El don de la diosa. Arantxa Comes

El don de la diosa - Arantxa Comes


Скачать книгу
una hogaza —coge una pieza de pan. O sea, yo— intentase liderar una marea de sopa. Imposible. Incompatible. Se ahoga… Se ahogará. —Y tira el pedazo de pan a un cuenco enorme de sopa que, con el impacto, salpica todo a su alrededor.

      —¿Me estás amenazando?

      Me levanto, tirando la silla con mi brusco movimiento. Inconscientemente, llevo una mano a la empuñadura de Sustituta. Sin embargo, antes de que pueda hacer otro movimiento, Ézer me detiene poniendo una mano sobre la mía. Y su contacto es como despertar de una pesadilla. Lo miro, inquieta. Tengo la respiración alterada y noto el sudor frío recorriéndome la espalda. Mi hermano no afloja el agarre y, poco a poco, voy desasiendo los dedos hasta dejar caer el brazo a un lado de mi cuerpo. Oigo la risa de satisfacción de Almog al otro lado de la mesa y a Roll rechistándole para que no empeore más la situación.

      Ézer regresa a su silla, pero yo no me siento. Espero a que todos me miren y la sala acoge un silencio molesto. Respiro hondo. Alzo la mirada y digo:

      —¿Dónde está Korshid? —La kalente del sector justicia.

      —Está investigando el caso de tu atacante, Kira —informa Haneul.

      —Bien, pues mientras no estemos todos, doy por concluida esta reunión.

      —Pero…

      —Es suficiente. No pretendo que nos enfrentemos, pero si Almog no es capaz de controlarse, huyo de esta emboscada en forma de desayuno. —La draiz tuerce el gesto.

      —Kira… —comienza mi padre.

      —Me voy —anuncio, interrumpiéndolo.

      —¿Que te vas? ¿A dónde? —pregunta Eka, indignada.

      —Por si no lo recordáis, hoy hay un Intercambio. Y, si no me marcho ahora, esta reunión, que ha sido una completa pérdida de tiempo, podría desencadenar una guerra que hemos mantenido muy fría durante años.

      Cojo la fuente de panes ante la confusa mirada de todos.

      —Van a sobrar, así que voy a repartirlos por Núcleo.

      —Los nuclenses no pasan hambre. No hay necesidad —apunta Roll.

      Gracias al sistema de trueque en la ciudad, el índice de pobreza es muy bajo. Todos reciben bienes de primera necesidad por su trabajo, sin embargo, incluso así se establecen pequeñas jerarquías sociales que generan distintos tipos de riqueza.

      —Siempre hay necesidad —le contesto—. Por cierto, a la próxima cocinemos un buen plato de sopa con una hogaza de pan ahogándose en medio. Lo disfrutaremos entre todos.

      Y, con esta frase, doy media vuelta y me encamino hacia la puerta principal de la sala de reuniones. Capto cómo Ézer me persigue y cómo mi padre me llama cada vez más furioso. Mi decisión va a desencadenar una riña en la que Zigon no me va a dar la razón. Nunca lo hace cuando pierdo los papeles. Yo intento anteponerme a su rechazo y falta de comprensión, pero lo entiendo. Al fin y al cabo, él es un draiz y yo una humana, y si en su interior al final impera la sangre de su pueblo, yo no soy quién para forzarlo a cambiar de parecer. No después de habernos salvado a Ézer y a mí del abandono de nuestra familia biológica.

      La sangre siempre por delante.

      —Kira.

      Ézer me saca de mis pensamientos. Le lanzo una mirada de preocupación y trata de componer una sonrisa que acaba en un gesto torcido. Levanto una mano, indicándole que no hable. Ahora necesito estar en silencio, aunque junto a él. Su presencia me relaja, me ayuda a reflexionar mejor.

      Llegamos a la planta baja del enorme edificio de piedra gruesa en el que vivimos y una estampida de niños, cinco draizs y un humano, a punto están de chocar contra nosotros. Al reparar en mí, primero se asustan, pero cuando les sonrío, responden con una carcajada sonora que tranquiliza la marea de enfado que, hasta hace unos instantes, ha dominado todo mi carácter.

      —¿Habéis desayunado? —pregunto.

      —No, danían. Nuestra malí —«educadora »— quiere esperar a que la vieja Doda abra su puesto de pastelitos —responde el niño draiz más mayor, haciendo zumbar sus pequeñas alas, emocionado.

      —Mientras, ¿queréis abrir el apetito? —Muevo el recipiente lleno de panes frente a sus enormes e infantiles ojos.

      —¡Sí, danían! —exclaman mientras algunos olisquean el delicioso aroma que desprenden las piezas horneadas.

      —Pues tomad.

      Le tiendo la fuente al más mayor y reemprendo la marcha al tiempo que escucho con satisfacción los vítores de los pequeños. Cruzo el portal principal del Liman, nuestra casa, y entonces, una mujer humana se acerca a mí con una sonrisa complaciente y la mano sobre el vientre. Ézer y yo contestamos.

      —Muchas gracias, Kira. —No recuerdo su nombre, pero sé que se trata de la malí—. Los niños se van a poner las botas hoy.

      —No hay ningún problema. Para eso estamos. —Sonrío, avanzando.

      —Kira…

      Me giro hacia la mujer. Me sostiene la mirada unos segundos, y luego mueve la mano en el aire, acallando el resto. No insisto, me despido con una nueva sonrisa y continúo. No me pasa desapercibida su duda. Algo está cambiando en Núcleo. Algo está cambiando en la ciudad vecina, en Mudna. Puedo notarlo en el ambiente, en el comportamiento de los ciudadanos, en sus palabras. Y no me agrada nada.

      Observo durante unos segundos más la fachada pálida y rugosa del edificio en el que anoche consiguió entrar un mercenario draiziano. En él vivimos mi familia, los kalentes y algunos aprendices de los distintos sectores. Liman, cerrando el tono en la segunda vocal, significa «fortaleza» en draiziano. El idioma de esta especie es muchísimo más rico que el de la humana. Las palabras adquieren un significado distinto según la entonación, y el uso del pasado, presente y futuro es bastante complejo. La forma de expresión draiziana es tan enrevesada como lo es la vida misma. Late a cada letra, como si los sonidos, el movimiento de los labios y todo la maquinaría necesaria para poder conformar una palabra fuese un organismo vivo y separado del propio individuo. Además, el acento draiziano es mucho más suave que el del eraino.

      Desde que tengo conocimiento, los draizs han usado el Liman —«fortaleza, cobijo, cielo, infinito…» hasta donde sé de esta única palabra en sus procesos de expresión— como hogar de los danían y otros cargos importantes. Para lo colaborativa y justa que es la sociedad draiziana, siempre me ha extrañado que los danían y kalentes gocen de una posición un poco más privilegiada que el resto. No estoy de acuerdo con este sistema, por lo que llevo varios años ideando junto a Ézer un proyecto para convertir el Liman en un edificio completamente público al servicio de los nuclenses.

      De momento, ya he conseguido que las dependencias privadas se trasladen al tercer y cuarto piso, y que la planta baja, el primer y segundo piso se destinen a la sala de reuniones, una biblioteca, una zona de juegos, una guardería, tres talleres, dos salas de curación y varias salas de estudio y práctica destinadas a los aprendices de los distintos sectores.

      Al final, el Liman se erigirá como una fortaleza para todos.

      Cruzamos dos calles, evitando que nos atropellen los caballos u otros animales de carga. Nos estamos acercando al mercadillo y el bullicio de la mañana se está empezando a notar. Muchos se detienen a darme las gracias, otros me lanzan miradas desconfiadas. Sé que no paso muy desapercibida por culpa de mi oscuro y espeso cabello, y el parche que siempre me cubre el ojo derecho. Soy Kira, la danían de Núcleo, y este cargo, otorgado hace cinco años ya, es una imposición de la que no puedo desprenderme.

      De pronto, percibo el susurro de una amenaza. Aparto a Ézer con un empujón y consigo que esquivemos la trayectoria de un puñal que casi se clava en el cuello de mi hermano, pero que termina incrustado en uno de los largos troncos que alzan un tenderete de abalorios. Por supuesto, el objetivo real era yo. Observo el arma y luego a mi alrededor. Cerca de un puesto de especias, un draiz con la cara cubierta, pero con los guantes del sector de los artesanos, tiembla al


Скачать книгу