Las clientelas del general Wilches. Nectalí Ariza
Las dos situaciones resultan extremas y excepcionales, con pocas probabilidades de que ocurriesen. Realmente hubo 36 representantes, una cantidad mesurada, cercana a la media de una rotación total, 54, más aún si se considera la tendencia reeleccionista en las cámaras de cualquier organismo representativo. Quizá lo excepcional esté en los vínculos existentes entre ellos. Con respecto a la rotación, debe observarse que de los 36 representantes, solo 6 asistieron a una o dos legislaturas, tales fueron los casos de Gabriel Silva, Eladio Mantilla, Guillermo León, Antonio Suárez, Antonio Clavijo y Fausto Reyes.
Es claro que los cupos en la diputación fueron controlados por la familia Wilches y su parentela: de los 36 representantes, 12 eran parte de la familia de Wilches (P), 7 más sus socios de negocios (N), otros actuaron como subalternos (S) de sus gobiernos. De quienes aparecen como militares (M) destaca Aníbal Carvajal, un hombre incondicional a Wilches y que lo acompañó desde la primera hasta la última de las guerras en la que se vio involucrado, la de 1885; en este último año Carvajal era general del ejército del Estado. Los restantes diputados, que lo eran por García Rovira, fueron sus copartidarios (C) y aliados del clan, al menos durante la mayor parte del periodo federal. Este bloque de representación provincial y familiar no permaneció unido, pues la red se rompió en 1880, y algunos antiguos aliados −familiares o no− se enfrentaron con las armas al general Wilches.
Entre los diputados, y en la familia de Wilches, una decena ostentó rangos militares (M); hubo cuatro generales, varios tenientes-coroneles y capitanes. Grados de los que debe recordarse el contexto, pues en su mayor parte no formaban filas de ejército alguno. Entre los señalados, los únicos que mantuvieron una experiencia militar sostenida en el tiempo fueron Aníbal Carvajal, Fortunato Bernal y el mismo Wilches; este último estuvo tres años bajo órdenes del general Santos Gutiérrez y tres más en la jefatura de la Guardia Nacional. Fue en los primeros años de guerra cuando a Wilches le atribuyeron hazañas y le otorgaron laureles que lo catapultaron políticamente, además de crearle una imagen mítica entre la gente del común y entre sus clientelas.
También debe decirse que los arriba señalados como militares (M) obtuvieron grados y mantuvieron cierta permanencia como tales, pues la mayoría de los actores políticos de la época se vieron involucrados en las guerras civiles de diferentes maneras. Entre los oriundos de la provincia que ostentaron galones, Carvajal hizo lo más parecido a una carrera en la vida militar: estuvo en la milicia del Estado desde los años sesenta, y se mantuvo en la fuerza permanente de Santander hasta los ochenta. De Domnino Castro y su carrera militar poco se sabe. Desde que aparece en escena después de 1860, ya se lo calificaba como general, pero en la guerra de 1876, cuando se integró a la fuerza del Estado, figuraba como teniente-coronel; seguramente le otorgaron graduación por su participación en la guerra de 1859-1862. Al parecer tenía formación en leyes, pues fue el encargado de redactar el código de policía y el código militar del Estado en 1864. Además, sus pares en el gobierno lo trataban siempre de “doctor”, como se acostumbraba —y se acostumbra hoy en Colombia— llamar a los abogados.
La presencia en la diputación del Estado no fue lo único destacado en los Wilches. El oficio de la política puso a disposición de la familia un abanico de cargos. Hombres como Ramón, Andrés, Solón, Milciades, Horacio, Domnino, Fortunato y demás allegados fueron recaudadores de rentas, notarios, fiscales, jueces, alcaldes, jefes departamentales, congresistas y comandantes militares76. Ellos eran el Estado en todas sus facetas, y en La Concepción los Wilches resultaban ser una familia “soberana”. Llama la atención que el aparato de gobierno del Estado tenía su soporte en el discurso de la democracia, de la república, de la modernidad y del progreso; pues la legitimidad buscada estaba en la representación electoral, y el tiempo en el que vivieron los Wilches estaba signado por el pensamiento liberal y los paradigmas de la revoluciones norteamericana y francesa.
Sin lugar a dudas, otras familias hubiesen deseado ocupar tales espacios. ¿Por qué los Wilches, y no otros, retuvieron la mayor cuota de poder? Varias circunstancias se sumaron para ello; además de la ya señalada tradición de participación política, quizás incidió el que fuesen familias numerosas, pues, junto a los Calderón y a los matrimonios de unos y otros, alcanzaban un número significativo. Respecto a la notabilidad de los Wilches Calderón, esta derivaba en parte de la participación en las guerras de Independencia y en las posteriores. Quizá también tenga que ver con el hecho de que el orden político de la primera parte del siglo requirió expertos en leyes, pues la república se erigió sobre un profuso constitucionalismo; era el tiempo de los abogados. Los hacendados y las familias ricas en general se apresuraron a enviar a sus hijos a estudiar derecho a Bogotá. Andrés y su hijo Solón pueden contarse entre tales.
La guerra entre 1859 y 1862 fue otro factor que ubicó en el eje del poder a las familias que lideraban los Wilches, por dos circunstancias: la primera, casual, obedeció a la ubicación geográfica de la Provincia de García Rovira, colindante con Boyacá, un territorio que sirvió como corredor de acceso para las fuerzas del gobierno conservador de Mariano Ospina, y donde se libraron las batallas decisivas para mantener el control de Santander durante los dos primeros años del conflicto. No resulta gratuito que en ese conflicto el general Mosquera hubiese delegado al coronel Santos Gutiérrez a esa región, con el objetivo de detener el avance de las fuerzas del Gobierno central. Santos era boyacense y tenía vínculos y aspiraciones políticas en ese Estado. La segunda circunstancia fue el éxito militar de los rovirenses en la guerra “fundacional” del Estado, sumado a la puesta en escena de un vástago de la familia que alcanzó pronto el anhelado rango de general. Todo ello los potenció para acaparar el poder político.
La actuación militar como palanca política fue más evidente en la guerra de 1876, pues Wilches participó como general y jefe del ejército del Estado; además lideraba la facción independiente del liberalismo, con clientelas que sobrepasaban su provincia y el Estado. Así mismo, sus parientes estaban en posiciones claves de la administración, mientras que en 1859 todos ocupaban posiciones secundarias.
La familia en la logia Estrella del Saravita
Entre las diversas formas de sociabilidad política que surgieron y florecieron en la Colombia decimonónica, una de las más persistentes fue la masonería. Desde 1809, cuando se fundó en Cartagena la primera logia, Las Tres Virtudes Teologales77, se extendieron por otras ciudades de la Costa Atlántica y del resto del país. En las logias, como es conocido, fue tradicional que se agruparan las élites liberales de las localidades y de regiones enteras. A estas también se afiliaban comerciantes, militares, funcionarios y librepensadores, unos y otros animados por establecer vínculos sociales, influidos por las corrientes de la Ilustración y el liberalismo en boga. En Santander, en el tiempo aquí abordado, existieron las logias Estrella del Saravita, en la ciudad del Socorro, y Bella Esperanza, en la ciudad de San José de Cúcuta. La primera de estas fue la más conocida porque agrupó a los hombres del poder político en la etapa federal, entre ellos, a los de García Rovira.
La política y los negocios quizá sumaron para que los hombres de las élites sociales se animasen a conocer “los misterios masónicos”, aunque, también pudo incidir la tradición esotérica y el misticismo del escocismo dominante en la masonería de entonces. De hecho, las logias colombianas tuvieron sus máximas autoridades en dos supremos consejos, uno de los cuales sesionaba en Bogotá y el otro en Cartagena78. En la masonería colombiana, siguiendo la tradición europea, hubo, y hay hoy en día, diversas tendencias místicas: caballeros rosacruces, espiritistas, cabalistas, etc.79. Poco se sabe de este asunto en la etapa en que los Wilches asistían a la logia Estrella del Saravita pues los archivos desaparecieron. Este aspecto de las logias ha sido poco investigado en la historiografía colombiana; se trata de tendencias opuestas, pero en convivencia masónica con las tendencias racionalistas más inclinadas a la política, que igualmente resultan de origen europeo. También es conocido que espiritistas, protestantes y masones, entre otros, compartieron ideales liberales, como la libertad de pensamiento, de credo, etc., pues la iglesia condenó cualquier idea y grupo social que se alejase del dogma católico.
La presencia de la masonería en el Socorro no dependía tan solo de que se fundasen logias, pues en Santander, como en el resto del país, había masones desde mucho antes, entre ellos inmigrantes que apelaban a los lazos fraternales para establecerse en las