El Alcázar de San Jorge. Pablo R. Fernández Giudici

El Alcázar de San Jorge - Pablo R. Fernández Giudici


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hace que trabajáis en esto?

      –Siete meses –contestó Fernando, mientras yo raspaba la tierra sin ninguna clase de apuro.

      –Siete meses… –repitió un par de veces, como si haciéndolo pudiese ganar tiempo mientras hacía secretos cálculos mentales– Pues déjeme decirle, hermano, que siete meses es un tiempo considerable para hacer un corredor bajo tierra. Porque, con sinceridad, de momento es lo que veo, un corredor. Desconozco si el prior tiene idea…

      –El prior está bien aconsejado, hermano Lorenzo –interrumpió el hermano Rodrigo, que pronto se unió al grupo, al parecer apurando el paso para seguir de cerca la curiosidad del recién llegado. Su tono era de una tensa amabilidad.

      Rodrigo, tal como le había adelantado el prior, era el responsable de los túneles. Las obras que se llevaban a cabo tenían su dirección y controlaba personal y minuciosamente todos los detalles. Pese al aspecto rústico, algo tosco quizás, de las galerías, no se trataba sólo de cavar y retirar tierra. Era evidente que había allí algo de planificación a conciencia. El prior confiaba en él, pues era un individuo que se daba maña en todo lo relacionado con los cálculos y las construcciones. Pero, por desgracia, pese a ser Rodrigo un hombre de vastas virtudes, era tal vez la vanidad su más profundo defecto y no tardó en considerar los túneles como su obra, al punto de referirse a ellos como propios, algo que el prior corregía incansable y vanamente.

      –No os preocupéis –redobló la apuesta frente al forastero– que pese a que sólo es una bóveda de tierra para vos, la planificación de los túneles es escrupulosa y está consensuada con la congregación. Yo mismo me encargo de que mis esquemas, revisados hasta cincuenta veces, se cumplan en cada palmo de excavación.

      –Os agradezco la información, hermano Rodrigo. Espero no importunarlos con mi visita.

      –No veo por qué habríais de importunarme –devolvió gentil aunque falso, exhibiendo una agria sonrisa– siempre son bienvenidos los amigos del prior en esta comunidad. Aún en aquellos asuntos que se suponían secretos.

      Alonso no tuvo entonces ninguna duda de que habían comenzado con el pie izquierdo. Pero como era un hombre cuyo ánimo no mermaba frente a la adversidad y, con perdón de mi altanería, mucho menos ante un simple monje con ínfulas, respondió divertido ante el exceso de defensa del poco modesto constructor.

      –Podéis contar con mi discreción. He trabajado en algún que otro túnel en otra época de mi vida y puedo decir con certeza que se trata de una obra magnífica. Sin duda el prior le ha confiado a alguien de talento su secreto mejor guardado.

      –Os agradezco las lisonjas, pero mientras cambiamos insensateces, estos dos no hacen más que mirarnos sin siquiera dar una palada.

      –Desde luego, desde luego –consintió Alonso, haciendo un esfuerzo por no contestarle a aquel petulante lo que se merecía– dejadme admirar vuestra técnica en silencio y en poco tiempo más los dejaré en total concentración para que podáis avanzar a vuestro ritmo, que lo estás haciendo maravillosamente.

      Rodrigo decidió pasar por alto la ironía y se marchó con una mueca que no dejaba ni un ápice de duda acerca de las molestias que causaba un extraño en aquel sitio. Alonso, más divertido que molesto, respondió a la mueca con una graciosa reverencia y, con Rodrigo ya de espaldas, nos dedicó una graciosa monería para burlarse del altanero.

      –Por las barbas de San Benito. Siete meses para hacer treinta brazas de galería y encima hay que soportarle esos aires –rezongó al fin, aliviado por la ausencia de Rodrigo.

      –No os fiéis de todo lo que veis –replicó Fernando.

      De pronto, interrumpí mi trabajo y posé mis ojos nerviosos sobre Fernando. Es evidente que entonces algún gesto de reprobación salió de mí porque, ante un incómodo silencio, Alonso preguntó qué era lo que estaba sucediendo.

      –Fernando, debemos seguir trabajando –le supliqué en un intento de disipar el desastre. Pero ya era demasiado tarde.

      A Fernando le fascinaba trabajar en el túnel y he llegado a pensar que, aún en su inocencia, sentía mucho más orgullo que Rodrigo por la obra de la que era parte activa. Supongo que por mi carácter esquivo y mi reticencia a establecer vínculos con los otros, el prior me asignó a las galerías. O, mejor dicho, me asignó a Fernando como compañero. Las muchas horas de compañía, lo entendí con el correr de los años, tenían como propósito que al fin me abriera y viera en él alguien en quien podía confiar. Fernando no tenía problemas para hablar, al extremo que a veces lo hacía por ambos. Yo, aunque más parco y retraído, no tenía problemas con el trabajo físico, siempre y cuando no me molestaran. Con el tiempo, logramos un acuerdo tácito en el que él llenaba el silencio con las palabras en nombre de los dos y yo me limitaba a devolverle alguna opinión sencilla, mientras la emprendíamos contra la pared de tierra. Supongo que un poco por eso y otro poco porque el túnel avanzaba en forma sostenida, es que el prior se mostraba satisfecho con aquella sociedad.

      Pero si el hablar bastante era un pequeño defecto de Fernando, el hablar demás era definitivamente su peor pecado. Y así como pude comprobar luego en otras oportunidades, la ligereza de palabras de Fernando y la curiosidad de Alonso eran una pésima combinación. De modo que allí estábamos los dos, frente al extraño que con un gesto enérgico de divertido fastidio nos invitaba a explicar las insinuaciones.

      –Usted cree que el túnel va lento, pero no es lo que parece.

      –Explícate mejor.

      –Fernando, no –lo amonesté, sólo para ganarme una furiosa mirada de Alonso.

      –Tranquilo, el prior dijo que podía saber. Venga, sígame, le mostraré.

      –¡Fernando! Nos meterás en problemas.

      –¡Muchacho! –me interrumpió Alonso con enojo mientras me apuntaba con su índice– ¡Ya basta! Aparta y deja que me muestre lo que me iba a mostrar.

      Consciente de que cualquier intento era en vano, moví medio cuerpo con desgano para dejarle pasar y acceder de ese modo al entusiasmo revelador de Fernando. Me sentía sumamente frustrado, pues no deseaba problemas con el prior, pero mucho menos con Rodrigo a quien en verdad temía.

      –Sígame hermano Lorenzo. Es por aquí –indicó Fernando mientras lo hacía desandar un trayecto de túnel– Pensará que somos un poco lentos, pero le aseguro que no es así. ¿Notó algo extraño luego de haber ingresado al túnel?

      Alonso dudó por algunos instantes. Pero no había razón para contestar lo contrario.

      –No. Nada excepto un túnel.

      –Bien –dijo Fernando complacido mientras exhibía una amplia sonrisa– pues déjeme decirle que debería estar más atento. Aquí es.

      Ambos hombres detuvieron su paso lento camino al ingreso del túnel y a no mucha distancia donde la galería llegaba a su fin, Fernando puso a prueba al extranjero. No había mucho espacio para ambos, de modo que Alonso se adelantó y comenzó a observar con detenimiento aquel tramo del túnel. La luz no abundaba, pues se trataba de un trecho dónde las tenues luces estaban distantes. Algo perplejo, comenzó a recorrer los ásperos muros con sus manos en busca de algún indicio. No había casi nada fuera de lo normal excepto unas hendiduras en la pared. Fernando, tras haber generado el suficiente suspenso, le puso una mano sobre el hombro y le dijo –Observe.

      Se agachó y comenzó a tantear la parte baja de la pared, en busca de algo que Alonso desconocía. Estuvo algunos segundos leyendo con sus dedos las rugosidades del muro terroso, hasta que al fin se detuvo, y tras hacerlo, un sonido seco y potente retumbó con timidez en la galería oscura. Aún en cuclillas, Fernando alzó la cabeza y buscando casi a tientas la mirada de Alonso, sonrió. Luego de hacer eso, empujó con suavidad uno de los muros y descubrió una entrada secreta a un pequeño recinto escondido del túnel principal.

      –Válgame… –sólo eso llegó a decir Alonso antes de que el resto de la frase se perdiera en un murmullo. Fernando no cabía en sí del orgullo de aquella obra. Pronto me llamó


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