendo a la fosa de los leones, muy temprano, a la mañana siguiente, vio que Daniel no había sido dañado.

      Entonces, él no solo mandó que los acusadores de Daniel fueran arrojados a la fosa de los leones, sino que ordenó que todos sus súbditos elevaran su homenaje al Dios vivo, que realizaba signos y maravillas en el cielo y en la tierra a quien Daniel y los judíos adoraban. Pue bien ¿puede encontrarse aquí alguna semejanza con la ira y oposición de Antíoco Epífanes contra los judíos y su adoración de Dios?

      Resulta pues inconcebible (en contra de lo que dice Bleek, pag. 604) que el autor de este libro “tenga sin duda a Antíoco Epífanes antes sus ojos” cuando habla de Nabucodonosor en Dan 4 o de Baltasar en Dan 5, o de Darío el medo. Es cierto que, según Dan 4 y Dan 5, Nabucodonosor y Baltasar pecan en contra del Dios todopoderoso de los cielos y la tierra, y son castigados por ello, y es cierto que también Antíoco Epífanes cae al fin bajo el juicio de Dios a causa de su maldad.

      Pero esta semejanza general (el hecho de que los gobernantes paganos, en su contacto con los judíos, han deshonrado al Dios todopoderoso, siendo humillados y castigados por ello) se repite siempre en el Antiguo Testamento, y no constituye ninguna característica especial del tiempo de Antíoco Epífanes. Pero la conducta de Antíoco Epífanes no se identifica en modo alguno con la de Nabucodonosor, Baltasar y Darío el Medo, sino que ofrece unos rasgos especiales, que nos permiten entenderla como tipo de la conducta final del Anticristo (en el final del cuarto poder del mundo). En esa línea, entre la conducta de Antíoco Epífanes y la de los reyes anteriores (del segundo o tercer poder de la historia) hay unas diferencias muy notables.

      Nabucodonosor recibió un gran shock, y apareció como una bestia, pero no a causa de que persiguiera a los judíos, sino porque en su orgullo él se divinizó a sí mismo, porque no había reconocido que el Altísimo era el que gobernaba sobre los reinos de los hombres (Dan 4, 14); y cuando se humilló a sí mismo ante el Altísimo él quedó liberado de su locura y quedó restaurado en su reino.

      Baltasar tampoco pecó por perseguir a los judíos, sino porque, en un banquete alborotado, con insolencia de borracho, hizo que se utilizaran los vasos sagrados del templo de Jerusalén, llevados a Babilonia, para que bebieran de ellos sus capitanes y sus mujeres, en medio de cantos de alabanza a sus dioses idolátricos. Así es como le representa Daniel, elevándose a sí mismo en contra del Dios del cielo, y no honrando al Dios en cuyas manos estaba su aliento y todos sus caminos, aunque él sabía que su padre Nabucodonosor había sido castigado por este Dios, por su altiva presunción (Dan 5, 20-23).

      Según eso, la relación no solo de Nabucodonosor y de Darío, sino también de Baltasar, con el Dios de los judíos y con su religión es totalmente diferente de la de Antíoco Epífanes, que quiso destruir el judaísmo y la adoración mosaica de Dios.

      Los reyes de Babilonia eran sin duda paganos, y, de acuerdo con las costumbres generales de todos los paganos, pensaban que sus dioses eran mayores y más poderosos que los dioses de las naciones sometidas a ellos, y entre esos dioses menores colocaban también al de Israel. Pero ellos habían oído las maravillas de su divina omnipotencia, y honraron al Dios de Israel como Dios del cielo y de la tierra, en parte a través de una expresa confesión de su divinidad, y en parte, al menos como hizo Baltasar, honrando a los verdaderos adoradores de este Dios. Por el contrario, Antíoco Epífanes persistió en su totalmente loca rabia en contra de la adoración de Dios, tala como era practicada por los judíos, hasta que él fue derribado por el juicio divino.

      Según eso, si el pretendido pseudo-Daniel hubiera tenido directamente en su mente a Antíoco Epífanes al desarrollar estas narraciones, podemos esperar que él hubiera intentado mostrar que este fiero enemigo de su pueblo hubiera reconocido y adorado al verdadero Dios. Pero esta suposición no solo va en contra del sentimiento de los judíos,


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