Juan Bautista de La Salle. Bernard Hours

Juan Bautista de La Salle - Bernard Hours


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de 1662. Siendo externo, no experimenta la vida comunitaria y organizada de los internos y residentes; pero, por lo demás, la disciplina es igual. En verano la clase comienza a las 7:00 a. m. y dura hasta las 10:00 a. m., luego recomienza a las 2:30 p. m. y va hasta las 5:30 p. m.; en invierno es de 1:30 p. m. a 4:30 p. m.; durante la Cuaresma y los días de ayuno la clase de la mañana va desde las 8:30 a. m. hasta las 11:00 a. m. Sobre las seis horas de estudio cotidianas en clase, una se consagra a la explicación de las reglas y los preceptos, y las otras cinco al comentario, a la interpretación y a la imitación. Además, entre las 9:00 a. m. y las 10:00 a. m., y luego entre las 5:00 p. m. y las 6:00 p. m., los estudiantes escriben en verso o en prosa, o practican el debate. Cada curso comienza con un llamado; los ausentes sin excusa legítima son castigados. Los sábados por la tarde los estudiantes recitan los principales capítulos de la Doctrina cristiana. Todas las clases, en todos los niveles, tienen ejercicios privados y públicos de debate oratorio. El régimen parece ser más exigente para los residentes que para los externos: cada sábado los primeros, después del desayuno y de las gracias, entregan sus composiciones al director o al profesor de la semana, bajo pena de castigo si no presentan al menos tres temas latinos o griegos.

      Los estudiantes asisten a una misa cotidiana. Entran a la clase delante de los maestros, a quienes deben saludar, contra los cuales nunca deben murmurar, a quienes no deben hablar sino con deferencia, sin amenaza ni insolencia. Ellos nunca salen de la clase sin permiso o antes de la señal de salida. Deben guardar siempre modestia, simplicidad y moderación, ser amigables y ayudarse mutuamente; evitar cualquier obscenidad, palabras vulgares o injuria, golpes o burlas, so pena de castigo, e incluso evitar todo barbarismo o solecismo en sus conversaciones, siempre en latín. Un explorador señala, incluidos los momentos de descanso, todas las faltas contra la obligación de hablar en latín entre los estudiantes para informar del asunto cada sábado al director o al profesor de la semana.

      En una sociedad donde el vestido indica el estatus y la honorabilidad —y en nuestra época, en la cual resurge con regularidad el debate sobre la oportunidad de restablecer el uniforme en la escuela— no carece de interés detenerse un instante en el vestido de Juan Bautista y de sus camaradas. Externo, pero tonsurado en 1662 y canónigo a partir de 1666, parece que Juan Bautista lleva el largo hábito eclesiástico desde el comienzo de su escolaridad, lo que lo sitúa en una posición intermedia y en una cierta ambigüedad con relación a los otros estudiantes. En efecto, los que llevan el hábito largo pertenecen a dos categorías: los internos becados, que tienen también el cinturón y el gorro redondo, y los estudiantes del pequeño seminario fundado por el cardenal de Lorena, cuyo edificio es contiguo al colegio. Los externos llevan un hábito civil, como lo habría hecho Juan Bautista si no hubiera sido tonsurado. Su vestido no lo aísla, pero él prueba desde su primera adolescencia que ya no pertenece al mismo estado de la mayoría de sus compañeros.

      El programa de estudio se somete a la hegemonía aplastante del latín y de las humanidades. Los principiantes aprenden las Reglas de la gramática, explican las Fábulas de Terencio, las Cartas de Cicerón, o aun algunas Bucólicas de Virgilio. Luego Juan Bautista se confronta con Salustio, con los Comentarios sobre la guerra de las Galias de César, con Sobre los deberes de Cicerón o con los más fáciles de sus Discursos, con Virgilio y Ovidio, repitiendo las reglas de la gramática latina y griega. Más tarde, en segundo, y después en retórica, estudió otros discursos de Cicerón, las Tusculanas, sus obras filosóficas y oratorias, los Tópicos de Quintiliano y a los poetas, Virgilio y Horacio, claro está, pero también a Propercio, Persio, Juvenal y Plauto. Evidentemente, la literatura griega no se olvida: Homero, Hesíodo (Los trabajos y los días), Teócrito (Las pastorales), algunos diálogos de Platón, algunos discursos de Demóstenes y de Isócrates, las Odas de Píndaro u otras obras, según la discreción del director y de los profesores.

      El curso de Filosofía dura dos años. Juan Bautista lo sigue desde octubre de 1667 hasta julio de 1669. El profesor es Andrés Cloquet, bachiller en Teología, recién promovido a esta función. Durante el primer año él enseña la lógica, al comienzo de la mañana, y en la tarde la Moral de Aristóteles. El segundo año se dedica, por una parte, a la Física de Aristóteles, en la mañana, de 7:00 a. m. a 9:00 a. m., seguida del curso de Matemática (álgebra, geometría, cosmografía, música), por otra parte, a la Metafísica. Mientras tanto, el 17 de marzo de 1668 Juan Bautista recibe las órdenes menores.

      Exceptuando ese marco general, al cual se somete como los otros, se sabe que Juan Bautista participa en la tragedia-ballet ofrecida con ocasión de la distribución anual de los premios para la Quasimodo de 1663. En el Martirio de san Timoteo, él juega el papel de Panfilio. Este último es un cristiano que, bajo la regla de Marco Aurelio, se levanta contra el gobernador Lampado, quien condena a Timoteo a la prisión y a la muerte por sus predicaciones públicas. Panfilio y sus amigos no logran liberar a Timoteo, pero el cielo los ayuda: el mismo día de la ejecución muere el gobernador, abatido por el fuego celestial.

      Juan Bautista no figura entre los laureados del premio de instrucción religiosa de 1665, pero es difícil concluir cualquier cosa, dado que las fuentes están incompletas. En su tercer año de clase lo coronan con una distinción de arte oratoria, es decir, de declamación latina, y con un segundo premio de traducción (Poutet, 1992, p. 18). Sus primos Antonio Lespagnol y Juan Bautista Cocquebert, en cuarto año, ganan cada uno una recompensa en doctrina cristiana; otro primo, Juan Bautista Lespagnol, gana dos distinciones en doctrina cristiana y en oratoria (Poutet, 1970, t. I, p. 146, n.º 64, p. 147). Y. Poutet demuestra de manera definitiva el error cometido por Lucard en su biografía de 1874, retomado luego por otros autores, en particular por Guibert, sobre una pieza de versos latinos que Juan Bautista habría leído con ocasión de la entrega de los premios en 1666: el Periódico de Coquault evoca la ceremonia, pero no ofrece ningún nombre y la lista de laureados desapareció probablemente mucho antes de 1874; si Lucard la consultó, él no hace ninguna alusión a ella, lo que sorprende de su parte. Es aún menos creíble afirmar que en esta ocasión el canciller Dozet, seducido por los talentos de su sobrino, le anula su canonjía. Esta hipótesis puede sugerir solo la proximidad relativa de las dos fechas (Poutet, 1970, t. I, p. 158, n.º 43).

      En cada uno de los dos años de Filosofía, los estudiantes deben preparar la sustentación de la tesis, llamada sabatina el primer año. El 8 de julio de 1669 Juan Bautista, después de obtener su certificado de escolaridad, jura sermón en latín, y de rodillas, entre las manos del rector de la universidad, Henri Esnard, recibe las cartas testimoniales que lo autorizan a presentarse ante el jurado. Estas cartas lo sitúan bajo la «autoridad, defensa, guardia y protección» del rector y de la universidad. Le quedan por pasar dos pruebas de tres horas, de las cuales le informan entonces las fechas y la composición del jurado. El 10 de julio recibe el título de maestro en Artes, con la mención summa cum laude. En seguida se inscribe en la Facultad de Teología.

      El 1.º de octubre de 1669, con su Maestría en Artes en el bolsillo, él comienza los cursos de Teología en Reims. Se ha podido preguntar por qué no escogió desde este momento partir para París, dado que lo hará el año siguiente. Poutet emitió la hipótesis según la cual la inscripción de Juan Bautista en Reims constituía una garantía de la benevolencia demostrada por el tribunal con respecto a la universidad en el momento en que el conflicto oponía, por un lado, al canciller nombrado por el arzobispo y, por el otro, al cuerpo de profesores: a los ojos de los profesores, ese canciller, simple bachiller, no podía presidir los «jurados» entregando diplomas superiores al suyo (Poutet, 1970, t. I, pp. 228-229). El conflicto en sí no tenía casi nada que ver con el joven estudiante; pero él debió oír hablar a su padre, quien ocupaba una sede en el tribunal y había rechazado a los demandantes. Además, el conflicto conoció varios giros hasta el mes de diciembre de 1670, en


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