La cúspide del aire. Sergio Milán-Jerez

La cúspide del aire - Sergio Milán-Jerez


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niñato.

      Xavi logró ponerse de pie. Antoine Belmont comenzó a maldecir en su idioma materno, y después los fulminó con la mirada.

      ―Largaos de aquí, fils de chiennes. Si volvéis a venir por aquí, no seremos tan hospitalarios. Sors d’ici!

      Xavi y Ánder Bas salieron corriendo de la casa y se metieron en el Opel Vectra. Los dos estaban atemorizados. Ánder Bas encendió el motor, dio marcha atrás, puso primera y pisó a fondo el acelerador.

      Mientras se alejaban a toda prisa, Xavi se tocó con sumo cuidado el costado. Le dolía mucho.

      ―¡Puta mierda! Creo que me ha roto una costilla ―dijo con preocupación.

      Ánder Bas lo miró de reojo y soltó un bufido de disgusto.

      ―Xavi García ―dijo el sargento Ruiz―. Ésa es la conexión. Sabíamos que se había reunido con Óliver Segarra, y no teníamos ni idea de por qué. Ahora empiezo a verlo todo más claro. Él fue el responsable de contactar con Barack Alabi para que consiguiera un sitio seguro en el que esconder a John Everton.

      ―La mensajería debe de ser una tapadera ―dijo Irene Morales―. Aunque nunca le han pillado por traficar.

      ―Hasta hace dos años ―empezó a decir el agente Cristian Cardona―, tenía alquilado un local en un barrio de L’Hospitalet. Parece que la cosa mejoró bastante. Cambió su piso de cincuenta metros cuadrados por un dúplex en el Eixample valorado en casi seiscientos mil euros.

      ―Eso es mucho dinero ―dijo Joan Sabater―. Parece que le está saliendo muy rentable vender hachís.

      Sonó el móvil del sargento. Éste miró la pantalla y lo cogió con la mano.

      ―Chicos, tengo que contestar ―dijo con la cara un poco desencajada―. Vuelvo enseguida. ―Se levantó y salió de la sala.

      Hubo un momento de desconcierto. Después, Lluís Alberti preguntó:

      ―¿Y qué sabemos de su amigo? Va con él a todas partes. ¿Cómo se llama?

      ―Artur Capdevila ―aclaró Eudald Gutiérrez.

      ―Un tipo listo ―dijo Cristian Cardona―. Licenciado en Administración y Dirección de Empresas en la Universidad de Barcelona, trabajó durante tres años como gerente de ventas en una multinacional del transporte. Luego dejó la empresa y ya no volvió a trabajar. Al menos, no hay constancia de que lo haya hecho en ningún otro trabajo legal.

      ―¿Y dónde vive? ―preguntó Aina Fernández.

      ―Precisamente tiene un piso en el distrito de Les Corts ―respondió el agente Cardona―, pero sigue llevando el mismo coche de siempre. Por lo que se ve, no es tan ostentoso como su amigo, que se compró un todoterreno de lujo en cuanto tuvo ocasión.

      ―Bueno, para mí no hay ninguna diferencia entre ellos ―repuso Aina―. Si se dedica a vender esa mierda…

      Los dos se miraron el uno al otro. Cristian notó la tensión en sus palabras, y se quedó callado.

      ―No me digas que nunca te has fumado un porro ―dijo Eudald Gutiérrez.

      ―No me ha hecho falta ―contestó ella.

      ―Tampoco te pierdes mucho por no haberlo hecho ―comentó Irene Morales, después de estar callada durante unos minutos―. Sea como sea, Artur Capdevila está al frente del negocio junto a Xavi García. Es obvio que conoce el funcionamiento de todas las operaciones que se están llevando a cabo.

      ―¿Crees que su amigo le habrá contado que participó en un secuestro? ―le preguntó Lluís Alberti.

      ―Imagino que lo sabrá ―respondió―. Dudo que lo haya mantenido al margen.

      Se hizo un silencio en la sala de reuniones.

      ―Aun en el hipotético caso de que lo supiera , creo que no lo diría ―dijo Cristian Cardona―. Jamás traicionaría a su amigo.

      En ese momento, el sargento Ruiz volvió a la sala.

      ―¿Habláis de Artur Capdevila? ―preguntó.

      Ellos asintieron al unísono.

      Él tomó asiento en su silla.

      ―Por suerte, no necesitamos llamarlo para declarar ―dijo―. Hay demasiados interrogantes en toda esta historia y Xavi García tendrá que ser muy convincente cuando le tomemos declaración.

      ―¿Y el tema del hachís? ―preguntó la cabo Morales―. Deberíamos de informar.

      ―Ya lo sé. Pero no queremos pillarlo por traficar. Ése no es nuestro trabajo. Me quedé con las ganas de hablar con Jósef Sokolof, y no quiero que eso vuelva a pasar.

      Ella asintió con la cabeza.

      ―¿Qué quieres hacer?

      ―No estaría de más tenerlo localizado.

      Xavi García abrió lentamente los ojos, como si llevara varias horas durmiendo. Estaba tumbado boca arriba en una camilla, con el torso desnudo y un vendaje que le cubría la zona dolorida del costado. Intentó reincorporarse, pero la cabeza le daba vueltas.

      Pasados unos segundos, movió la cabeza hacia un lado y vio la figura de dos hombres que estaban de espaldas. Se esmeró por entender qué demonios estaban diciendo, aunque le resultó una tarea irrealizable.

      Uno de ellos se dio media vuelta y vio a Ánder Bas, que lo observaba.

      ―¿Qué me ha pasado? ―preguntó Xavi con un susurro.

      ―Te desmayaste en el coche.

      El otro hombre también se dio la vuelta.

      ―Bienvenue ―dijo con una leve sonrisa. Tenía bigote y llevaba una bata blanca.

      Xavi lo miró en silencio, y luego miró a Ánder Bas.

      ―¿Quién es?

      ―Es un amigo.

      ―¿Es doctor o algo por el estilo?

      Él sonrió.

      ―Algo por el estilo.

      ―¿Y qué me ha hecho?

      ―Tienes dos costillas rotas que te estaban impidiendo respirar con normalidad. Te ha puesto un calmante para controlar el dolor. Pero me ha dicho que tendrías que ir al hospital cuanto antes.

      Xavi cerró los ojos y los volvió a abrir.

      “¡Puto animal!”, pensó.

      ―De buena nos hemos librado ―comentó Ánder Bas.

      No le faltaba razón.

      ―¿Qué hora es? ―preguntó Xavi.

      ―Las seis de la tarde.

      Xavi tenía cara de preocupación.

      ―¡Joder! Raquel se va a enfadar. Le prometí que volvería temprano.

      ―Pues será mejor que la llames. Por lo pronto, no llegaremos a Barcelona hasta las nueve de la noche.

      Xavi García maldijo para sí. Después les pidió ayuda para poder reincorporarse. Mientras sufría lo indecible para ponerse de pie, le vino a la mente Marek Sokolof. El tipo estaba acostumbrado a dar las órdenes desde el sofá de su casa, y siempre estaba exigiendo. “Pues esta vez no, Marek ―pensó―. ¡El dinero te lo puedes meter por donde te quepa!

      Mar García aprovechó su día de fiesta y se fue con su amiga Rebeca de paseo por las calles de Barcelona: Rambla de Cataluña, Avenida del Portal del Ángel, Paseo de Gracia… También pasaron por delante de La Catedral de Barcelona y se entretuvieron en las paradas que había allí instaladas. Luego, entraron en un establecimiento de comida rápida y compraron


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