Las clientelas del general Wilches. Nectalí Ariza
propio, quizá por lo mismo fueron invitados a ingresar. Igual sucede con los hermanos Dámaso y Felipe Zapata –líderes radicales y masones asiduos en los actos de las logias del país– o del ya mencionado Temístocles Paredes, quien no aparece en el listado de la Saravita, pero que mantuvo estrechos lazos con los gobiernos del Estado de Santander, pues fue contratista en el ferrocarril de Soto y representó al Estado en numerosos asuntos.
Durante el federalismo, los caudillos figuraron en las logias de sus regiones: en el Cauca, Mosquera, Julián Trujillo, Ezequiel Hurtado y Eliseo Payán; en Cundinamarca, Daniel Aldana; en el Magdalena, Campo Serrano, y así sucesivamente. En el decenio de los setenta hubo un ingreso generalizado de liberales a las logias, quizá por esto, muchos masones formaron filas en la guerra de 1876. Si bien en este conflicto también hubo un par de masones conservadores, José María Samper y el general Lázaro María Pérez, el primero de ellos fue derrotado por las fuerzas del general Sergio Camargo y de Solón Wilches en Mutiscua, Norte de Santander88.
La presencia de conservadores en las logias fue menor, pero los hubo. A los ya mencionados se suma Joaquín F. Vélez, miembro de la masonería de Cartagena. Tal filiación política permite recordar que para los masones siempre primó su pertenencia partidista o de facción, si de defender sus prerrogativas o espacios de poder se trataba; como ocurrió en 1867, cuando Mosquera fue derrocado por radicales también masones, sin que la hermandad les representara algún impedimento, y sin que surtiesen efecto los grados masónicos para detener la acción política89.
La logia del Socorro desapareció a finales del siglo XIX. En parte decayó por la persecución de la Iglesia durante los gobiernos de la Regeneración, pues en la ciudad se organizó una diócesis, y sus obispos y curas asumieron a la letra el pecado de masonería decretado por Pío IX en 1865, un pecado que se hizo extensivo a ser liberal90. A los masones y liberales no se les permitía el entierro en cementerios católicos y a sus hijos se los excluía de los colegios. La masonería del Socorro solo resurgió en 1932 cuando se refundó otra logia bajo el mismo nombre, Estrella del Saravita, justamente en los comienzos de la segunda República liberal, hecho indicador de la influencia política de los liberales en la masonería colombiana.
Con la Regeneración varios masones que habían lucido mandiles y altos grados volvieron al redil católico y manifestaron arrepentimiento. Fue el caso de Virgilio Barco de la Logia Bella Esperanza de Cúcuta, quien entregó su diploma y en una carta del 4 de octubre de 1890 manifestó al vicario de la ciudad su arrepentimiento por haberse iniciado en la masonería. Expresaba deseos de estar bien con la iglesia: «y pesando sobre mi conciencia el pecado de masonería, pido a Ud., humildemente, se sirva interceder con su señoría Ilustrísima para que levanteen mi espíritu la excomunión»91. Barco tenía negocios con el gobierno de Colombia y quizá le convenía establecer relaciones con la Iglesia. A comienzos del siglo XX, ya con rango de general, Barco recibió del gobierno conservador la llamada Concesión Barco, un negocio que lo hizo propietario de los primeros pozos de petróleo identificados en el norte del país, en la región del Catatumbo92. Para otros masones la condena de la Iglesia carecía de importancia, como fue el caso de uno de los fundadores de la Saravita, el médico Guillermo León93, un liberal radical que combatió en las guerras de 1876 y 1885, y en las dos oportunidades lo hizo en el bando radical. En su vejez fue continuamente conminado a arrepentirse por parte de la clerecía, «pero ni aún en el lecho de muerte accedió», se lamentaba el cura de Jordán, Diego Enrique Meléndez94.
La masonería fue en la época sinónimo de liberalismo; por esto, cuando la Iglesia recuperó el poder muchos liberales fueron conminados por los obispos y curas de la región a abandonar las logias y a declarar públicamente su rechazo a la masonería. Los que abdicaban presentaban cartas de protesta, algunas de las cuales fueron publicadas en la revista de la Diócesis de Pamplona. Igualmente, ciudadanos del común con alguna prestancia, que durante el federalismo se habían casado por lo civil, y que habían registrado a sus hijos sin acudir a la Iglesia, debieron regularizar su situación después de 1886, casándose y bautizando a sus descendientes95.
La familia Wilches, si bien estuvo en la masonería, también fue católica; y en el archivo de Solón quedaron cartas con referencias de apadrinamientos mediante bautizos. Lo que parece indicar que no pudieron escapar a la soberanía ideológica de la Iglesia. Así, por ejemplo, hay una carta de Joaquín Wilches que data de febrero de 1901, dirigida al obispo de Pamplona en la que expresa arrepentimiento por un hecho de 1881, cuando junto a otros jóvenes de La Concepción, sacaron una efigie de santo de la iglesia y la pusieron en el atrio, tocaron las campanas y destrozaron el órgano; según Joaquín, lo hicieron por su juventud. Decía estar arrepentido, pues: «fui criado y educado en la religión católica apostólica y romana»96. De tal modo, a los Wilches les tocó, como a muchos otros liberales y masones, confraternizar con los nuevos dueños del poder y buscar su “perdón”.
La confrontación entre los liberales y la Iglesia católica colombiana en el siglo XIX tuvo como colofón la firma del Concordato entre el Gobierno de Rafael Núñez y el Vaticano, en 1887. Aunque las relaciones con la Santa Sede estaban truncadas desde 1861, habían sido restablecidas el 21 de febrero de 1883, por el presidente Zaldúa. El pacto retrata la poca firmeza ideológica de la masonería en la etapa de la Regeneración, pues los ministros que firmaron por Colombia el acuerdo que devolvió los fueros a la Iglesia, eran reconocidos masones vinculados al Gobierno de Núñez; entre los cuales, su agente confidencial frente al Vaticano el masón grado 33 Eugenio Baena. Antes, el cargo había sido ocupado por el ya mencionado Joaquín F. Vélez, conservador y grado 33 del Supremo de Cartagena −nombrado por José Eusebio Otálora97, también masón–, en febrero de 1883; Vélez fue el encargado por Colombia de negociar el Concordato. En el desastroso acuerdo también intervino el masón Eustacio Santamaría, entonces Secretario de Relaciones Exteriores98. Los mencionados pertenecían al Supremo Consejo de Cartagena, calificado como anti radical y afín a la Iglesia católica durante la Regeneración.
Las clientelas de 1870
Solón Wilches ganó las elecciones a la presidencia de Santander en julio de 1870. Se trató de un endoso por parte de Salgar, el presidente saliente, hasta entonces el patrón político más destacado de Santander, cuyo liderazgo fue establecido desde la guerra del sesenta (1859-1862). Su relación con el clan Wilches resulta evidente en los nombramientos y la cesión a los rovirenses de dos presidencias, la de 1864, delegada en Rafael Otero, y la mencionada, pues Wilches ocupaba la silla presidencial desde el 30 de marzo de 1870 por encargo de la Asamblea y del presidente Salgar. Ahora bien, durante este primer gobierno, Wilches compartió el poder con Aquileo Parra, que presidía la Asamblea del Estado99.
Desde su primera presidencia Wilches se acercó a los conservadores. En un informe a la Asamblea señalaba que, correspondiendo a la creación en Antioquia de un cargo de representación ante otros estados –una especie de cancillería–, había aceptado que se nombrase al jefe conservador Rito Antonio Martínez100. Antioquia tradicionalmente mantuvo una mayoría conservadora, y Martínez había liderado en Santander la revolución conservadora de 1859; se trataba de un enemigo declarado de los radicales. Otro evento de este talante sucedió en 1871, cuando Wilches nombró como segundo designado a la presidencia al conservador Manuel María Mallarino, una designación simbólica, pues este era un hombre mayor, que murió a mediados del siguiente año; no obstante, fue un gesto con los conservadores de la región.
Al revisar los nombramientos durante el primer Gobierno de Wilches, aparecen su parentela, amigos y hermanos de logia en los cargos principales e intermedios, y en la base se encuentra la clientela restante. En la repartición de contratos de vías y obras resultaron favorecidos Temístocles Paredes y Roberto A. Joy101. Igualmente, durante sus dos primeros años de gobierno, Wilches estableció relaciones empresariales con el alemán Geo von Lengerke, el mayor contratista de caminos102. También figuró en los contratos su primo Joaquín Wilches, quien estudiaba ingeniería civil en Bogotá en la Escuela Nacional de Ingeniería, becado por el Estado de Santander103. Joaquín fue uno de los miembros de la familia que se mantuvo en la política y en la facción radical hasta el hundimiento del proyecto federal.
El estreno de Wilches en la presidencia