Los mosaicos ocultos. Rafael Trujillo Navas
Cemal en apoyo de Emilio.
Cemal buscó los cuadros de jornadas, maquinarias y costes finales de las operaciones de excavación gruesa y se los mostró al catedrático, quien tenía la boquilla de la cachimba entre los dientes manchados y se frotaba la cara como si se estuviese aplicándose una loción de afeitar. Los miró durante unos minutos.
—Como mucho —su mano alabeó en el aire un instante— vamos a exhumar una más de las muchas villas patricias desperdigadas por los territorios del Imperio; olvidémonos de hallar una segunda villa da Casale o una segunda Zeugma. El mosaico promete, Emilio, y no descarto que algunos más estén ahora esperándonos bajo tierra. Pero debemos ser objetivos, hasta ahora solo contamos con un trozo de mosaico e ignoramos el deterioro de la parte que falta —manifestó Nazim con voz prudente.
Ambos acataron la llamada a la franqueza del catedrático, porque sabían por experiencia que casi siempre las expectativas en Arqueología quedaban muy por debajo a los logros prácticos, la mayoría de las veces a unas huellas raquíticas de ciudades evaporadas en la nada, de muros, de huesos rotos… una miseria de lo fantaseado antes de hundir la pala en la tierra.
Nazim los estudió tras los cristales chispeantes de reflejos, luego entresacó de la cartera de piel un plano, lo desplegó con manos inhábiles y se los mostró como si les enseñase un cartel.
—Este es el terreno autorizado para la excavación —la cabeza de Nazim quedaba oculta tras el mapa—. La única novedad que hemos acordado, es que la superficie quede dividida a efectos de la excavación en dos zonas, la Zona A, que es donde se encuentra la exhumación parcial del mosaico y de la cual Emilio será el único director de excavación, y, la Zona B, prácticamente casi toda la superficie restante, de la cual la dirección técnica será compartida entre vosotros dos. Cemal, tú eres profesor de la universidad; tienes clases, doctorados, publicaciones, congresos…, por eso tu dedicación al yacimiento no puede ser a tiempo completo.
Los futuros directores se avinieron a la distribución de responsabilidades propuestas por Nazim.
—¿Y los técnicos de GIPH, entre ellos la ingeniera geóloga, dónde estarán asignados? —preguntó Emilio.
—Ella estará a cargo de la entibación de zanjas, cargas admisibles en la cima del talud, análisis de suelo, y, por lo que Uclés y tú nos habéis dicho, del soporte informático —enumeró Nazim.
Deniz mandó a una sirvienta al estudio por si les apetecía té o más café a los reunidos. Nazim negó con el dedo y los demás con un gesto. La mujer encendió la lámpara de pie e hizo una reverencia apenas perceptible antes de retirarse. Tras la luz de las bombillas, en la desvaída penumbra, dos atletas de sonrisa forzada a cincel, de ojos abiertos (copias romanas de dos kuros griegos), celaban a un lado y otro del anaquel las joyas bibliográficas. Emilio, durante su anterior estancia en el palacete, ya había tocado, olido y abierto aquellos manuscritos ilustrados. De buena gana se ausentaría de la reunión para repasar aquellos libros irresistibles.
Nazim puso un pellizco de tabaco en la cazoleta y se tomó un tiempo en prenderla a su gusto. Cuando la vaharada de humo se disgregó y volvieron a verse las caras, los atravesó a ambos con una mirada borrosa.
—Como sabéis nadie debe dar un solo dato sobre el yacimiento, nadie —relegó con desprecio la pipa al cenicero—. Sigilo total al respecto.
—Nazim, va a ser muy complicado mantener a Fadilah al margen —dijo Cemal renegando con su cabeza de macrocéfalo.
—Fa-di-lah, Fa-di-lah —tarareó Nazim tamborileando con los dedos en el brazo del sillón—. Seguramente será catedrática en poco tiempo. Aprecio la carrera científica de esta mujer más que nadie en Europa, aún así no debe husmear en el yacimiento, ni acercarse a la Zona A. Es problemática, demasiado estricta. Mentidle si fuese necesario, ¿está claro?
El semblante de Nazim se concretaba tras un vaho con aroma a higos. Emilio recordó con la rapidez de un escalofrío la advertencia de Cemal sobre las peculiaridad del catedrático en la ejecución de proyectos.
—Emilio, cuando te acogimos en la Universidad de Ankara mantuviste relación con tus compatriotas, aquel equipo de arqueólogos y arqueólogas alicantinos y con los del Instituto Alemán de Arqueología radicados entonces en Göbekli Tepe, ¿no es así Cemal? —le preguntó sin apartar la línea de sus ojos de Emilio —. Aquellos contactos tuyos fueron buenos, un científico está obligado a dialogar con otros científicos. La ciencia tiene mucho de acuerdo comunitario y la verdad y la mentira también, estas se han construido a conveniencia de cada época de la Historia —teorizó Nazim en espera de una respuesta de Emilio.
—En realidad tuve un par de encuentros con los de la Universidad de Alicante, por aprender algo más sobre la cultura de el Obéid, como me aconsejó Cemal por cierto; no creo yo que aquello… —Emilio se sintió espiado.
El catedrático se tiró de las perneras de los pantalones grises hasta descubrir sus calcetines burdeos y se aproximó a Emilio.
—Aquello no repercute en nada si te comprometes a dejar en suspenso un posible reencuentro con ellos, al menos mientras dure nuestra tarea. No deseo la intromisión de curiosos.
Nazim observó a un Emilio cambiante, serio en principio, inseguro después, meditabundo más tarde y decidido al fin.
—Exageras, Nazim; pero si te quedas más tranquilo me comprometo a mantenerme tan mudo como esas estatuas de piedra —ladeó la cabeza hacia los dos kuros— que vigilan tus manuscritos.
—Verás, Emilio —Cemal le habló con un tono de total confianza. Puso la mano sobre la rodilla de este—; yo creo que él te dice eso por extremar la precaución, por mantenernos lejos de los cleptómanos de hallazgos, hipótesis, incluso de ideas sueltas que pululan en nuestro ámbito, gente que te sacaría los ojos por hacerse con datos para sus publicaciones y engrosar sus currículums.
Nazim asintió eclipsando los rostros del profesor y del arqueólogo tras una densa bocanada de humo.
Cemal miró con sus ojos saltones al catedrático antes de pasar al siguiente punto.
—En cuanto a los equipos de trabajo: en la primera fase, estarán los becarios y becarias cuyos datos se han enviado mediante fax a Álvaro Uclés. A estos equipos hay que añadir algún personal de oficios de la universidad y puede que voluntarios. Adnan, nuestro Adnan, coordinará, de acuerdo en todo contigo y conmigo —miró con sesgo autoritario a Emilio— la actividad material de la excavación y el manejo de la maquinaria pesada —añadió.
Nazim se incorporó y echó a andar pesadamente por el estudio ajustándose la faja tras la camisa. Murmuró. Corrió los visillos y volvió hacia Emilio y Cemal. Apoyó sus manos sebosas sobre el respaldo de la butaca y se quedó mirando la alfombra.
—Por el momento, la Zona A queda vedada para todos excepto para vosotros, la técnica de GIPH, Adnan y el personal de oficios que este seleccione, dos o tres personas a lo sumo. Por cierto, no quiero ver en esa zona al tierno amigo de Adnan.
—Podemos acotar la zona en un recinto especial, si quieres —propuso Emilio.
—Tendríamos en ese caso un recinto pequeño dentro del perímetro autorizado —describió Cemal ni a favor ni en contra.
—La propuesta de Emilio es interesante. Cemal, hablamos de asegurar lo más valioso de la villa, la Pars Dominica —las últimas palabras las pronunció Nazim con una tonalidad grandilocuente.
La reunión se prolongaba. Cenaron los tres solos en uno de los comedores de la primera planta, y sin solución de continuidad se vieron de nuevo en el estudio.
—Repasa estos papelotes. —Nazim sopesó durante un minuto la carpeta con el escudo de la universidad y la dejó caer a plomo sobre el escritorio.
Nazim y Cemal hablaban en turco mientras Emilio leía las condiciones. Miriam habría detectado de un vistazo cualquier inconsistencia en las condiciones estipuladas entre GIPH y la Universidad de Ankara; sin embargo, la sola idea de pedirle a ella ese favor enervaba a