Comentario al texto hebreo del Antiguo Testamento- Daniel. Carl Friedrich Keil

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mejor que sus compatriotas del lejano oeste (en Palestina) el sentido de esa expedición, pues ella fue la que llevó a la catástrofe del exilio al conjunto de los israelitas. Para un judío que escribía sobre la expedición desde Babilonia, el comienzo fatal de la marcha del ejército caldeo tenía un significado más triste que el que podía tener para un escritor viviendo en Jerusalén.

      Kran ha justificado de esa manera, de un modo muy preciso, la traducción de אובּ (él marchó a Jerusalén) y también el sentido de la palabra, como refiriéndose a la puesta en marcha del ejército caldeo, cosa que Hitz., Hofm., Staeh., Zünd., y otros habían declarado que era opuesta al significado de la palabra e imposible. De esa manera él ha rechazado como carente de fundamento la observación posterior de Hitzig, que decía que la designación del tiempo se aplicaba también a rYcYe. Si בּוא ha de entenderse en referencia a una expedición desde su punto de partida, entonces la fijación de su tiempo no puede aplicarse también al tiempo de la llegada de la expedición, con el asedio que sigue.

      Aquí no se define el tiempo de la llegada de la expedición a Jerusalén, ni su comienzo, duración ni fin, sino solo su resultado que es la toma de Jerusalén, conforme al objetivo del autor, cosa que se anuncia brevemente. El tiempo de la toma de la ciudad solo puede determinarse por datos tomados de otras fuentes.

      De esa manera, por los pasajes de Jeremías a los que ya nos hemos referido, viene a deducirse que esa toma de la ciudad aconteció el año cuarto de Joaquim, después que Nabucodonosor venció al ejército de Necao, rey de Egipto, junto a Eufrates (Jer 46, 2), y tomó toda la tierra que el rey de Egipto había sometido, desde el río de Egipto hasta el Eufrates, de manera que el faraón Necao no salió ya más de su tierra (2 Rey 24, 7). Con esto concuerda Beroso en los fragmentos de la Historia caldea preservados por Josefo (Ant. x. 11. 1, y C. Ap. I. 19). Sus palabras, tal como se encuentran en último pasaje dicen así:

      Informado Nabopalasar su padre (de Nabucodonosor) que lo había traicionado el sátrapa puesto al frente de Egipto y de la Celesiria y Fenicia, no encontrándose en condiciones a causa de la edad para las incomodidades de la guerra, entregó a su hijo Nabucodonosor, que estaba en edad, parte del ejército y lo envió a la guerra. Nabucodonosor, en lucha con el sátrapa traidor, lo venció y de inmediato redujo la región.

      Por el mismo tiempo aconteció que su padre Nabopalasar, luego de caer enfermo, falleció, después de haber reinado durante veintinueve años. Nabucodonosor, informado poco después de la muerte de su padre, resolvió los asuntos en Egipto y las otras regiones, encargó a la fidelidad de algunos amigos los cautivos que hiciera en Judea, Fenicia, Siria y los pueblos de Egipto, con el ejército de armamento pesado y el bagaje, y él acompañado de unos pocos por el desierto se dirigió a toda prisa a Babilonia.

      Encontró el gobierno en manos de los caldeos, cuyos personajes principales le habían reservado el trono. Retomó, por lo tanto, todo el imperio del padre. Ordenó que se asignaran a los cautivos colonias en los lugares más oportunos y adecuados.

      Este fragmento ilustra de un modo excelente las afirmaciones que se hacen en la Biblia, en el caso de que uno esté dispuesto a valorar el relato de la revuelta del sátrapa colocado sobre Egipto y sobre los países del entorno de Celesiria y de Fenicia como expresión de la altanería del historiador babilonio, cuando pretende que todos los países de la tierra pertenecían por derecho al rey de Babilonia.

      Este fragmento muestra también que el Sátrapa al que se refiere no podía ser otro que el faraón Necao. En esa línea, Beroso confirma no solo el hecho declarado en 2 Rey 24, 7, de que el faraón Necao, en el último año de Nabopolasar, tras la batalla de Megiddo, había sometido Judá, Fenicia y Celesiria, es decir toda la tierra desde el río de Egipto hasta el río Eufrates, sino que él nos ofrece también el testimonio de que, después de haber vencido al faraón Necao junto al Eufrates en Carquemish (Jer 46, 2), Nabucodonosor hizo que Celesiria, Fenicia y Judá fueran tributarias del imperio Caldeo, de manera que él tomó Jerusalén no antes, sino después de la batalla de Carquemis, después de la victoria que él había obtenido sobre los egipcios.

      Ciertamente, se debe confesar que esto no prueba que Jerusalén cayera ya en el año cuarto de Joaquim en manos del dominio de Nabucodonosor. Por tanto, Hitz y otros concluyen a partir de Jer 36, 9 que el asalto de Nabucodonosor contra Jerusalén aconteció en el mes noveno del año quinto de Joaquim, como algo que estaba ya preparado, porque en aquel mes profetizó Jeremías la invasión de los caldeos, pero que el ayuno extraordinario que se proclamó entonces tuvo como efecto el arrepentimiento del pueblo, de manera que la ira de Dios pudo ser evitada.

      Esto es lo que Kran. intenta probar a partir de 2 Rey (cf. Jer 52, 31). Pero en el mes noveno del quinto año de Joaquim, Jeremías hizo que se recordaran ante el pueblo reunido en el patio del templo sus profecías anteriores, que Baruc había escrito en un libro, según el mandamiento del Señor, y pronunció su amenaza contra Joaquim, a causa de que él había cortado en pieza su libro y lo había arrojado al fuego (Jer 36, 29).

      Esta amenaza que Dios haría recaer sobre la descendencia y sobre los siervos de Joaquim, y sobre los habitantes de Jerusalén, todo el mal que él había pronunciado sobre ellos (Jer 36, 31) no excluye el hecho de que Nabucodonosor hubiera tomado ante Jerusalén, sino que anuncia solo el cumplimiento del juicio amenazador con la destrucción de Jerusalén y del reino de Judá, como algo inminente.

      De un modo consecuente, el ayuno extraordinario del pueblo, que había sido proclamado para el mes noveno, no fue ordenado con el fin de impedir la destrucción de Judá y de Jerusalén bajo Nabucodonosor, que se esperaría entonces, tras la batalla de Carquemish. Ciertamente, a veces, se proclamaban o se cumplían ayunos con el propósito de evitar que se cumpliera la amenaza de juicios o castigos (cf. 2 Sa 12,15.; 1 Rey 21, 27; Est 4,1; cf. Est 3,1-16); sin embargo, en general, con más frecuencia los ayunos se proclamaban para conservar la memoria penitencial de condenas y castigos que habían sido ya sufridos (cf. Zac 7, 5; Esd 10, 6; Neh 1,4; 1 Sa 31,13; 2 Sa 1,12, etc.

      Según eso, a fin de determinar el motivo de este ayuno que había sido proclamado, debemos tener en cuenta el carácter de Joaquim y su relación con el ayuno. El impío Joaquim, tal como aparece representado en 2 Rey 23, 37; 2 Cron 36, 5 y Jer 22, 13, no era un hombre propenso a ordenar un ayuno (o a permitirlo en cada de que los quisieran los sacerdotes), para humillarse a sí mismo y al pueblo ante Dios, y para evitar así, por el arrepentimiento y la oración, la amenaza del juicio.

      Antes de ordenar un juicio de ese tipo, Joaquim debería oír y cumplir la palabra del profeta, y en ese caso él no se habría enfurecido tanto al escuchar la lectura de las profecías de Jeremías, cortando en piezas el rollo y echándolo al fuego. Si el ayuno tuvo lugar ante de la llegada de los caldeos a Jerusalén, entonces no se puede entender ni la intención del rey, ni su conducta en todo esto.

      Por otra parte, tal como han mostrado Zünd, p. 21, Klief, p. 57, tanto el mandato de un ayuno general como la ira del rey ante la lectura de las profecías de Jeremías en presencia del pueblo en el atrio del templo se explican mejor en el caso de que el ayuno se vincule a la memoria del día de la toma de Jerusalén (un año después).

      Cuando Joaquim rompió con dificultad el yugo de la opresión caldea, y empezó a planear desde el principio en una rebelión, que realizó de hecho tres años después, él instituyó el ayuno, “para encender los sentimientos del pueblo en contra del estado de vasallaje, al que habían sido sometidos” (Zündel). Pues bien, en contra de ese deseo, esta oposición solo pudo llevar a la destrucción del pueblo y del Reino.

      Según eso, Jeremías hizo que sus profecías se leyeran al pueblo en el templo aquel día, por medio de Baruc, a fin de “contrabalancear el deseo del rey”, anunciando que Nabucodonosor volvería de nuevo para someter la tierra y destruir en ella de raíz a todo hombre y bestia. “Por eso, el rey se llenó de ira, y destruyó el libro, porque no podía soportar que el profeta fuera en contra de la excitación del pueblo, de manera que también los príncipes se airaron (Jer 36, 16), cuando oyeron que el libro de estas profecías se leyó públicamente” (Klief.).

      Las palabras de 2 Rey 25, 27 (cf. Jer 52, 31) no van en contra de esta conclusión de Jer 36, 9, incluso si se acepta la visión de Kran. (pag.


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