Los chicos perdidos. Raquel Mocholi Roca

Los chicos perdidos - Raquel Mocholi Roca


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cómo estás tan seguro de que no era una mutante? ¿Acaso has visto hombres lobos corrientes y molientes? —preguntó Hans poniéndose gallito.

      —¡No, pero he visto suficientes películas como para saberlo! —me excusé—. Además, es una tontería lo que estás diciendo. Por si no os habéis fijado, tenemos amigas que son chicas. Tres, en concreto.

      —No es lo mismo —me contradijo rápidamente Hans—. Elena es mi hermana, Alessa está colada por Stefano y Kat... bueno, es Kat.

      —¿Qué...? —prosiguió Stefano.

      —Bene, Elena y Alessa puede que no sean opciones, pero no entiendo qué de malo le ves a Kat.

      —¿Que qué de malo le veo? Que está más interesada por las motos que por los chicos, por ejemplo. Ni siquiera le van las chicas como a Elena. Yo creo que lo único que le remueve algo por dentro son los trastos con ruedas.

      —¿Alessa está...? —Stefano seguía atascado.

      —De todas formas, no tiene sentido —continué yo—. Con ellas te comportas como eres de verdad, pero delante de otras chicas eres un completo idiota. Ya te he visto varias veces. Pareces bobo —le espeté, molesto. El asunto me tocaba un tanto las narices y tampoco me preocupaba por disimularlo.

      —Me comporto como me da la gana —farfulló Hans—. Además, yo no quiero más amigas. Quiero una novia.

      —La mejor novia es una buena amiga. Lo decía mi madre. No hace falta ser un genio para poder ver eso. —Me crucé de brazos y torcí los morros.

      —Cre-creo que Enzo tiene razón. Me sentiría mucho más seguro si mi novia fuera mi amiga y no... una chica que acabo de conocer —intervino Stefano, tras conseguir salir por fin de su bucle.

      —Me da igual lo que digáis —contestó Hans, casi tan molesto como yo—. Quiero tener al menos una oportunidad con estas chicas, ¿vale? Dejad de quejaros y ayudadme. Tomadlo como si fuera vuestro regalo por mi cumpleaños.

      Terco como él solo, Hans no cambiaría de opinión. El chico iba a tener que darse muchos porrazos en la vida para entender de verdad cómo funcionan ciertas cosas. Al fin y al cabo, solo éramos unos críos y Hans tenía el padre que tenía. No era inesperado que estuviera más interesado en perder pronto su virginidad que en cualquier otra cosa.

      Suspiré dándome por vencido.

      —Está bien. Pero ni se te ocurra rechazar mi regalo. Ya lo he robado y no pienso devolverlo.

      ***

      Todo pasó más rápido de lo que me esperaba y en un abrir y cerrar de ojos Hans estaba charlando con una de las chicas, Stefano con otra y yo con la tercera. Ni siquiera recuerdo cuál era su nombre. Su excusa para haberme elegido a mí era que le había parecido mono.

      Mono.

      Intenté sacarle conversación. De verdad. Pero ella parecía más interesada en que le dijera cuánto le brillaba el pelo o que aquella noche pensaría en ella desde mi destartalada cama del orfanato.

      Sin duda, no era la clase de cosas que a mí me interesaban.

      Eché un vistazo a mis camaradas para ver qué tal les iba. Hans ya había conseguido su objetivo para entonces y había juntado labios con la chica que había cortejado. Stefano, por el contrario, se encontraba entre la espada y la pared. Pude ver su frente llena de sudor y sus vanos esfuerzos por sacarle una conversación productiva a la chica. ¿Habéis visto alguna vez a un niño intentando ligar con literatura clásica? Habría sido divertido de no ser porque noté que lo estaba pasando mal. Yo tampoco me divertía demasiado, así que decidí que era hora de que Stefano y yo nos marcháramos.

      Me di la vuelta para excusarme con la chica, pero no pude terminar la frase. Sin previo aviso, se acercó a mí y me dio un beso.

      Atónito, no sabía cómo reaccionar. Dejé que me diera un segundo y tercer beso. Y cuando vi que ella parecía tan atónita como yo de que me hubiera quedado así de petrificado, aproveché su pausa para ponerme de pie.

      —Bueno, un placer —dije, tropezándome torpemente con el banco en el que había estado sentado hacía apenas unos segundos.

      —¡Espera...! —intentó detenerme la chica, pero yo no la dejé continuar.

      Caminé con rapidez hasta Stefano, agarrándole del uniforme y tirando de él para sacarle de su situación. Arrastrando detrás de mí a mi amigo, alcé la voz para despedirme de Hans diciéndole que ya nos veríamos mañana.

      No me miró.

      Me molestó que me ignorase.

      El enfado me duró varios días, pero aun así le di a Hans mi regalo por su cumpleaños. Era una gorra de color rojo oscuro. Sabía que no le gustaba el aspecto que se le quedaba cuando su padre le obligaba a cortarse el pelo como una bola de billar, por lo que me pareció una buena idea. Y lo cierto es que Hans le dio muy buen uso, incluso cuando tenía los mechones largos.

      ***

      La adolescencia me sentó bien. Fui de los afortunados que no sufrió demasiado acné y empecé a darme cuenta de que debía fijar un objetivo en mi vida. No uno cualquiera, ya que no era un muchacho cualquiera, desde luego. Había visto cosas que escapaban a la concepción de cualquier humano de a pie. Por no hablar de aquellas sombras que iban siempre detrás de mí. Estaba claro que no podía simplemente acabar mis estudios, ir a la universidad y formar una familia feliz. Desde el primer momento supe que esa no era vida para mí.

      Empecé aprendiendo la importancia que tenían los idiomas. Durante mis años de estudiante aprendí el suficiente inglés para moverme por el mundo, acompañado de algo de alemán, español y portugués. En general, trataba de aprender todo lo que pudiera. Y no sería una tontería admitir que se me daba muy bien. Entendí que lo mío no era la mecánica, la literatura o memorizar conceptos. Lo mío era hacerme entender con mi habla y hacerme escuchar con mi guitarra.

      También encontré el gusto por algo más: actuar. En el grupo de teatro del orfanato descubrí otra de mis facetas. Por fin podía darle uso a mi talento innato para imitar acentos y para hacer el payaso sin importar lo que dijera la gente. Pero en este caso, solía recibir bastantes buenas críticas, risas y aplausos. Eso me permitió aprender muchas cosas: no solo me ponía en la piel de personas con vivencias y problemas distintos a los míos, sino que además conseguí aprender las maravillas de las que es capaz un buen maquillaje. En el lapso de apenas un par de años me convertí en el genio del disfraz y la interpretación que soy ahora.

      Pero no tuve completamente claro mi futuro hasta que tuvimos cierta conversación en el garaje de Kat, cuando ya habíamos pasado los dieciséis años.

      —Cuando crezca —empezó Alessa— me convertiré en una abogada de éxito. Llevaré los casos más complicados y conseguiré justicia para los inocentes. —Todos pudimos ver un brillo de ambición en sus ojos—. Mis padres estarán orgullosos de mí.

      —Pues yo cuando crezca seré millonario —continuó por su parte Hans—. Todavía no sé cómo lo voy a hacer, pero ya lo veréis.

      —Yo no lo tengo claro —intervino Kat. Por aquella época su dominio del italiano había progresado bastante—. Pero será algo relacionado con todo esto que veis aquí. —Señaló el garaje con un suave zarandeo de mano.

      —Mis cuadros serán famosos —dijo Elena—. Se venderán carísimos y estarán en las mejores galerías del mundo. ¡Hasta en el Louvre!

      —A mí me gustaría licenciarme en literatura o en filología —murmuró Stefano, como si temiera que se escuchara su voz—. Y quizá algún día publique un libro. No sé... —Se encogió de hombros, enrojecido e inseguro.

      —¿Pues sabéis qué es lo que voy a hacer yo? —añadí, colocándome de pie—. Nada de trabajos aburridos: voy a irme a ver mundo. El día que menos os lo esperéis, haré mi mochila y me marcharé a explorar más allá de estas nuestras tierras.


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