Las clientelas del general Wilches. Nectalí Ariza
fue interceptada antes de que llegase a su destinatario. Ortiz, antes mencionado, era un hacendado conservador y fue jefe de las guerrillas de Málaga en la guerra del sesenta (1859-1862), y en la carta señalaba, entre otras cosas, que en la revolución de 1860 y 1861 lamentaba no haber estado del lado del general: «A quien siempre he tenido fe. […] Los vencedores gólgotas de García Rovira me dejaron en la miseria quitándome un capital de más de ochenta mil pesos». Continuaba explicando las posibilidades que tenía de reunir fuerzas para echar a los radicales del poder, y luego le informaba con detalle de las fuerzas con las que contaba el gobierno santandereano. Y finalizaba así: «Le suplico que mantenga mi carta reservada, pues si los gólgotas se llegan a enterar, me asesinarán inmediatamente, i no convendría de ninguna manera porque no podría prestar mis servicios como lo deseo»121. El que su carta repose en el archivo de Wilches evidencia que su temor y su prevención no sirvieron de nada, pues la misiva fue decomisada por los radicales.
Otra misiva de ese tenor fue enviada por el radical Celso Serna122 a Wilches desde Suratá, en la que informaba de una supuesta conspiración conservadora, que Serna deducía por el arribo a su pueblo del coronel Álvarez G.: «en Tunja se entendió con Vargas, Liévano […] aquí se ha entendido con el viejo Villareal, el Dr. Calderón i más godos». Agregaba que los godos, como denominaban a los conservadores, difundían que su partido Nacional tenía unas veinte mil armas en Antioquia y que todos los oficiales de la Guardia Colombiana estaban con ellos, etc. Por ello, Serna pensaba que se preparaban para la guerra. Y continuaba: «Él [Álvarez] lleva un muchacho zoquete, si es posible que le roben la correspondencia, si se les espera en las dos cuevas […], otros pueden tomarle una maletita forrada en cuero, sacarle los papeles y devolverla, no hay riesgo de que lleve plata […] Ud. lo vea y resuélvalo»123. Serna tenía la esperanza de que al robarles la información obtuviesen el plan de la revolución, que creía estaba a punto de iniciarse en junio de 1869, época electoral. Otra carta de Severo Olarte desde Pamplona corroboraba lo señalado por Serna. Agregaba que Álvarez Guidez era el jefe militar destinado en esa plaza, y que sabía que los de Mutiscua habían fabricado muchas lanzas y reclutado unos ciento cincuenta hombres, también que Leonardo Canal era el líder de todo, pues «su casa es un camino de hormigas, entran y salen sus adeptos»124.
Cartas como las citadas le eran enviadas a Wilches por su familia, aliados y clientes, desde varias localidades, en las que también informaban acerca de las campañas electorales, de los resultados, del “estado de la opinión”. En agosto de ese año después de las elecciones, Joaquín Calderón desde San Andrés, informó que los escrutinios en Cepitá y San Andrés los favorecían, pues finalizaba: «Milciades sale para representante»125.
Respecto a las guerras del siglo XIX se ha insistido acerca de la coerción ejercida sobre los labriegos para llevarlos a la guerra. Pero también fue significativa la presencia de voluntarios, personas que morían por defender sus pequeñas parcelas de poder en las localidades. ¿Cómo explicarlo? Ir a la guerra y triunfar representaba para ellos mantener sus cargos y el estatus, pues si después de un conflicto cambiaba el orden político local existente, los funcionarios serían otros y por consiguiente se corría el riesgo del destierro, de ser sometido a tributaciones forzadas o “voluntarias”, de expropiaciones o de sufrir la violencia directa por parte de los vencedores. Era un asunto muy serio para los jefes locales y sus clientes, una cuestión ineludible. En el caso de Wilches, los jefes de familias que lo acompañaron en las campañas electorales y que le enviaban cartas estuvieron en las batallas del sesenta (1859-1862). Esta fue la guerra fundacional de la red de los Wilches.
El apoyo en los conflictos y en las elecciones constituyó lo más demandado por Wilches. De una parte, se garantizaba el poder adquirido, y de otra, revestía los hechos de fuerza con la legitimidad de las urnas. En retribución, Wilches designaba los cargos de jueces, notarios, recolectores de hacienda, miembros del tribunal, alcaldes, jurados, juntas de hacienda y de rematadores de rentas. En su mejor época, la de su segundo gobierno (1878-1880), cuando Trujillo estaba en la presidencia de la Unión, Wilches también pudo recomendar contratos y cargos en el Gobierno central.
El fenómeno clientelista se reproducía por inercia al incentivar la retención del poder; por ejemplo, si los rematadores de aguardientes querían seguir siéndolo, debían mantener a su patrón en la presidencia, o bien en la Asamblea. Y si los clientes querían obtener un contrato de caminos, se debía dar un apoyo electoral o armado, de acuerdo con las circunstancias, y así sucesivamente con todo. Ahora bien, algunos de los contratos o prebendas de calado no eran solicitados ni entregados a medianos y pequeños clientes, sino a pares, hombres que podían inclinar la balanza de fuerzas por su capacidad económica, en una región entera. En tales casos, más que una relación clientelista, se trataba de alianzas entre patrones, donde cada uno de los actores contaba con un significativo poder social, recursos y clientelas, todo lo cual ponían a disposición de sus pares por objetivos comunes.
El clientelismo también se explica en el contexto aquí analizado por la pobreza generalizada, aunada a la escasa institucionalidad del aparato político126. En Santander, antes de los años ochenta, eran escasas las grandes fortunas, y, en general, entre los hombres dedicados a la política, eran bastante raras. Quizá por esta circunstancia, se dedicaban a contratar con el mismo Estado, manejaban diversos negocios e intrigaban para conseguir los cargos127.
Las declaraciones de riqueza denotan que en la época federal la pobreza estuvo repartida, y las guerras representaron para los hombres del aparato estatal un mecanismo para superar épocas de escasez extrema, pues las acciones bélicas daban paso a las expropiaciones e impuestos forzados. Es posible que algunos hombres hayan hecho fortuna en la guerra; pero no todos, y muchas viudas y huérfanos quedaban desprotegidos. Un ejemplo de ello es el de Eulalia de Ilejalde, viuda del general Santos Gutiérrez, que en una carta enviada a Wilches le decía que estaba en calamidad económica desde la muerte de su marido, «sin arriendo, sin poder pagar pensiones de mis hijos, sin alimentación, sin ayuda»128. Gutiérrez había sido jefe y compañero de armas de Wilches en el sesenta, y Eulalia debió considerar tal hecho al enviarle la carta. Ella pudo ser la segunda o tercera pareja de Gutiérrez, pues antes estuvo casado con Ana Deodata Bernal (1849) y en segundas nupcias con Hermelinda Concha (1869), quien pertenecía a una encumbrada familia conservadora de Antioquia129.
La carta de Eulalia evidencia que muchas lealtades y clientelas logradas por Wilches surgieron de su actuación en la vida militar, tal como lo recuerdan varios remitentes; uno de ellos era Venancio Rivera, quien en una misiva le recordaba a Wilches que era «un viejo militar de la Guardia Colombiana», y le ofrecía sus servicios, «ya sea como alguacil o bien como hortelano»130.
Mientras Wilches se ocupó en la jefatura del Estado, los hombres de la milicia servían para toda clase de oficios y servicios, tanto para él y su familia como para socios y pares. Un militar de apellido Delgado (Quizá Daniel), que lo trataba de «Mi estimado general […] Su afectísimo amigo y leal subalterno», le pedía un soldado para que le sirviese durante un viaje que haría a la capital, para que le ayudara con la maleta y cumpliera con los oficios. Le indicaba que «puede pasar como una licencia dada al soldado»131.
La compensación principal del caudillo a sus clientes estuvo representada en los cargos, lo más buscado por estos. Al respecto, en el Gráfico 2 aparecen los nombramientos del primer periodo de su gobierno, de 1870 a 1872. En el Mapa 1 figuran los jefes políticos de cada departamento (usualmente se siguieron calificando como provincias), entre estos, los patrones y aliados de Wilches en su primer gobierno. Si se comparan con los gráficos y el mapa de su segundo y tercer gobierno, se evidencia que durante el primero, Wilches dispuso de menos cargos. Además, debía consensuar todo con la facción de Aquileo Parra dominante en la Asamblea.
Jefes de clientelas y aliados por provincias
Fuente: elaboración del autor.
Entre los jefes departamentales y colectores de hacienda, señalados por departamentos durante este periodo, actuaban en alianza con los Wilches todos los empleados de los cargos de García Rovira; de Guanentá, Francisco Santos y Sanmiguel; de Ocaña, Juan